LA INVESTIGACIÓN
PSÍQUICA Y LA OPINIÓN PÚBLICA
- William Barrett –
Dondequiera que el espíritu humano tenga la
más ligera posibilidad de conocer, hay un
problema legítimo para la Ciencia.
PROFESOR KARL PEARSON
Será generalmente reconocido, según creo, que la opinión
pública se ha modificado ostensiblemente, a propósito de los importantes e
interesantes fenómenos que están en los linderos del mundo invisible. Estamos
en el umbral de un nuevo mundo del pensamiento y la existencia de la Sociedad
de Investigación Psíquica, con la larga lista de miembros distinguidos que la
integran o que le han prestado su apoyo cordial, es un aprueba del cambio
profundo de ideas que ha tenido lugar en estos últimos años. Entre los miembros
de la Sociedad figuran un ex primer ministro de este país, el muy honorable A.
J. Balfour, que en su discurso presidencial a la Sociedad, en 1894, se expresó
como sigue (1):
(1) Proceedings
de la Sociedad de Investigación Psíquica, vol. X, págs.. 6 y siguientes. En
este lapso de tiempo, desde la fundación de la Sociedad en 1882, Mr. Balfour y
yo somos los únicos supervivientes de los primitivos vicepresidentes de la
misma.
“Ha llegado la hora en que los leaderes de la Ciencia en nuestro país y en otros, tengan que
reconocer por su propio interés y por el nuestro, que hay hechos bien
comprobados que aun no adaptándose al molde actual de la Ciencia o de la
experiencia organizada como ellos la conciben, exigen investigación y
explicación; que es obligado deber de la Ciencia, si no investiga por sí misma,
ayudarnos en la investigación… Toda limitación arbitraria de nuestra esfera de
acción debe evitarse. Incumbencia nuestra es anotar, investigar, clasificar y,
a ser posible, explicar hechos de más sorprendente y conmovedor carácter que
estos simples casos de telepatía. No descuidemos estos asuntos… Si muchos están
animados del deseo de conseguir la prueba, no por un laborioso procedimiento
deductivo, sino por observación directa de la realidad de inteligencias no
dotadas de una organización física semejante a la nuestra, no veo motivo para
criticar, y mucho menos para condenar… si interpreto acertadamente los
resultados que durante muchos años han estimulado a los miembros de esta
Sociedad y a las personas que fuera de ellas están asociadas por un espíritu
similar, creo que, cuando menos, hay una base sólida para suponer que en el
exterior del mundo (tal como estamos habituados a concebirlo, según la
Ciencia), hay una región… abierta indudablemente a la observación experimental,
espigando laboriosamente, aunque no por el camino trazado para ello en las
regiones más familiares del mundo de la materia. Es más: si no podemos abrigar
la esperanza de descubrir las leyes a que obedecen estos fenómenos medio
vislumbrados, algo se habrá conseguido probar, no especulativamente o por conjeturas, sino por el hecho demostrado
de que hay en el cielo y la tierra lo que hasta ahora no ha podido soñar
nuestra filosofía científica.”
Estas son las palabras de un estadista, no de un soñador, ni
de un fanático; la opinión de una inteligencia aguda y filosófica, acostumbrada
a investigar y pesar los testimonios y a contrastar los errores e ilusiones de
los hombre y de la Ciencia.
Otro célebre primer ministro, el muy honorable W. E. Gladston,
también dio su nombre y apoyo a la Sociedad de Investigación Psíquica, y desde
muchos años, antes de su muerte, fue socio honorario. También lo fueron el
laureado poeta Alfredo Tennyson, los grandes pintores G. F. Watts y lord
Leighton, lo mismo que los célebres escritores John Ruskin y R. L. Stevenson.
Los sabios más eminentes de Inglaterra y del extrajeron
testimoniaron su aprobación adhiriéndose o siendo miembros de la Sociedad o de
su Comité. Entre ellos están los últimos presidentes de la Real Sociedad que
ostentan la Orden del Mérito: lord Rayleigh, Sir Arch Geikie, Sir W. Crookes y
Sir J. J. Thomson. Otro presidente que fue de la Real Sociedad, también
condecorado con la referida Orden, Sir William Huggins, me ofreció su apoyo
cuando repartí las invitaciones para la Conferencia que determinó la fundación
de la Sociedad de Investigación Psíquica en 1822 (2). Sir W. Huggins, sin
embargo (como el arzobispo Benson, que también mostró franca simpatía), no
quiso, por varias razones, ser miembro de la Sociedad, aunque estaba convencido
de la autenticidad de algunos fenómenos supernormales que había presenciado.
