- La extraña historia de los animales calculadores




La extraña historia de los animales calculadores

El mecanismo invisible que proporciona a los calculadores prodigiosos la solución buscada, adquiere una naturaleza todavía más misteriosa cuando se trata de animales capaces de extraer raíces cúbicas sin artificio alguno.

¿Qué fuerza los posee entonces?

¿Hay alguna interferencia telepática con el hombre , o algo aún más complicado?

¿Por qué no todos los animales manifiestan esa facultad?¿O a caso es porque nosotros no la advertimos?

En los circos y en las ferias, son muy comunes los animales sabios. A menudo podemos ver allí un perro o un caballo que cuenta o que calcula, golpeando con una pata, y el público aplaude. Pero en general, el número no es taquillero.

En épocas menos hastiadas de todo (Los animales calculadores parecen haber desaparecido, por lo menos en Francia. Un llamamiento que hizo en ese sentido una importante revisa de divulgación científica, quedó sin respuesta) los animales calculadores apasionaron a la muchedumbre y también provocaron la curiosidad del mundo científico.

Evidentemente, en nueve de cada diez casos, se hace trampa, y aunque la habilidad del que amaestra al animal no es menos digna de elogio, el resultado es bastante pobre.

Sin embargo no pudo menos que rendirse a la evidencia: no había truco alguno. Y desde ese momento, el número adquiere un interés real.

LOS CABALLOS DE ELBERFELD

Uno de esos enigmáticos casos, tal vez el más célebre, es el de los caballos de Elberfeld, Alemania. A principios de este siglo, un aficionado a los caballos llamado Wilhem von Osten, los sometía a un entrenamiento particularmente refinado, entre otras cosas, intentaba enseñarles a contar. En poco tiempo logró que Hans, semental, lo hiciese. Al principio, en un caballete se escribía un número cualquiera y Hans, golpeando con el casco sobre una especie de estado de madera, marcaba las decenas con el casco derecho y las unidades con el izquierdo, indicando así las cifras inscritas.

Mediante el mismo procedimiento se enseñó a leer. El caballo marcaba con la mano siguiente un código muy simple: 1=A; 2=B; 3=C, etc.

Hasta aquí todo era normal: sin duda, el animal había sido muy bien amaestrado, peor que alguien acostumbrara a un caballo a marcar con determinado número de golpes una cifra concreta, no era como para perturbar a los racionalistas. Sin embargo, había algo que podría sorprendernos: el número de lecciones para enseñarle el alfabeto.

Pero Hans no se durmió en los laureles y, después de haber asimilado las cifras, aprendió a calcular. Su amo escribía sobre la pizarra 35+15 y Hans golpeaba 50 veces.

Esto ya superaba lo normal. Algunos hablaban de milagro, otros no disimulaban su reticencia. El propio emperador se interesó en el asunto y ordenó que se constituyera una comisión de profesores para estudiar las hazañas de ese caballo maravilloso.

Esta comisión dio un dictamen formal, que no dejaba dudas: el caballo no calculaba, sino que actuaba orientándose por signos imperceptibles para el hombre, aunque proporcionados por los asistentes cuando los golpes que daba para marcar la cuenta se aproximaban al resultado.

Desalentado por tal informe, Osten vendió el semental a uno de sus admiradores, un tal Krall, joyero de la comarca y hombre muy rico. Este hombre estaba convencido de la extraordinaria inteligencia de su adquisición; decidió proseguir su educación y, además, comenzar a educar  con el mismo método a otros dos caballos, Muhamed y Zarif.

Krall rehízo los experimentos de Osten, intensificándolos. Uno de los más particulares consistía en mostrar a Hans y sus dos condiscípulos un problema y, acto seguido en plena oscuridad, es decir que los caballos ya no tenían delante el número, la operación era resuelta sin la menor dificultad y sin error.

