Un caso de desmaterialización parcial - Alexander Aksakof


Un caso de desmaterialización parcial
Alexander Aksakof


PREFACIO
El Sr. Aksakof es ruso y descendiente de antigua y noble familia, cuyos miembros han ocupado siempre lugar distinguido en la literatura y en las ciencias. Un tío suyo es autor de varias obras justamente consideradas como clásicas; los dos hijos de éste también son escritores notables. Uno de ellos, Constantino, ha publicado algunos libros sobre Historia y Filosofía, y el segundo – abogada – es uno de los más distinguidos literatos de Rusia.
 Pero el Sr. Aksakof no necesita de los méritos de su familia para hacer brillar los suyos propios, que son grandes, y comenzaron con sus estudios en el Liceo Imperial de S. Petersburgo – instituciones privilegiadas de la antigua nobleza de Rusia. Una vez terminados, se dedicó al de la Filosofía, al cual le llevaba su carácter positivo y metódico, y al de la Religión, temas éstos que preocuparon su inteligencia hasta un extremo tal que aprendió el hebraico, aprovechándose de las enseñanzas de la notable obra de Fabre d’Olivet – La Langue Hébraique Restituée, y el latín, porque Swedenborg, cuyas obras entonces estudiaba, las había escrito en la lengua de Cicerón. Aksakof quiso traducirlas al ruso; sin embargo, como encontrase dificultades a causa del estilo genial, casi siempre oscuro y original del Vidente, siguió, durante años, cursos de Filología, en los cuales incluyó el de su propio idioma, profundizando en él con ayuda de un compatriota suyo, el Sr. Dahl, quien más tarde tradujo al ruso la primera obra de Aksakof, publicada en francés en 1852, sobre Swedenborg: Una Exposición Metódica del Sentido Espiritual del Apocalipsis, según el Apocalipsis Revelado.
En 1854, habiendo caído en sus manos la obra de A. J. Davis: Revelaciones de la naturaleza divina, Aksakof abrió nuevos horizontes a sus aspiraciones y tendencias intelectuales, reconociendo un mundo espiritual de cuya realidad ya no dudaba.
A fin de hacer un completo estudio fisiológico y psicológico del hombre, se matriculó en 1855 como estudiante libre en la Facultad de Medicina de Moscú, al mismo tiempo que ampliaba los conocimientos sobre física, química y matemáticas. En esa época, recibió una obra de Beecher: Demostración de las Manifestaciones Espiritualistas, la primera que leyó respecto de éstas, procurando ponerse al tanto de lo que sobre el tema estaba publicado, y seguir paso a paso el movimiento espiritualista en Europa y en América. Robusteció sus estudios con todos los libros que, sobre el magnetismo y el psiquismo – entre otros los de Cahagnet, a quien visitó en París, en 1861 – aparecían, principalmente en Francia; para lograrlo, hacía sacrificios que solo su espíritu, siempre ávido de conocimientos, podía emprender, revolviendo librerías y pidiendo en todas partes las obras que no encontraba en Rusia. Se puede decir que su trabajo de propaganda empezó en 1855, con la traducción al ruso de todas las obras de Hare, Edmonds, R. Dale Owen, William Crookes, Informe de la Sociedad Dialéctica de Londres, y la fundación de periódicos como el Psychische Studien, de Leipzig, una de las mejores revistas con que cuenta hoy el Espiritismo.
No fue solamente escribiendo como el Sr. Aksakof hizo propaganda: además creó adeptos entre las personas de talento reconocido, y logró que el profesor de química Boutlerow admitiese la realidad de los fenómenos producidos en 1871 por medio del Sr. D. Dunglas Home. Varios profesores rusos tuvieron, de igual modo, ocasión de verificarlos, entre otros el Sr. Wagner, catedrático de zoología, que publicó una carta en la Revue de l’Europe (abril de 1875), haciendo con que la Sociedad de Física nombrase una Comisión para investigar los fenómenos producidos por el Sr. Bredif, médium con quien el Sr. Wagner había estudiado.
Y aquí es de justicia recordar que a Rusia pertenece la gloria de haber nombrado la primera Comisión de carácter puramente científico para el estudio de los fenómenos llamados espiritualistas. Esa Comisión estaba presidida por el célebre físico Mendeleyeff, y los médiums fueron mandados venir de Francia y de Inglaterra por el Sr. Aksakof.
Desgraciadamente la Comisión no se ajustó a las condiciones establecidas, y, en vez de observar los hechos con la debida calma y criterio, se dejó arrastrar por ideas preconcebidas; después de la quinta o sexta sesión, Mendeleyeff suspendió la investigación y publicó más tarde su informe en un libro: Datos para Establecer un Juicio sobre el Espiritismo, en el cual afirma que los fenómenos espiritualistas son todos producidos por aparatos que los médiums llevan bajo sus ropas, opinión digna de figurar al lado de la del peroneo lateral corto, para explicar el ruido de las mesas, presentada por los Sres. Cloquet, Jobert de Lamballe, Velpeau y Schif, y aceptada como buena por la Academia de las Ciencias de París, demostrando solamente que, en muchas ocasiones, no basta ser o pasar por sabio para tener un criterio vulgar.
Al libro de Mendeleyeff, Aksakof contestó con otro titulado: Un Momento de Preocupación Científica.
El Sr. Aksakof también sostuvo aventajadamente una polémica con el célebre filósofo del Inconsciente, el señor Von Hartmann, y publicó en alemán una voluminosa obra, la más completa que se conoce sobre el Espiritismo; se titula: Animismo y Espiritismo.