(2) Puedo consignar que cooperaron a la
fundación de la Sociedad el diputado Mr. Dawson Rogers y Mr. F. W. Myers.
La activa gestión en la Sociedad, de Sir Oliver Lodge, que
fue presidente, es conocida de todos. En el continente y en América muchos
sabios dieron su valiosa adhesión a la Sociedad, como el profesor Charles
Richet de París, el profesor William James, de Harvard, ambos ex presidentes de
la Sociedad, y entre otros miembros extranjeros figuran los profesores Janet,
Bernheim, Lombroso, Schiaperelli, Flammarion y el trabajador infatigable
Hyslop; tampoco debemos olvidar al finado profesor Hertz; <<el lustre de
su nombre – dijo Mr. Balfour, en el discurso presidencial – elevó el rango de
nuestros trabajos>>. Tampoco tuvimos alejadas a personalidades ilustres
del clero, como el finado obispo de Carlisle, el Rev. R. J. Campbell y el
obispo Boyd Carpenter, que ha poco
tiempo fue presidente de la Sociedad siendo sus sucesores el profesor Henry
Bergson, doctor Schiller, de Oxford, profesor Gibert Murray D. Litt y el doctor
L. P. Jacks.
Es indudable que el gran éxito logrado por la Sociedad se
debe a la sabia dirección y labor infatigable prolongada de su primer
presidente, el profesor Henry Sidgwick, tarea, hábil y celosamente, continuada
por su viuda. Es casi innecesario mencionar los grandes servicios prestados a
la investigación psíquica por aquellos dos hombres tan conocidos y
brillantemente dotados: Mr. Ed. Gurney y Mr. F. W. H. Myers, ambos del Trinity College, de Cambridge, que
fueron los primero secretarios honorarios de la Sociedad. Algunos de nosotros
saben el desinterés, la firmeza, equidad y abnegación que integraba la labor de
Sidgwick, Myers y Gourney, en el estudio de estos difíciles problemas, y sin
duda, dentro de una o dos generaciones, los nombres de estos eminentes
descubridores serán honrados por todo el mundo intelectual.
Creen algunos que la Sociedad, como indica su denominación, procede
con exagerada cautela y que para los fenómenos del espiritualismo no tiene
suficiente amplitud de criterio. Alguna justificación hay para esta última
censura, pero precisa tener en cuenta que la prudencia con que procede la
Sociedad de Investigación Psíquica, es característica en toda investigación
científica y doblemente necesaria en un campo sembrado de rampas para los
incautos. Pero si edifica lentamente, edifica sólidamente y acoge con tanta
cordialidad al que le aporta nuevos conocimientos, como al que le demuestra que
cualquiera de las conclusiones a que ha llegado es inexacta. No cobra
honorarios por telepatía o aparecidos y ningún interés le reporta lo
supranormal. Las teorías aunque plausibles, que no abarquen el conjunto de los
hechos observados, deben ser desechadas; la superstición actúa en servicio
inverso, pero la Ciencia debe ser ajena a los prejuicios y prevenciones. Como
dijo oportunamente Sir John Herschel: “El perfecto observador deberá tener los
ojos abiertos de modo que disponga rápidamente todo hecho que, según las
teorías admitidas no deba producirse, y que estos son los que nos pueden servir de guías para
nuevos descubrimientos” (3).
(3) Discurso acerca de la Filosofía
natural, sección 5.
Esta aptitud de criterio permitió a los intrépidos
exploradores del espiritualismo arriesgar su reputación y afrontar el ridículo
y el vitupero por sus indagaciones; y cuando obtuvieron lo que les pareció la
prueba concluyente de la realidad del fenómeno, con valor singular publicaron
sus juicios. Fue de los primeros nuestro gran delator de sofismas y paradojas
el eminente matemático y catedrático A. De Morgan, que escribía en 1863: “Estoy
perfectamente convencido de haber visto y oído, en forma tal, que imposibilita
incredulidad de lo llamado espiritual, y que ningún ser racional capaz de
discurrir puede calificar de impostura, coincidencia o error” (4)
(4) Prefacio
de From Matter to Spirit. Véase también Miracles and Modern Spiritualism, del Dr. A. R. Wallace.
