- Lhermitte, Jean : ¿Qué es una Alucinación?




¿Qué es una alucinación?

¿Son fenómenos alucinatorios el desdoblamiento corporal y l apercepción directa de los órganos internos?

¿Qué es una alucinación desde el punto de vista de la psiquiatría?

Muchas son las definiciones que se dieron de este fenómeno. Una de las más viejas, ya que se la debemos a Esquirol, fundador de la psiquiatría, sigue siendo la menos controvertida: “Un hombre, escribe, que tiene la íntima convicción de experimentar una sensación en el mismo momento en que ningún objeto exterior susceptible de provocarla está al alcance de sus sentidos, es un hombre que está alucinando”. Resumiendo esta definición, podemos decir que la alucinación es “una percepción sin objeto”. Por supuesto, no se ha dejado de criticar esta fórmula, alegando que había una contradicción en sus términos, en el sentido de que una percepción implica siempre la presencia de un objeto capaz de provocar los sentidos. Peor, por otra parte, resulta fácil comprender que el alucinado, convencido de ver y oír, percibe con toda claridad imágenes visuales o auditivas, pero su característica singular obedece, justamente, a que no es bastante aceptable, de modo que la utilizaremos para no caer en monótonas reiteraciones.

Pero hay un punto que debe quedar inmediatamente en claro: ¿qué significa que el sujeto alucinado debe tener, según Esquirol, la íntima convicción de experimentar una sensación?¿Debemos entender que para un verdadero alucinado es indispensable creer que esa sensación corresponde a un objeto real, o sólo que experimenta realmente una sensación o una percepción, en tanto que su sentido crítico y su razón se oponen a que admita la presencia de un objeto verdadero que se le ha manifestado detrás de la imagen virtual, sea visual, auditiva, olfativa o táctil?

Del mismo modo, ¿debemos considerar auténticamente alucinado a un enfermo que cree percibir nítidamente que sobre su cama se deslizan unos animales, o que ve personajes gesticulando frente a él, aunque su sentido crítico siga siendo lo bastante agudo para hacerle rechazar esos fantasmas? Dos concepciones se oponen: según algunos autores, muchos de ellos eminentes, para que haya auténtica alucinación es necesario que el sujeto esté persuadido de que la imagen que percibe corresponde a un objeto real; para otros, al contrario, todo individuo que tiene la convicción de oír, en una palabra, de percibir a través de uno de los sentidos, pero sin poder actuar desde afuera sobre sus sentidos, es un alucinado.

Este enfoque nos parece el más adecuado por diversas razones: la primera se debe a que el fenómeno alucinatorio, separado de su envoltorio y de los síntomas psicológicos, es el mismo en las dos eventualidades; la segunda , obedece a un hecho frecuentemente verificado: la certidumbre de que el mismo objeto pasa con toda facilidad de la alucinación criticada o consciente a la alucinación no criticada, la cual, como ya dijimos, sería la alucinación verdadera para algunos autores.

ALUCINACIÓN, ILUSIÓN, INTERPRETACIÓN

Entre los parientes próximos de la alucinación se halla, en primer término, otro trastorno de percepciones, al cual resulta sumamente común, que se mezcle la percepción sin objeto: la ilusión. Ésta no es ya una percepción sin basamento material, sin objeto, sino que es una percepción deformada. Como lo dice Lasègue: “La ilusión se apoya en la realidad, pero adornándola; la alucinación inventa todo, no dice una sola palabra de cierto.”

Retomando el ejemplo precedente, digamos que un sujeto que ve retozar animales en su cama, cuando lo cierto es que no hay nada de ello, es víctima de una alucinación; pero un enfermo que percibe espectros o personajes entre los pliegues de un abrigo o de una cortina agitada por el viento, es presa de una ilusión.

Agreguemos que a la alucinación y a la ilusión se oponen las “interpretaciones”.

Ya no se trata de trastornos psico-sensoriales, sino de perturbaciones específicamente intelectuales, que consisten en la apreciación de un hecho real pero deformado por una alteración del juicio. Así, un enfermo que se imagina reconocer el signo de la burla general de enemigos que lo persiguen al oír el silbido de una sirena, debe ser considerado como alguien que interpreta , no como un alucinado.

Observemos que si bien esta distinción  es fácil de establecer en lo abstracto se revela difícil de ser aplicada en la vida concreta, siempre en movimientos y llena de elementos diversos. Por eso, contrariamente a lo que podría pensarse a priori, afirmar que tal sujeto es verdaderamente un alucinado es arriesgarse a tropezar con serias dificultades, sin contar con la de hallarse frente a un trastorno fingido, por juego o mistificación.

