Veladas en la Oscuridad
- Scott Rogo –
A lo largo de toda la historia de la parapsicología, se
repiten los relatos de médiums que, en sus sesiones, hacían levitar las mesas,
aparecer formas fantasmales y correr brisas frías y misteriosas. A pesar de
estas descripciones pintorescas, algunos de ellos fueron estudiados por los
mayores sabios de su época. Eusapia palladino, por ejemplo, una médium italiana
semianalfabeta, cuyas manifestaciones más notables consistían en levitaciones
de mesas, objetos que se movían por sí solos, etc, fue examinada por
científicos tan legendarios como sir Oliver Lodge, el fisiólogo y premio Nobel,
Charles Richet y el famoso padre de la criminología, Cesare Lombroso. Todos
ellos certificaron su autenticidad. Otros científicos, entre ellos Madamme
Curie, expresaron su estupefacción ante su caso. Se tomó testimonio de estos
raros médiums, se llevaron a cabo experimentos sobre ellos, se construyeron
laboratorios especiales y se sacaron fotografías. Todo apuntaba a la
irrefutable evidencia de que existe una energía psicofísica que, en raras
ocasiones y escasos individuos, se manifiestan fuera de los límites corporales.
Cuando esta facultad, la psicocinesis (PK), puede ser controlada, tenemos a una
Palladino. Si la fuerza es incontrolada,
nos enfrentamos al maligno poder destructivo de los poltergeist. En todo caso,
la “acción mental sobre la materia” no se reduce a un mito.
El hecho de que el organismo humano alberga un tipo de
energía no física, capaz de mover objetos sin contacto físico o romperlos en
pedazos, está bien documentado. Sin embargo, constituye una facultad más
excepcional que la PES, aunque la mayoría de los sujetos dotados de esta última
poseen también la capacidad de telecinesis. Los fenómenos de PK no han sido,
por varias razones, tan ávidamente investigados por los parapsicólogos como los
de PES, al ser difíciles de controlar, esporádicos, poco frecuentes, más
controvertidos y, sobre todo, fáciles de imitar.
En este último punto reside la mayor dificultad. En la
historia de la investigación psíquica, abundan los sujetos dotados que
pretendieron poseer la facultad PK. Pero tales individuos fueron descubiertos
muchas veces falsificando descaradamente los resultados. A menudo, los propios
investigadores se dejaban engañar. Otras veces, los fenómenos físicos eran sin
duda alguna reales. Diferenciar entre unos y otros llegó a hacerse tan difícil
que la constante controversia sobre los
fenómenos psíquicos empezó a afectar la respetabilidad científica de la
parapsicología. Puesto que las sesiones para obtener fenómenos paranormales
casi siempre se celebran a oscura, con facilidad se da en ellas una alianza
terrible de fraude y observación imperfecta. Tomemos, por ejemplo, el caso de
una mesa que levita. Los participantes se sientan alrededor de una mesa, en una
habitación a oscuras. La mesa se mueve de un lado a otro y, finalmente , se
alza unos centímetros del suelo. ¿Hay algo más sencillo de comprobar? Sin
embargo, no ocurre así. Se conocen demasiados modos de simular este efecto. Uno
de ellos consiste en fijar un clavo a un lado de la mesa y enganchar en él un
anillo, que se lleva flojo al efecto. O bien, deslizar un pie bajo una de las
patas de la mesa, o aun, levantarla mediante un gancho sujeto a la muñeca. Si
las luces permanecen apagadas y los presentes cogidos de las manos nada más
fácil que empujar por debajo la mesa con la nuca y alzarla. Y sólo cito los
sistemas más frecuentes.
