¿Es Posible Comunicar
con los Muertos?
Sir Oliver Lodge
Ya
es tiempo de entregarse a un estudio de las cosas invisibles tan meticuloso y
sincero como el que la ciencia ha hecho habitual con respecto a los problemas
terrestres.
Como
sabemos, la Ciencia no puede permanecer impasible en presencia de lo excepcional,
lo catastrófico, lo milagroso … Su más alto ideal es la ley cósmica, y ya empieza
a sospechar que una ley verdaderamente cósmica tiene que ser en cierto sentido
revolucionaria.
El descubrimiento
de la telepatía abre ante nosotros una comunicación potencial entre toda la
vida… Y si, como indican las actuales pruebas, este intercambio telepático
puede subsitir ente las almas corpóreas e incorpóreas, esa ley ha de constituir
forzosamente el centro mismo de la evolución.
¿Es
que nuestras nociones de lo digno y lo indigno en la en la naturaleza … nos han
guiado en el descubrimiento de la verdad? ¿No hubiesen juzgado indigno Aristóteles,
al divinizar las estrellas fijas a causa de su gran distancia, suponerlas
formadas de los mismos elementos que las piedras que pisaba? ¿No podrán ser las
almas incorpóreas de una estructura más parecida a la nuestra de lo que estamos
habituados a pensar?
F.W.H.
Mayers: La Personalidad Humana. II, cap. IX
La gente suele extrañarse de la comunicación mediumnímica, y
acaso tenga dudas respecto a su legitimidad, aun en el caso de que fuera
posible hablar familiarmente por algún conducto con aquellos a los que parece
habitual considerar como sagrados o extintos. Lo cierto es que no son ni lo uno
ni lo otro, y cuanto antes comprenda el mundo esta verdad de una manera
racional mejor será para ellos y para el mundo. Las dificultades motivadas por
el hábito y la tradición deben ser vencidas poco a poco, en parte, por la
experiencia directa, pero principalmente por la lectura y el estudio. Así, pues
me dirijo aquí a quienes sienten alguna dificultad – incluso de carácter
religioso – ante la simple idea de la comunión póstuma, y que preguntan en
serio: ¿Es posible entablar conversaciones con los muertos, o pueden ellos de
algún modo comunicar con nosotros?
Ninguna respuesta puede darse a esto basándose en
consideraciones previas, como no sea una desdeñosa negativa, basada en una
precipitada conjetura respecto al significado del término esencial del
problema. Si es cierto que “los muertos no saben nada”, prácticamente no tienen
ya ninguna existencia personal y no puede ser posible comunicar con lo que no
existe. Pero este razonamiento peca de prematuro. El método acertado estriba en
averiguar primeramente por el experimento y la observación si es posible la
comunicación, y luego deducir de este hecho, si llega a ser un hecho
establecido, que al fin y al cabo los muertos saben algo y tienen una
existencia personal.
Pero entonces se plantea una cuestión obvia: ¿Cómo puede ser
posible comunicar con un ser, por inteligente que sea, que no posee
instrumentos ni órganos físicos para convertir el pensamiento en actos? ¿cómo
puede ser posible apreciar el mero pensamiento?
Una respuesta parcial la da el descubrimiento experimental
de la telepatía, que parece ser un sistema directo de transmisión de una a otra
mente. Pero, aun así y todo, para todo género de reproducción, utilización o
transmisión a los demás se necesita un procedimiento físico y, por tanto , es
menester, según se nos alcanza, un mecanismo fisiológico.
Es inevitable que haya alguna clase de instrumento, pero no
se sigue de esto que el instrumento empleado tenga que ser forzosamente de
propiedad inteligencia que comunica. Un músico, privado de su instrumento
favorito, puede aprender a tocar en otro.
Sin alguna clase de instrumento – aunque sólo sea una pluma
– su alma podría hallarse rebosante de música, pero ésta permanecería oculta e
inaprehendida, no podría ser reproducida y ni siquiera escrita. En cambio, un
instrumento inferior o ajeno sería mejor que nada y podría conferir al músico
una vez más alguna facultad de expresión.
Ahora bien: los casos de personalidad múltiple demuestran
que un solo cuerpo humano puede ser utilizado en circunstancias excepcionales
por varias inteligencias y no por una sola: el ocupante normal puede ser
expulsado a veces, por decirlo así, y ser substituido por otros.
Tales son las apariencias, y las apariencias pueden resultar
más cercanas a la realidad de lo que se creía posible.