Intervenga o no el espíritu crítico, las alucinaciones que hemos mencionado corresponden, pues, a una perturbación psico-sensorial lo que significa que si el dispositivo nervioso de uno o de varios sentidos interviene, la percepción  sin objeto abarca también un estado psicológico particular, que no es de la misma esencia en todos los alucinados.

Emprender el estudio de un alucinado, no se reduce a determinar la calidad y la autenticidad de la alucinación, sino que implica descubrir los elementos psicológicos que la rodean, esto es volver a poner la percepción en el ambiente psicológico en cuyo seno el fenómeno se manifestó y desarrolló.

Por otra parte, atribuir una importancia mayúscula a lo que llamamos estesia, es decir la intensidad de la imagen visual, auditiva, olfativa u otra, no significa considerar que la vivacidad de estas seudo-percepción constituye lo primordial de la alucinación. Además de la estesia y la sensorialidad, debe determinarse la calidad de la alucinación. Y así como las imágenes de nuestros sueños son imágenes pobladas, las imágenes alucinatorias, cuya  pluralidad y diversidad nos la describen los enfermos, no son una cosa cualquiera, sino que representan una parte de la personalidad del sujeto, de sus sentimientos, inclinaciones, apetitos, afectos u odios, y también de sus ideas.

No cabe duda que no es lo mismo encontrarse frente a un ángel, la Virgen, el demonio, o ver animales horrendos, o hasta inocentes bestias cuyos juegos nos agrada mirar.

Bajo esta disparidad  se oculta una significación que  no debemos desdeñar. Y, como lo demostraremos más adelante, puesto que no hay azar en la naturaleza ni nada que carezca de sentido, hasta nuestros propios sueños, como lo señaló Freud, también las alucinaciones tienen una significación. No importa que esté escondida o se transparente; lo que sí concierne al clínico, es revelar, tras esas apariencias sensoriales, el sentido, la significación oculta que enmascaran o entrañan.

LAS DIFERENTES CLASES DE ALUCINACIONES ABARCAN LOS CINCO SENTIDOS.

No es sorprendente saber que hay tantos tipos de alucinaciones como sentidos tenemos. No existe el psiquiatra que no haya observado alguna vez alucinaciones de la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto o la impresión de nuestro cuerpo, la cenestesia.

Pero el panorama quedaría incompleto si no añadiésemos las alucinaciones de la sensibilidad propioceptiva ( la que nos proporciona la sensación de las actitudes de nuestros miembros), curiosas alucinaciones cuyo objeto es la imagen de nuestro cuerpo.

Nuestro predecesores relacionaban esta variedad de alucinaciones del yo corporal o trastornos cenestésicos, es decir, la sensibilidad orgánica, gracias a la cual tomamos conciencia de la sustancia de nuestro cuerpo. En la actualidad conocemos mucho mejor su esencia, pues se produjeron notables progresos en el estudio de lo que se ha llamado “la imagen del yo “ , o más precisamente la imagen corporal (The bodily image de los autores anglosajones)

En su esencia, las alucinaciones visuales no presentan complicación alguna. Pueden manifestarse por la aparición de formas elementales, de luces más o menos vivas – las fotopsias - , o mediante visiones formales muy diferenciadas,  que dan una apariencia perfecta de ser seres vivos o cosas (normopsias). Mucho más excepcional es observar alucinaciones verbales análogas a ese Mané Thecel Phares que ilustra la comida del Faraón. Esta variedad que, repito, parece ser de carácter excepcional, se distingue radicalmente de las precedentes ya que, en este caso, la alucinación no concierne a una imagen tomada del mundo exterior, sino a las palabras y, en consecuencia a esa cosa muy intelectualizada que es el lenguaje.

Las alucinaciones del oído son mucho más complicadas que las visuales; y han llamado especialmente la atención de los psiquiatras puesto que al ser ricas de significación, permiten hacerse un juicio sobre la calidad del trastorno mental de los sujetos que las presentan, así como también porque dichas ilusorias percepciones llevan en sí la prueba de una desorganización mental infinitamente más profunda que los fantasmas de la vista.

Precisamente en este punto es preciso determinar bien el problema en que debemos centrar nuestra atención, evitando así cometer errores en su comprensión (errores bastantes abundantes hasta el momento, provocados por la oscuridad y la confusión de la técnica lingüística con que se lo abordó). Al igual que los otros sentidos, la audición puede, en consecuencia, ser el objeto de percepciones sin objeto. También en este caso como en otros, identificaremos alucinaciones elementales formadas de ruidos y de sonidos mal diferenciados, alucinaciones comunes, que responden a fenómenos sonoros particulares a un objeto dado: el silbido de una sirena, el tañido de una campana, una melodía musical, por ejemplo, y finalmente alucinaciones de la palabra oída, es decir alucinaciones auditivas verbales.

Mystiques et faux mystiques.
Profesor Jean Lhermitte