El movimiento de mesas es un tipo de práctica psíquica muy
popular y casi siempre fraudulento. Prácticamente todas las personas interesadas
en el campo psíquico han presenciado o han participado en sesiones de esta
clase. Un grupo de personas se sienta alrededor de una mesa ligera de madera,
apoyando en ella sus manos, sin presionar. La mesa empieza pronto a oscilar
levemente y, al final, se tambalea, golpeando alguna pierna que otra, etc.
estos movimientos impresionan, pero no tienen nada de paranormal. Se explican
de manera similar al funcionamiento del
tablero Ouija. Nadie empuja de manera consciente el Ouija. Se trata de
movimientos involuntarios de mesas , todos los participantes la empujan y
mueven sin ser conscientes de ello, ejerciendo al final tanta fuerza que la
mesa llega a saltar erráticamente. Pero, como hemos dicho, se debe a los movimientos de los
presentes, ignorantes de que los causan. El principio fue demostrado nada menos
que por Michael Faraday, quien inventó un aparato para controlar los
movimientos involuntarios de las manos. Instalado el ingenio de Faraday (una
especie de falsa tabla de mesa, de forma circular), al moverse éste, la mesa de
debajo permanecía inmóvil. Otro método para terminar con los movimientos
musculares durante las sesiones consiste en esparcir una crema por encima de la
mesa. La crema resulta tan resbaladiza que nadie puede apoyar en ella los dedos,
ya que estos dejan una señal acusadora.
El fraude puede ser consciente o inconsciente.. en una
ocasión, asistí a una serie de sesiones con dos “médiums” que trataban de
promocionarse como “movedoras de mesas”. La habitación estaba poco iluminada,
pero no en la oscuridad. En efecto, al cabo de poco rato, la mesa dio un
brinco. Mirando a una de las médiums, se observaba fácilmente que, cuando la
mesa se inclinaba, sus uñas adquirían un color blanquecino, mostrando que
presionaban de modo voluntario con las puntas de los dedos causando así los
movimientos de la mesa. Como yo me encontraba a su lado, me limité a ejercer
una presión que neutralizara la suya, de modo que fuera yo, y no ella, quien
manipulara la mesa. Cada vez que la médium trataba de empujar, yo me aseguraba
de que la mesa no se moviera. Cuando ella cesaba, yo daba un pequeño empujón.
El juego duró algún tiempo, hasta que la médium empezó a sentirse muy inquieta
por la situación.
Al leer estos comentarios, tal vez sorprenda comprobar la
evidencia de los fraudes. Sin embargo, he de decir que todos los presentes en
la reunión, no sólo quedaron cautivados por la exhibición, sino que creyeron hallarse en contacto con el
mundo invisible. Una mujer se puso histérica y empezó a dar golpes en la mesa y
a chillar, pensando que su difunta madre trataba de comunicarse con ella y de
matar a su hermana. En el curso de sesiones fraudulentas, he visto varias veces
este tipo de paroxismo histérico y frenético. Sin embargo, no todos los fraudes
son tan fáciles de identificar.
En 1969, se abrió un nuevo capítulo en mi investigación de
lo psíquico gracias a un encuentro casual con el doctor Robin Sanders-Clarke.
Robin tenía unos cincuenta años y había sido miembro del consejo del ya
desaparecido British College of Psychic Science, fundado en 1920 por el
espiritista J. Hewat MacKenzie. (El BCPS no tiene relación alguna con el College of Psychic Studies, actualmente
activo en Gran Bretaña.) El BCPS se convirtió en un centro de médiums, con una
plantilla de psíquicos espectacular. Contaba, entre otros, con Eileen Garrett,
quien llegó a ser más tarde, una de las médiums más famosas de los tiempos
actuales. El Colegio auspiciaba también a Arthur Ford, otro psíquico de primera
clase. Conocer a Robin supuso para mí abrir una puerta sobre la rica historia
de la investigación psíquica. Poseía una enorme experiencia sobre los médiums y
un profundo conocimiento de los tejemanejes del fraude. Ardía en deseos de
volver a participar activamente en la investigación. Esto nos condujo a la
fundación de un “círculo familiar”, en el que algunos de nosotros
experimentados regularmente, tratando de provocar, presenciar y verificar
fenómenos psíquicos.