Hay ciertas personas cuyo valor para acrecentar nuestra
experiencia es mucho mayor de lo que se cree, y que consienten abnegadamente
que la parte corporal de su ser sea empleada para transmitir mensajes que reciben telepáticamente o no se sabe cómo
de inteligencias distintas a la suya. Su propia personalidad queda en suspenso
o en trance por algún tiempo, en tanto que su cuerpo y su cerebro siguen
activos, merced a lo cual transmiten mensajes sobre hechos que ellos ignoraban
y que pueden no dejar ningún vestigio accesible en su mejoría.
La persona empleada de este modo como mecanismo transmisor
de otra inteligencia se llama médium. Hay varios grados de mediumnidad, y éste
no siempre va asociado a la inconsciencia normal completa; pero en todos los
casos parece ser una variedad saludable y útil de o que en los casos patológico
se llama “personalidad múltiple”. La personalidad secundaria que detenta el
gobierno transitorio no tiene que ser forzosamente perjudicial o molesta, sino
que puede ser racional y sensata; pero no es la inteligencia normal del médium,
y el estrato de la memoria utilizado es distingo. Ocupa el primer plano hechos
que otra persona conoce, y los hechos familiares al médium retroceden al fondo
transitoriamente. De este modo puede atribuirse a veces la mente y la memoria utilizadas
a una persona carnal; pero el cuerpo material o carnal parece ser un obstáculo,
debido a lo habituados que estamos a los métodos sensoriales de comunicación.
Es mucho más fácil que el organismo del médium sea gobernado por una
inteligencia desencarnada, es decir, por una persona que has sufrido el proceso
de disolución o disgregación de la materia y de la que se dice que ha muerto.
Cualesquiera otros métodos que pueda haber de comunicación –
entre ellos lo que se llama inspiración – esta utilización de las facultades de
un médium es auténtica, y hay muchas personas familiarizadas por la experiencia
directa con los mensajes recibidos. Los hechos elegidos para su transmisión
suelen ser en tales casos de carácter doméstico y sin sentido público, pero que
sirven mejor que nada para probar la identidad de la persona que los recuerda.
La trivialidad de los incidentes recordados es cosa secundaria si tienen este
carácter identificador. Los acontecimientos importantes ya no son tan útiles,
porque o es difícil comprobarlos o son del dominio público. Los detalles
triviales y domésticos son los que facilitan los indicios demostrativos y los
rasgos personales que desean los afligidos supervivientes.
Hay muchos grados y variedades de mediumnismo. El estado de
trance de que antes se habló es una de sus formas más completas, pero algunas
personas pueden obtener la escritura automática o semiinconsciente sin retirar
su control ordinario nada más que a la mano. En este caso, el instrumento es la
mano ayudada de pluma o lápiz. A no dudar, la mano es accionada por los
músculos del modo normal, pero por lo que respecta al sentido del mensaje, no
es gobernada por la mente normal de la persona que la mueve. A veces se fija el
lápiz a una plancha de madera para que la acción muscular sea más sencilla y
menos parecida a la empleada en la escritura ordinaria. Otra veces esta plancha
de madera está construida de forma que señala letras impresas en lugar de
escribirlas, y en otros casos se emplea un instrumento algo más pesado, pero
más sencillo todavía, y el mensaje se recibe en forma de señales telegráficas,
y en el caso de quienes no conocen el código Morse, repitiendo el alfabeto ante
las levitaciones de un velador, que se para en la letra buscada. Las
levitaciones de velador más parecen una antigua y desdeñada distracción que un
método serio. Parece más propias para pasar el rato, pero con cuidado y
sobriedad aun este sistema constituye un posible vehículo para comunicaciones
de cierta índole. El velador es únicamente una variante burda y voluminosa de
la plancha de madera o del lápiz o pluma, que es también un trozo de madera
accionado por los músculos.
Los modos de convertir el pensamiento en movimiento son
innumerables, y poco importa cuál es el que se usa. La mano, la laringe, los
músculos del brazo y de la garganta son trozos de materia sometidos a la
influencia mental por medio del mecanismo cerebral y nervioso con ellos
relacionado. Hasta qué punto pueden ser accionados por la mente es un enigma;
pero el hecho de que lo son es innegable. Lo que hay de extraño en todo género
de comunicación no es que la materia sea movida por arreglo a un código para
reproducir el pensamiento en otra mente
receptora, pues esto ocurre igual con el lenguaje y la escritura: lo extraño de
los casos supranormales es que la esencia de la comunicación es extraña a la
persona que la transmite y es característica de alguna otra persona que es
representada dramática y vívidamente anhelando enviar noticias inteligibles o
un mensaje identificador y reconfortante , y que emplea los órganos corporales
y el mecanismo fisiológico de que puede disponer.