Los dos nuevos prodigios progresaban de manera fulminante. Dos horas de lección diaria, como máximo, les permitieron efectuar en menos de dos semanas sumas y restas. Algunos días más tarde, empezaron con las multiplicaciones y las divisiones. ¡Al cabo de cuatro meses de instrucción, estos alumnos modelos se atrevían con las raíces cuadradas y, paralelamente, aprendían el alfabeto!

La noticia de los nuevos éxitos de los caballos de Elberfeld (se hicieron célebres con el nombre de la ciudad donde residía su dueño) recorrió Europa y provocó vivas controversias.

Al espectacular trío, Krall agregó un nuevo camarada, llamado Hänschen, que muy pronto se reveló tan dotado como sus compañeros.

A favor de aquella época, debemos decir que muchos destacados científicos y profesores universitarios viajaron hasta Elberfeld para tener una información directa de los hechos.

Por supuesto, pensaban que los animales no estaban realmente dotados de la facultad de calcular. Sin embargo, tampoco quisieron negarlo rotundamente antes de verificarlo.

No es posible que en nuestra época hubiese sucedido otro tanto: os especialistas interrogados se habrían apresurado en calificarlo de superchería. Pero, como vamos a verlo, la verdad es otra.

Entre los que se mostraron escépticos, aunque generalmente sinceros, se encontraba un ilustre psicólogo suizo: Claparède.

Claparède nos dejó un riguroso testimonio de sus observaciones. En primer lugar, nos cuenta, Krall escribe una operación relativamente complicada en una pizarra: raíz de 36 x raíz de 49 = ? El más dotado de los cuatro caballos, Muhamed, es traído frente a la pizarra; de inmediato empieza a golpear con una de las patas anteriores. La primera respuesta que da es errónea: 52. Pero enseguida, al ser reprendido por su amo, da la respuesta correcta: 42.

El psicólogo propone entonces una pregunta mucho más complicada: ¿Cuál es la raíz cuadrada de 614.656?

Muhamed golpea dos veces con la pata derecha y ocho veces con la izquierda, proporcionando así la respuesta justa: 28.

Claparède asistió a varias sesiones similares y regresó a su país fuertemente impresionado. En su informe posterior, analiza las diferentes y probables explicaciones que podrían ser tenidas en cuenta.

Entre estas explicaciones destacan las siguientes: Superchería, signos involuntarios transmitidos por la concurrencia, telepatía, aptitudes intelectuales en los animales.

La primera hipótesis fue rápidamente excluida. Nadie podía poner en tela de juicio la buena fe de Krall. Este hombre creía con toda su alma en la inteligencia de sus caballo y no era susceptible de sospecha alguna. Por otra parte, cuando la superchería existe siempre es bastante fácil descubrirla. Pr lo demás, fue frecuentemente empleada en el caso de los animales calculadores y no deja de ser interesante saber en qué consiste. En principio , durante varios días no se alimenta al caballo y se lo lleva al lugar donde más adelante realizará las exhibiciones. Allí, un ayudante agita ante los ollares del animal un haz de avena, mientras el entrenador le impide avanzar. En su impaciencia, el caballo se pone a escarbar el suelo con una de sus patas anteriores. En ese momento, el entrenador lo suelta y le permite comer. Muy pronto el caballo toma la costumbre de escarbar en cuanto se halla en el lugar destinado a la exhibición y el entrenador se pone a su lado como lo ha hecho durante el adiestramiento. A partir de entonces, con una señal que generalmente pasa desapercibida al público, el entrenador logra fácilmente que el caballo deje de escarbar. Así se establece en el animal una reacción condicionada y , el día del espectáculo, el entrenador le hace la señal de no escarbar más cuando el número de golpes es correcto. El entrenamiento está consumado; ha nacido un caballo calculador. Pero esta explicación no se aplica al caso de los caballos de Elberfeld. Aparte el hecho de que la personalidad de Krall aleja esta hipótesis, están los serios y convincentes testimonios de Claparède y muchos otros. ¡Además, la cosa cambia cuando el caballo logra contar las decenas con una pata y las unidades con la otra!

¿Era telepatía?