Testimonios similares han aportado el doctor A. R. Wallace,
O. M., y otras personalidades notables, y por último, las famosas experiencias
de Sir W. Crookes son conocidas por todos.
No solamente estos y otros hombres eminentes están
convencidos de la realidad de los hechos; multitud de personas de uno y otro
sexo, en el mundo entero, tienen idéntica convicción. Hace mucho tiempo el
doctor A. R. Wallace lo decía en un artículo de la Chambers’ Encyclopaedia: “El espiritualismo ha progresado y se ha
extendido a pesar del ridículo, falsedades y persecuciones, ganando conversos
en todas las clases de la sociedad y en todos los países del mundo civilizado”.
En sus propias experiencias han comprobado la realidad del fenómeno,
desconocido por la ciencia moderna, cuya explicación más sencilla es por la
hipótesis de un mundo espiritual poblado de seres inteligentes, capaces a veces
y por ciertos medios de comunicarse con nosotros. Ni la fuerza de la opinión
pública, ni los trapaceros que frecuentemente han embaucado a los ingenuos,
quebrantaron una fe que se remonta al pasado lejano (5) y cuya potencia aumenta
con la acumulación de testimonios que se producen de tiempo en tiempo, en uno y
otro lugar.
(5) Cf.
Myers, Classical Essays, págs. 83 y siguientes; véase también la History of the Supernatural , de Howitt.
Volumen I, cap. IX. Delitzsch, en su Biblical
Psychology, sección XVII, expone que los judíos, en el siglo XVII,
utilizaban “la mesa giratoria”; “La mesa se eleva aunque esté cargada con
muchos quintales”. En una obra publicada en 1614, esta experiencia se denuncia
como una cosa de magia. Zebi, en 1615, la defiende, atribuyéndola, no a la
magia, sino al poder de Dios. “pues cantamos – dice – cantos y salmos sagrados
y el poder del demonio no puede actuar donde se invoca a Dios”.
Retrocediendo 2000 años, una de las características del credo de los
Esenios, era el culto a los ángeles, que fue la causa de su creencia en el
espiritualismo. En efecto, los dogmas de esta secta mística se asemejan a los
sostenidos por los modernos espiritistas.
Los primitivos Concilios de la Iglesia, el de Elvira, Anno Domino 305, y el de Ancyra un poco
después, exhortaron a los cristianos contra los auges y fenómenos espiritistas
por ser obra del diablo y sus demonios, estos fenómenos eran calificados de
ilusiones. Esta no fue ,sin embargo la opinión de Santo Tomás de Aquino en el
siglo XIII, ni de la Iglesia Católica Romana entonces y ahora. (Véase el
folleto de Canónigo Mac Clure, Spiritualismo,
publicado por la S.P.C.K.)
El
filósofo Fichte dice: “Todo lo que hay grande y bueno en nuestra existencia
actual, únicamente proviene de que los hombres nobles y sabios renunciaron a
los placeres de la vida por amor a las ideas” (6). Cuando un hombre afirma, es porque ha hecho suya una
idea, y esto es siempre interesante y digno de que se escuche, y cuando un gran
número de ellos afirman y continúan afirmando en el transcurso de los años, sin
arredrase por opuestos prejuicios y persecuciones, se trata de un caso al que
todo amante sincero de la verdad debe prestar atención.
(6)
Fitche’s Works, Vol. VII, pág. 41.
Por otra parte, lo que se niega, o no tiene importancia o es la característica de rareza o
novedad de lo que se niega, a menos que
esto sea un modo de afirmar otra verdad, como, por ejemplo, la negación del
movimiento continuo. Negar la posibilidad del teléfono eléctrico, como algunos sabios escépticos la negaron en
mi presencia, en 1877, no tiene importancia ante el testimonio competente de
los que han visto y oído el teléfono.
¿Cómo se explica entonces que las negativas de los ignorante
y sectarios han tenido más peso en la estimación científica y popular que la
afirmación de los muchos testigos enumerados? Quede el examen de esta pregunta
para el capítulo siguiente.
En el umbral de lo invisible