Antes de presentar la crónica de los encuentros con lo
invisible facilitados por estos experimentos, conviene dar alguna noticia
previa sobre lo que significa un círculo familiar y de cómo funciona. El
espiritismo nació como movimiento religioso en 1848, cuando una serie de golpes
se abatieron sobre la asita perteneciente a la familia Fox, de Hydesville,
Nueva York. Pronto se descubrió que estos golpes pretendían una comunicación
inteligente y procedían, según manifestaron, de los muertos. Todavía hoy se
discute si los golpes de Rochester, tal como se dieron a conocer, eran
auténticos o falsos. No obstante, la revelación de que el hombre podía entrar
en contacto con los muertos se convirtió en la base de un culto que pronto se
extendió por Estados Unidos y Gran Bretaña. Cada familia adepta a él procedió a
experimentos en su propio domicilio, reduciéndose casi siempre a la práctica de
hacer girar las mesas, que se convirtió en una actividad muy de moda en Estados
Unidos y entre las clases medias de Gran Bretaña y Francia. Se creía,
naturalmente, que los espíritus hacían bailar las mesas y se inventaron códigos
mediante los cuales hablar con ellos. Se formulaban preguntas, a las que
respondía la mesa con un determinado número de golpes para el sí y otro para el
no. Incluso llegaba a deletrear mensajes, golpeando cuando se pronunciaba una
letra específica.
Abundaban los médiums dotados, reales y falsos, los
últimos muy superiores en número a los
primeros, claro está. Sin embargo, uno de los principios más importante del
espiritismo era que una familia podía
comunicarse con los muertos incluso en ausencia de un médium de talento. Esto
llevó al concepto de círculo familiar. Se creía que, si un grupo de personas se
sentaba con asiduidad alrededor de una mesa, semana tras semana, en una
habitación a oscuras, o simplemente se reunía, poco a poco iría desarrollando
suficiente “energía” y, al final, se producirían fenómenos físicos
paranormales, o bien, alguien del grupo desarrollaría una facultad mediúmnica.
Esto puede parecer muy ingenuo, pero existen abundantes
testimonios de que los círculos familiares constituyen un excelente y abonado
terreno para este tipo de fenómenos físicos. En las décadas de 1920 y 1930,
muchas personas que establecieron círculos familiares publicaron obras de
divulgación. Libros como Death’s Door Ajar, The Consoling Angel y otros, que
relataban las experiencias de los círculos privados, fueron muy populares en
Gran Bretaña. Notables espiritistas como Hnnen Swaffer y Maurice Barbanell
hablaron abiertamente de sus encuentros psíquicos en otros grupos. Incluso
Hereward Carrington, uno de los parapsicólogos con más sentido crítico, admitió
que una de las exhibiciones más extraordinarias de fenómenos psíquicos que
observó nunca tuvo lugar en un círculo familiar.
Conscientes de todo esto, Raymond Bayless y yo acogimos con
entusiasmo la sugerencia de Robin Sanders- Clarke de formar un pequeño grupo
con el propósito de celebrar sesiones regularmente, para ver si conseguíamos en
verdad provocar fenómenos físicos paranormales. Robin tenía mucha experiencia
en este terreno, así que , en enero de 1969, dimos comienzo a una larga serie
de veladas en la obscuridad.
El grupo lo formamos varios amigos íntimos: Raymond y
Marjorie, su mujer, Robin, yo, mi madre, Winifred Rogo, y dos personas más que
serán identificadas por sus iniciales: el psicólogo A.G. y la secretaria G.L.
El plan de las sesiones era sencillo, pero rígido. Cada semana nos reuníamos en
el mismo lugar y a la misma hora. Todos nos comprometimos a asistir
regularmente, excepto en caso de extrema necesidad. (Según los manuales de
espiritismo, las únicas razones admisibles para la ausencia son la enfermedad y
las vacaciones de verano.) Con este fin, convenimos el pequeño estudio e
Raymond en sala de sesiones. Cuando no se utilizaba, la habitación permanecía
cerrada. Nos procuramos unas sillas plegables, que dispusimos en un círculo muy
apretado. El cuarto se dejaba completamente a oscuras. De este modo, nadie
podría moverse sin topar con su vecino, y cualquier acción sería detectada
fácilmente por el resto del grupo. Si alguien se movía o hacía ruido, se
apresuraba a decirlo para que se registrara. Nos sentábamos en torno a una
anticuada bocina de latón, con la esperanza de que al final se movería, o
recibiría un golpe o, al menos, sería el foco general de cualquier efecto
telecinético que se presentara. Mi madre se inventó un método para escribir a
oscuras y fue llevado un registro preciso de todo lo que sucedía.