Ahora permitidme indicar la clase de mensajes que puede
recibirse.
Unos se refieren a hechos y experiencias del Más Allá, la
vida que allí se vie, el ambiente, las condiciones, la persistencia de un
vívido interés por los asuntos terrenales y las dificultades y hasta cierto
punto el examen de la comunicación. Numerosos ejemplos e esta clase de
información se hallan consignados en libros. Pero todo esto pertenece a lo que
podríamos llamar temas “incomprobables”: no disponemos de medios para probar
los asertos o averiguar la cantidad de verdad que contienen los mensajes, y por
eso deben considerarse con cautela. Baste decir que la afirmación invariable es
que las condiciones en el Más Allá son mucho más parecidas a las nuestra que lo
que se esperaban los comunicantes. Estos hablan de flore y animales, pájaros y
libros, atractivos y belleza de todo
género. Nos aseguran que saben muy poco más que nosotros, que su carácter y
personalidad siguen siendo prácticamente
idénticos, aunque vayan progresando; que no se han transformado
súbitamente en algo supremo – ni infernal tampoco- , que siguen siendo lo que
eran, con gustos y aptitudes similares, pero que se hallan sometidos condicione más felices y más conducentes al
progreso y más libres de las dificultades y los obstáculos caprichosos que
cuando estaban asociados con la materia.
También dicen que las cosas que les rodean son sólidas y
substanciales, y que las antiguas cosas materiales parecen ahora difusas y
evanescentes. Así parecen escasamente enterados de los sucesos terrenales,
salvo cuando se les asignan deberes concretos para ayudar a los que van a
reunírseles, o cuando pensamos en ellos, o bien ellos hacen un esfuerzo
espontáneo por llegar hasta nosotros los que han querido y han dejado atrás.
Son hondamente susceptibles de sentir afectos y amistades, y
son menos reacios a expresar sus sentimientos que cuando vivían aquí. No
parecen hallarse en otra región del espacio, sino que están íntimamente ligados
a este orden de existencia. La misma facultad constructiva inconsciente que en el
largo transcurso de la evolución llegó a construir su organismo visible
combinando partículas de materia parece continuar su tarea bajo las nuevas
condiciones y ha construido otro cuerpo o modo de manifestación con la
substancia disponible, que hipotéticamente podemos suponer que sea el éter.
Esta facultad constructiva parece inherente no sólo a la vida humana y animal,
sino a todas las forma de la vida orgánica, de suerte que su medio ambiente,
que hay quien empieza a considerar como un mundo etéreo, no tiene por qué ser
distingo del familiar a nosotros en el reino de la materia, ese reino que ahora
es tan real y absorbente para nosotros, que excita nuestra admiración, de cuya
forma de estructurarse tan poco sabemos.
Sea como fuere, los primeros mensajes que llegan a nosotros
no son de carácter descriptivo, no constituyen tentativas de informar, sino de
convencer, de hacernos comprender que los seres perdidos viven y actúan todavía
y que son felices en la medida en que les dejamos serlo. Se afligen con nuestras
penas; pero por lo demás encuentran su nueva vida llena de interés y utilidad y
de cierto género de alegría.
Los primeros mensaje que recibimos son, pues mensajes de
cariño, y luego vienen esas pequeña reminiscencias familiares, que son a veces
para los interesados perfectamente claras y satisfactorias, aunque para los
extraños exijan tantas explicaciones que pierden gran parte de su fuerza.
Alusiones a nombres familiares, a animales mimados, a sucesos de de excursiones
dominicales, a pequeños incidentes o contratiempo, todas estas cosas parecen
acudir a la memoria cuando se pretenden dar un mensaje identificador, y, aunque
es algo difícil transmitir los nombre con claridad y exactitud con la mayoría
de los médiums, y aunque la importancia de los nombres como prueba pueda ser
exagerada fácilmente, a veces se dan nombres espontáneamente, y, sobre todo,
nombres de carácter íntimo y privado. Una pregunta brusca destinada, por
ejemplo, a conseguir la claridad. Todo el mundo sabe lo fácil que es romper el
hilo de las ideas.