Por razones personales, Claparède desechó categóricamente la telepatía no porque hubiese probado lo contrario, sino porque no creía en los fenómenos telepáticos. Por las mismas razones, descartó tajantemente la hipótesis de que los caballos pudiesen calcular. Finalmente, optó por la hipótesis de los signos involuntarios de la concurrencia, signos que detendrían los golpes que daba el animal cuando llegaba al resultado buscado.

Claparède resolvió estudiar el porcentaje de las respuestas exactas (los caballos de Krall no eran precisamente infalibles y se equivocaban bastante a menudo).

Su  interesante encuesta dio lo siguiente: 11% de respuestas exactas para las preguntas fáciles y el 13% para las difíciles; en otra serie 7,5% para  las fáciles y nuevamente 13% para las difíciles. En su opinión, el mero estudio de estas cifras revelaba la clave del misterio. Así deducía que si existía en los animales la facultad de calcular, no cabe duda que habrían tenido más posibilidades de acertar las respuestas fáciles que las difíciles, por simple lógica. Ahora bien, si admitimos la hipótesis de los signos involuntarios que la concurrencia emitiría durante la exhibición, entonces lo adecuado es pensar que la emoción de la gente aumentará en proporción a la dificultad del problema y, por consiguiente, los caballos percibirían más fácilmente sus reacciones emocionales.

Pieron, un psicólogo francés, argumentó que en los espectadores debían alterarse el ritmo respiratorio y que esto sería percibido por los caballos , si tenemos en cuenta la proverbial fineza de su oído. Krall había colaborado siempre con quienes se interesaran científicamente en las dotes de sus caballos, pero cuando le tocó el turno a Pieron, parece ser que estaba ya bastante cansado de las investigaciones y los requisitos que las acompañaban. De tal modo, el argumento de Pieron no tuvo ocasión de verse ni ratificado ni desmentido por los hechos.

Más tarde, sin embargo, otros investigadores tuvieron ocasión de tomar contacto con este fenómeno.

Así fue como los profesores Mackensi y Assagioli obtuvieron la autorización para hacer trabajar al  más joven de los caballos, Hänschen, ante la presencia de Krall y sus palafreneros.

Los dos profesores apuntaban los problemas en una pizarra y el porcentaje de respuestas correctas fue muy satisfactorio.

Acto seguido, asilaban al caballo en un lugar cerrado y después de haber escrito el problema que el animal había de resolver, se retiraban cerrando la puerta por cuya mirilla observarían la operación. A pesar de ello, las respuestas seguían siendo correctas, lo que sorprendía mucho a los observadores. El profesor alemán Hartkopf – cuyo nombre correspondía perfectamente a su temperamento , pues en alemán significa “cabeza dura” – no se dejó impresionar por esos resultados y quiso evitar que el caballo se rebuscase una información mirando al investigador que estuviese detrás de la mirilla. Las respuestas fueron preparadas por un tercero y Hartkopf abría el sobre que contenía la pregunta. Hartkopf no conocía la respuesta, de modo que cuando el caballo respondía, él abría solamente el sobre que contenía la respuesta correcta.

El caballo daba la respuesta en algunos segundos y en este lapso, Hartkopf, que no era un calculador prodigioso, no hubiera podido efectuar la operación, era extraer la raíz tercera de 29.791 o de 103.823. Más tarde, los experimentos llegaron a proponer hasta la raíz cuarta de un número de seis cifras. La respuesta fue exacta. Evidentemente, la hipótesis del estímulo a través de los signos inconscientes de los espectadores quedaba también descartada.

Como consecuencia de todo esto, hubo en Alemania una verdadera epidemia de caballos y perros calculadores. Aunque fue imposible lograrlo con un elefante, los perros se mostraron particularmente brillantes. Los de la señora Moeckel, de Mannheim, tuvieron tanta repercusión como los caballos de Krall.