La estructura formal de la sesiones se ajustó a los
procedimientos convencionales del círculo espiritista familiar. La razón para adoptarlos
se basaba en varios motivos: 1) eran
tradicionales; 2) otros los habían seguido y afirmaron haber alcanzado el
éxito.; 3) daban una estructura a los experimentos, 4) Robin había empleado
otros métodos anteriormente con buenos resultados. El sistema no ofrecía
complicaciones. Antes de empezar la sesión, permanecíamos un rato charlando y
luego nos reuníamos en la sala de sesiones. Todas las luces se apagaban y se
sellaban las puertas y ventanas. Se hacía una salutación y , en la hora que
seguía, sólo de vez en cuando se charlaba un poco o se escuchaba música de
fondo. Al cabo de una hora u hora y media, dábamos por terminada la sesión.
Según la tradición de los círculos familiares, el proceso es lento, habiéndose
dado el caso de círculos que esperaron durante dos años antes de que ocurriera
nada. Teniendo esto presente, calculamos una serie de cincuenta y dos sesiones.
La paciencia a la que nos habíamos obligado se vio puesta a
prueba desde el principio. Durante diez semanas, no ocurrió absolutamente nada.
En la décima sesión, en cambio, recibimos la primera prueba de que tal vez
fuéramos capaces de registrar algún fenómeno físico. Al cabo de cuarenta y
cinco minutos, Marjorie informó de que algo la había rozado.. A.G., que estaba
a su lado, no se había movido.
Nuestro optimismo
estaba justificado, porque en la undécima sesión se produjeron varios fenómenos
menores. Veinte minutos después de sentarnos, Marjorie informó de nuevo de que
algo le había tocado el zapato. Durante la media hora siguiente, muchos de
nosotros oímos golpes muy débiles. Nunca habíamos oído esta clase de ruido en
nuestros casi tres meses de experiencias. Mientras continuaba la serie de
repiqueteos, que se prolongaron de modo intermitente por espacio de casi veinte
minutos, se oyeron dos fuertes golpes, que sonaban a madera. Debo señalar que
estoy muy familiarizado con la casa de los Bayless, de la que he sido invitado
frecuente durante los dos años anteriores a los experimentos. Conocía pues muy
bien los ruidos de la instalación de la casa y sus crujidos termales. El tiempo
era bueno y fresco y no había condiciones atmosféricas inusuales que pudieran
afectar a la casa.
Las dos sesiones siguientes fueron nulas, como si la
energía que se había activado se hallara
ahora en proceso de autoconservación. No obstante, ocurrió un fenómeno extraño.
En la duodécima sesión, todos , con excepción de A.G., oímos un fuerte silbido.
Sonó como si alguien exhalara el aire entre los dientes y por la nariz. Al
principio, sospechamos de A.G. como causante inconsciente del ruido, puesto que
no lo oyó, pero él negó enfáticamente tal posibilidad.
Tras las sesiones nulas anteriores, la del 7 de abril fue la
más impresionante hasta la fecha. Al cabo de quince minutos de iniciarla, G. L.
informó de que la habían tocado en un dedo. Quince minutos después, se oyó un
fuerte ruido que procedía de detrás del círculo y que sonó como si alguien
hubiera golpeado con los nudillos el escritorio de Raymond. Otros quince
minutos, y Robin entonces informó de su primer contacto, un rápido roce en la
pierna. Hasta entonces, los fenómenos se habían producido a intervalos de
quince minutos, y continuaron así toda la noche. Al cabo de un cuarto de hora,
se oyó otro intenso golpe, seguido por
otro contacto con Robin, esta vez en el tobillo.