La excesiva ansiedad del consultante no es de ninguna ayuda;
sí lo son la seriedad y el sosiego. Sin embargo, a veces se estimulan los
primeros mensajes por el agudo deseo de librar a los supervivientes de alguna
inquietud, algún recelo, alguna incomprensión o alguna preocupación que tiende una
sombra sobres sus vidas. A estas cosas parecen peculiarmente sensibles nuestros
amigos ausentes, y a veces estos hacen grandes y enérgicos esfuerzos por llevar
algún consuelo a la persona que ve así afligida.
Cómo lo saben ellos puede parecer un enigma; pero también en nuestra
vida se sienten obscuramente esas cosas y pueden adquirir más importancia y
despertar más remordimiento cuando se acaba la posibilidad de explicarse
fácilmente. Yo diría que el remordimiento es una característica notable del
estado mental incorpóreo y que este sentimiento puede ser muy parecido al que a
veces nos aflige a nosotros en las noches de insomnio.
También la posibilidad de la telepatía, según la cual
impresiones mentales de arraigado carácter pueden influencia otras mentes – aun
siendo incorpóreas -, parece revelar otro medio de suscitar los sentimientos de
esta índole. Sea el que fuere el método, la percepción de los sentimientos de
los supervivientes es un hecho innegable, y el mérito principal de las
comunicaciones recibidas en tales casos estriba en el alivio y el consuelo que
han proporcionado a los sentimientos de las personas situadas a ambos lados del
velo.
En las épocas de aflicción general, estos mensajes son muy
necesarios y llegan a gran número por toda suerte de medios. Los jóvenes
arrebatados en todo el vigor de su virilidad no es fácil que permanezcan
tranquilos si ven que sus allegados lloran indebidamente su pérdida y amargan
así el resto de sus vidas. Pueden dudar de sus facultades para hacerse
entender, y así ocurre con frecuencia; pero si con ayuda de los amigos o por
algún otro medio llegan a percibir la posibilidad de hacerlo, ponen en tensión
cada uno de sus nervios para despertar en los que aquí siguen un deseo
correspondiente, de suerte que de una u otra forma, tarde o temprano, llega a
consumarse la comunicación, que puede ser de carácter muy subjetivo.
En mi conocido libro sobre la vida y la muerte doy ejemplos
de mensajes que demuestran la supervivencia de la identidad personal y de la
memoria, el carácter y el afecto más allá de la muerte. Allí cito ejemplos de
conversaciones familiares sostenidas con Raimundo y otros; pero estas
conversaciones deben tomarse y tratarse en conjunto: no es útil ni legal elegir
fragmentos y citarlos como fuera de su marco.
No es necesario que estas conversaciones sean demasiado
frecuentes o persistentes. Una vez que por ambas partes se está convencido de
la perdurabilidad del interés y el afecto pueden soportarse los breves años de
separación y puede atenderse a la tarea esencial de la vida, sea aquí en el Más
Allá.
El valor y la importancia de la actual existencia terrestre
es reconocido plenamente por nuestros amigos del Más Allá. Sería una pobre
recompensa al privilegio que se nos concede de la comunicación circunstancial y
un mal pago al noble y abnegado espíritu con que tantos hombres han ido no hace
mucho a la muerte que las lamentaciones por ellos – y aun un deseo excesivo de
comunicación – minaran la energía o dificultarán la plena actividad de la clase
de servicio que nos es dado prestar en la fase actual de nuestra existencia.
Por último, acaso se pregunte cómo es que , si tales
inteligencias existen, no hemos sabido de ellas siempre. Pero es indudable que
más de un vidente y más de un santo han sabido de ellas y con ellas han estado
en comunión y bajo su influencia. También los poetas de ellas han recibido
inspiración. Sin embargo, a veces se muestres extrañeza, incluso por quienes se
inclinan a admitir su existencia, de que no nos digan algo más sobre sus
actividades y no nos den a conocer la
naturaleza de su ambiente. La respuesta a esto es, primeramente que ya nos han
dicho más de lo que suele creerse, y, en segundo lugar, que el modo de hacerlo
no es sencillo. Así, pues, voy a terminar este capítulo con una fábula
infantil.