Recordemos el caso del zarcero Rolf, cuyo talento fue descubierto por azar, un día que su dueña enseñaba aritmética a sus hijas: las niñas daban pésimas respuestas a los problemas; en un momento dado, Rolf respondió por ellas golpeando con su pata en la mesa. Por supuesto, entre todas esas maravillas se deslizaban muchos tramposos. Pero de todos modos, basta con los caballos de Elberfeld para poner de relieve la importancia de esta cuestión.

EL MISTERIO SUBSISTE

La teoría de los signos inconscientes prevaleció durante largo tiempo. No obstante ya hemos visto que tras el experimento de Hartkopf no era digna de crédito. ¡Y sin embargo, cada vez que aludimos al asunto, el 95% de nuestros interlocutores invoca esta teoría para explicar los hechos!

Puesto que rechazamos la hipótesis , ¿qué teoría admitiremos? Parece completamente ridículo creer que los caballos sean capaces de resolver con sus propias facultades mentales problemas semejantes. Por lo tanto, ¿debemos quedarnos mudos? Esta actitud sería sin duda la más prudente. Pero al menos podemos argumentar que en el mundo tienen lugar también otros fenómenos inexplicables. En un libro sobre el caballo, Lavondes vuelve a citar la opinión de quienes pretenden que los golpes que da el caballo por la pata, así como los pies de las mesas que se mueven solas, son la manifestación de operaciones que se desarrollan en el inconsciente de su interlocutor.

Explicar lo desconocido mediante lo desconocido no es muy positivo que digamos. Por tal razón, y si la ocasión se presenta, sería conveniente abocarse una vez más a estudiar este tipo de fenómenos.

De todas formas, antes de cerrar provisionalmente creemos oportuno trascribir las ideas expuestas por Aimé Michel en un reciente artículo: <<No se trata de cálculo animal, sino de una interferencia desconocida entre el pensamiento humano y el pensamiento animal. En Elberfeld, todo ocurría como si el pensamiento humano hubiera podido, en circunstancias difíciles de esclarecer, actuar en el animal. ¿Debemos relacionarlo con el hipnotismo?¿Con la transmisión de pensamiento?¿Con los efectos psi? Sólo podríamos saberlo si retomáramos de otra manera los experimentos que se hicieron en el pasado.

NOTAS

La historia de los caballos calculadores es el típico tema tabú de la literatura científica. Así, por ejemplo, Hediger habla de “la estúpida leyenda de los perros y caballos que se expresan golpeando sus patas”.

Hay que reconocer que los escritos de la gente que creía en las facultades matemáticas de los animales suelen ser ingenuos.

El profesor Gustav Wolf, siquiatra de Bäle, escribía en 1914 “Una vez más, algo realmente grande y perturbador se ha manifestado fuera del ámbito de la ciencia organizada. Y, como ocurre siempre que s trata de una cosa nueva, debemos enfrentarnos al dogma de la enseñanza y de la Iglesia.”

Hemos intentado demostrar que detrás de la apariencia de mistificación o de grosera farsa de los fenómenos , se disimula una realidad que bien puede ser objeto de estudio.
Maeterlinck, que trató con frecuencia de sondear el misterio de la vida animal, regresó profundamente impresionado de su visita a Elberfeld.

Krall repitió varias veces el nombre de Maeterlinck delante de Muhamed y enseguida le pidió que lo repitiera. El caballo no se hizo rogar y , según el código idiomático aprendido, deletreó, siempre golpeando con una pata, Mazrlk, cosa que puede pasar por una aproximación bastante satisfactoria. El peta se quedó solo con el caballo y le planteó algunos problemas y de inmediato recibió las respuestas, respuestas que él mismo ignoraba.

En los Estados Unidos hubo también caballos con facultades similares a los de Elberfeld. Entre ellos, se destacó la yegua Lady, que respondía a las preguntas luego de pensar por un momento de letargo. No sólo estaba dotada para el cálculo, sino también para los idiomas, ¡y se dice que respondía muy bien a preguntas en chino!

También es de destacar el caso de Black-Bear, un poney que demostró tener muchas aptitudes para la geometría.

La pensé non humaine
Jacques Graven.


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