Como en las sesiones anteriores, el brote de manifestaciones
frenó la capacidad de producir fenómenos de telecinésis y, aunque registramos
golpes muy ligeros, en las dos semanas siguientes no sucedió nada sustancial. Y
de nuevo, la sesión que vino a continuación ofreció algunos fenómenos nuevos y
sorprendentes. Según la tradición de los círculos familiares, se supone que el
desarrollo de los fenómenos sigue una pauta definida: golpes, luego contactos,
después corrientes de aires y, por último, telecinesis. Nuestras sesiones
siguieron en efecto este modelo, que sólo Raymond, Robin y yo conocíamos bien.
En la sesión del 28 de abril, quince
minutos después de empezar, todo el grupo oyó un fuerte golpe, que parecía
proceder del centro del círculo, seguido al cabo de poco, por un extraño olor,
que Raymond y A.G. calificaron como semejante al del alcohol metílico. Nadie
más entre los presentes lo sintió. (Por mi parte, tengo muy mal olfato, lo eu
sin duda impidió que oliera nada. Raymond, en cambio, posee un sentido del
olfato muy agudo. Ignoro si A.G. también.) Poco antes de terminar la sesión,
G.L. informó de la primera corriente de aire, lo bastante fuerte para penetrar
a través de su vestido.
Los fenómenos continuaron su marcha ascendente en la próxima
sesión. Todos oímos un sobrenatural surtido de sonidos: golpes aislados, golpes
dobles, incluso batacazos sordos. Y hubo asimismo un contacto.
En las semanas que siguieron, hubo sesiones con golpes
dispersos pero continuados, alternado con otras absolutamente nulas. El 2 de
junio, a las veintidós semanas de haber
empezado, tuve mi primer contacto, uno de los efectos más misteriosos que haya
experimentado nunca. Me hallaba sentado
tranquilamente cuando, de repente, sentí un fuerte arañazo, como hecho
con un trozo de madera, desde la base de los dedos hasta la mitad del pie, en
su parte lateral. No hubo ninguna confusión. Cosa extraña, este “contacto”
pareció producirse dentro del zapato y directamente sobre el pie. Más tarde
hablé con Marjorie y con mi madre, quienes afirmaron haber sido tocadas en el
mismo lugar. Ambas describieron el mismo efecto, un arañazo o presión
deslizándose desde los dedos hasta la mitad del pie. Esto suponía un paralelo asombroso
y, más que ninguna otra cosa, me convenció de que estaba a punto de producirse
fenómenos psíquicos.
En aquel momento del proceso, la naturaleza de los fenómenos
sufrió un cambio. Los batacazos fuertes empezaron a declinar y, en su lugar,
nuestras sesiones se vieron infestadas de toques y corrientes de aire. En una
sesión, A.G. fue tocado tres veces en las piernas, siguiendo una línea rea que
iba desde la parte frontal de su pierna hasta el tobillo. Los toques fueron haciéndose
poco a poco más firmes, hasta que, en junio, todos los participantes recibimos
empujones o sentimos que nos tiraban de la ropa. Sin embargo, el calor estival
cobró su tributo y, durante los meses de julio y agosto, el número de fenómenos
disminuyó. Sólo hubo débiles golpes y algunos contactos, excepto en una sesión,
durante la cual la silla en la que yo me sentaba fue golpeada por tres veces
consecutivas por algo invisible.