El Pez y el Pájaro
Un solitario lenguado encaminóse a la orilla de un lago
escocés para tomar el sol. Cerca pasó una golondrina rozando el agua de sus
revoloteos. El pez se quedó atónito ante la entrevista aparición y murmuró para
sus adentros: “¡Así es que después de todo viven cosas ahí arriba! Siempre creí
que así fuera, pues ha habido sombras e indicaciones. Nuestros libres nadadores
nos han sugerido algo de esto. Pero es fantástico e irreal. Es más seguro
apoyarse firmemente en el suelo; nosotros estamos seguros en el cieno y en la
arena. Todo lo demás es imaginación”
Luego, como la golondrina volviera a revolotear cerca, le
preguntó: “¿Qué eres? ¿Tienes aletas?”
La golondrina repuso brevemente: “Nosotros no nadamos:
volamos”. Y luego añadió afablemente, como contestando a la pregunta tácita: “En
realidad, viene a ser la misma cosa; sólo que esto es más bonito más rápido y
más feliz. Tenemos plumas que jamás podrías imaginarte, nos cernemos sobre toda
la tierra y podemos surcar distancias enormes. Ni aun vuestros libres nadadores
saben la mitad de lo que debe saberse.”
El pez permaneció un rato atónito y callado; pero pronto
recobró su habitual presencia de ánimo, y contestó con desenfado y sin
vacilación: “Es extraordinario. Nosotros no creíamos en vuestra existencia. Algunos
de nosotros dicen que pueden volar, al menos por breves instante, y nos han
hablado de efímeros vislumbres de otras criaturas en el curso de sus vuelos;
pero, por supuesto, no se les cree. Nos dicen que cuando suben ahí pueden ver
el futuro y predecir la llegada de esos negros cascos que nos perturban de
cuando en cuando; pero muchas veces se equivocan. Ahora pensamos prohibir los
vuelos: no queremos que se nos engañen.”
La golondrina revoloteó un instante al oír esta última
confesión y dijo, echando una mirada al cielo: “Haréis bien en no dejaros
engañar, pero hay muchas maneras de engañarse. ¿No teméis engañaros a vosotros
mismos? Poco sabéis de todas las glorias de la existencia.”
“¿Las conocéis vosotros todas? – preguntó el lenguado
tratando de sacar la cabeza fuera del agua y sofocándose en el empeño- ¿Se os
aparece todo claro en vuestra encumbrada libertad? Dinos cómo es en realidad
vuestro mundo.
“No puedo decíroslo – repuso la golondrina – porque no
entenderíais. Nuestro mundo es muy parecido al vuestro, sólo que mucho más
hermoso. También vosotros tenéis cosas bellas si os paráis a mirarlas o si
escucháis a vuestros libres nadadores, que os hablan de relucientes piedras y
de algas marinas y de caracolas. Vuestras
mismas escamas son muy bellas. Pero nosotros, nosotros tenemos árboles flores y frutas; nosotros volamos por encima
de espléndidas montañas y nos alborozamos bajo la lluvia y el sol con el arco íris
y el rocío. Nosotros construimos nidos en graneros y en iglesias. Nosotros …”
“No sé lo que me dices – interrumpió el pez - ¿Qué es eso de
las iglesias?”
“¡Ah! Eso se sale ya de mis alcances – dijo la golondrina –
Hay muchas cosas que ni nosotros mismos las sabemos. No podemos decir por qué
han sido erigidas. Son algo así como graneros; pero con más adornos. En fin,
que son diferentes. Parecen representar una visión del universo más alta todavía
que la nuestra.”
“¡Bueno! – dijo el lenguado para sus adentros mientras la
afirmación del pájaro se diluía en el silencio – No puedo explicarnos lo que le
rodea y se pone a divagar acerca de regiones más incomprensibles todavía. ¡No! Todo
eso es demasiado vago e indefinido. Hacíamos bien en no creer en nada más allá
de nuestro mundo. Si les dijera a los otros que ese pez volador ha dicho algo
que sea verdad, se reirán de mí. Mejor será no decir nada. Y sin embargo …,
recuerdo vagamente que en mi infancia solía nadar con más libertad … ¡Ay!
Aquellos primeros destellos se han acabado. Tengo que contentarme con la luz
vulgar del día.” Y diciendo esto volvió a sus torpes movimientos y se instaló
una vez más en el fango.
Mas su experiencia no fue del todo vana. De vez en cuando no
podía abstenerse de hablar de ella, pese al desdén de sus semejantes, y se
sentía más feliz que antes, aunque también más consciente de su ignorancia. No obstante,
se extrañaba todavía de que el pájaro no pudiera iluminarle mejor respecto a la
naturaleza de aquel otro mundo.
Por Qué Creo en la Inmortalidad Personal