Estábamos a principios de septiembre, y yo tuve que
trasladarme a Filadelfia y Nueva York durante una semana. Mi ausencia me hizo
perderme el primer paso de la fase siguiente del desarrollo de los fenómenos. Al
cabo de veinte minutos de empezar la sesión (nótese que, al parecer, los
fenómenos comenzaban siempre de quince a veinte minutos después del principio
de la sesión), Raymond, A.G. y Marjorie oyeron unos ligeros silbidos, que emanaban
de un punto situado a la altura de los hombros de los miembros del círculo. Se oían
distintamente, con pausas entre ellos. A la semana siguiente, regresé. Fue como
si la “fuerza” advirtiera mi regreso, porque la única manifestación de aquella
noche fue un toque en mi lado izquierdo, muy poco después del comienzo. A la
semana siguiente, nada, pero, en las sesiones que vinieron después, las cosas
volvieron a marchar.
Las sesión del 22 de septiembre resultó la más
extraordinaria de la serie. Robin, A.G.y G.L. estaban de vacaciones. Marjorie
telefoneó diciendo que Raymond se
hallaba enfermo y que quizás deberíamos cancelar la sesión. Yo argüí que,
puesto que no habíamos suprimido ninguna sesión en treinta y ocho semanas,
debíamos continuar, por pocos asistentes que restaran. Al fin, Marjorie se
mostró de acuerdo. Raymond pudo reunirse con nosotros en el último momento,
pero, aun así, éramos sólo cuatro personas, por lo que apartamos las sillas
sobrantes. Al cabo de diez minutos, oímos los golpes más intensos de toda la
serie. Venían en intervalos de unos cuantos minutos y, en ocasiones, tan
fuertes que sólo lográbamos imitarlos golpeando con fuerza una de las sillas
metálicas con unas tijeras.
En la sesión de la semana siguiente, sólo nos reunimos tres,
puesto que Raymond seguía enfermo. Sin embargo, oímos algunos golpes.
Pro desgracia, con el mes de octubre llegó un descenso de
las manifestaciones. Los contactos se hicieron menos frecuentes y, durante
varias semanas, sólo hubo golpes, y aun estos escasos. Tuvimos asimismo varias
sesiones totalmente nulas, con gran descorazonamiento por nuestra parte al
compararlas con lo sucedido con anterioridad. Esta sequía duró algún tiempo. Pronto
comprendimos que nuestro círculo había
sus máximas posibilidades, que no podía dar más de sí y que las sesiones iban
de capa caída. Por tanto, al cabo de un año de firme y dedicada
experimentación, decidimos separarnos . conseguimos nuestro objetivo de
provocar algunos efectos psicocinéticos menores, pero fracasamos en cuanto a hacer que los objetos se movieran o que se
produjeran otros fenómenos físicos que nos habíamos propuesto como meta.
Aunque formaron una curiosa mezcla de éxito y fracaso,
nuestras sesiones nos parecieron instructivas. Sirvieron para demostrar que las
viejas doctrinas espiritistas – que la parapsicología actual ha arrinconado por
completo a causa de su acantonamiento en el laboratorio – poseen un valor
eficaz para el investigador psíquico. El hecho de que estos procedimientos
provocaran efectos telecinéticos, no importantes pero evidentes, me inclinaba a
creer también que los relatos de otros círculos familiares en los que aparecen
muestras extremadamente violentas de fenómenos físicos no son del todo
increíbles. Si nosotros conseguimos suscitar golpes, corrientes de aire y
contactos físicos, otros pudieron presenciar levitaciones y movimientos de
objetos e incluso escuchar voces.
El repaso de las notas de estas sesiones, cuatro años
después de su conclusión, me parece asimismo ilustrativo. Los fenómenos
siguieron una pauta regular. El silencio y el fracaso más absolutos daban paso
poco a poco a los golpes, estos a los contactos, seguidos por las corrientes de
aire. La declinación de los fenómenos siguió la pauta inversa. Las sesiones
animadas iban seguidas de otras nulas. Consista en lo que consista, la energía
PK seguía un proceso de acumulación gradual, descarga y renovación.
La primera objeción que el crítico se le ocurre oponer a
estos experimentos es, simplemente, que se trata de una broma. Tal vez alguno
de nosotros fuera el culpable. Este peligro, por otra partes muy real, queda
descartado por tres razones. En primer lugar, las sesiones y el desarrollo de
los fenómenos siguieron un orden lógico y consistente a lo largo de varios
meses. Si todo se debiera a un fraude, éste tendría que haber sido muy bien planeado
y ejecutado. En segundo lugar, ocurrieron fenómenos en ausencia de cada uno de nosotros.
Si los efectos que registramos eran fraudulentos, tuvieron que estar implicados
varios de los participantes. Por último, nos apiñábamos en la habitación
pequeña. A pesar de la oscuridad total, ningún miembro del grupo podía moverse
sin que los demás lo notaran. Asimismo, muchos de los golpes se produjeron
fuera del círculo y fuera del alcance de las manos o pies de cualquiera de los
presentes. ¿Y no interpretaríamos erróneamente sonidos normales? En realidad,
en las cincuenta y pico de sesiones, sólo ocurrieron dos falsos fenómenos, que
detectamos con facilidad. En primer lugar, el tintine de un objeto situado sobre el escritorio, causado por el
paso de un camión por una autopista cercana. El segundo incidente consistió en
unos ruidos procedentes de un armario que había en la habitación. Una rápida
investigación reveló al culpable. Descubrimos a uno de los gatos de Raymond al
levantarse de una improvisada e insospechada siesta sobre un cartón… En aquella
ocasión, habíamos olvidado comprobar las andanzas de los gatos, tal como
teníamos de costumbre.
El hecho de que los fenómenos ocurrieran hallándose ausente
cada uno, incluso varios de los componentes del grupo, no es un descubrimiento sorprendente.
Demuestra que, aun en el caso de que ninguno de sus componentes tenga dotes de
PK, el esfuerzo conjunto de un grupo estable puede producir un vórtice de
energía psíquica.
Aunque los círculos familiares sean muy prometedores respecto
al desarrollo de telecinesis, no significa que escapen a los problemas del
fraude. El desafortunado incidente que voy a relatar prueba bien a las claras
que, incluso entre amigos íntimos, no hay que excluir las trampas, a pesar de
la mutua confianza.
Hace unos años, los miembros de un círculo familiar
declararon haber presenciado levitaciones de mesas, objetos que se movían por
sí solos por toda la casa, la aparición de palabras escritas en un papel
fotográfico contenido en una caja sellada y otros fenómenos típicamente
espiritista, que habían fotografiado.
Sin embargo, no tardaron en suscitarse sospechas de fraude. Al
examinar las fotografías, apareció bien claro que las “levitaciones” habían
sido escenografiadas con todo cuidado. Se distinguían vagamente los hilos que
sostenían los objetos y, en uno de ellos, incluso se hacía visible un gancho. Hechos
tan condenatorios le obligan a uno a preguntarse si había algún elemento de
verdad en todos los fenómenos relatados. La respuesta llegó cuando se sometió
al grupo a investigación. Tan pronto como se apagaron las luces, una mujer
empezó a dar golpes en su silla con el talón del zapato, pretendiendo que eran
los espíritus. Otro miembro hizo levitar una mesa levantándola con la mano,
cosa ni siquiera original. La mesa osciló hacia atrás y hacia adelante, pero
siempre impulsada desde el lado del sujeto. Todo el asunto resultó
ridículamente fraudulento desde el principio hasta el fin. Un investigador
diseñó una “caja sellada”, que se suponía destinada a recibir la escritura
espontánea, constuyéndola de tal modo que, si alguien trataba de introducir
algo en ella, aparecerían señales de haber sido manipulada. Y así sucedió en
efecto.
Las componentes del grupo eran todos amigos y no buscaban un
beneficio económico ni la celebridad. Incluso gastaron algún dinero para
recabar los servicios de respetados parapsicólogos. En realidad se engañaban
entre sí y engañaban a los investigadores. ¿Por qué? Por puro gusto y por el
desafío que suponía. El caso significó una lección valiosa para la
parapsicología. A diferencia de los procedimientos legales. A menudo no existe
ninguno, excepto el tortuoso placer de tomarle el pelo a alguien. Por suerte,
en esta ocasión no fueron lo bastante hábiles.
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