Eduard von Hartmann

Hombre de brillante posición social, se consagró durante veinticinco años al servicio del Estado, alcanzando varios títulos, tales como Consejero secreto del Zar, Consejero de la Corte, Consejero efectivo del Estado, y otros que constituyen un premio a los buenos servicios prestados por el Sr. Aksakof a su patria.
Verdadero sabio, raras veces se encuentran unidas tanta inteligencia y tanta erudición a un criterio imparcial. Jamás se dejó arrastrar por los entusiasmos de sus convicciones; nunca perdió la serenidad en sus juicios, y, en medio de su fe, tan ardiente y sincera, no olvida el razonamiento frío que le hace comprender cuáles pueden ser las causas de los fenómenos que observa, lo cual lo coloca por encima de esa infinidad de fanáticos que no estudian, que no experimentan, y que aceptan como bueno todo cuanto se les quiere hacer creer.
Polemista terrible y escritor delicado, sus trabajos llevan la convicción al espíritu; y tal sinceridad se ve en sus obras que, leyéndolas, se siente la necesidad de creer en ellas.
Alíese esto a un carácter bondadoso y a una voluntad férrea, que no se achica ante los obstáculos, así como a una pasión inmensa por el ideal que lo lleva a recorrer Europa para hacer experiencias, y se tendrá una idea superficial respecto de ese investigador incansable, dotado de un alma varonil, de un talento privilegiado.
Nunca permaneció ocioso; sus artículos abundaban en los periódicos espiritualistas, y no hay persona medianamente ilustrada que no conozca alguna de sus célebres experiencias con los médiums Home, Slade, d’Espérance, o alguno de sus estudios acerca de fantasmas y formas materializadas.
Durante el año de 1886, se encontraba el Sr. Aksakof en Londres, experimentando con el médium Eglinton. Se trataba de conseguir pruebas de la fotografía trascendental (1), fenómeno sobre el cual había oído hablar en San Petersburgo. Se acordó efectuar las sesiones en la casa recientemente construida de un rico caballero inglés, amigo particular del Sr. Aksakof, asistiendo a ellas el dueño de la casa, su esposa, un amigo, Sr. N…, el Sr. Aksakof y Eglinton.


William Eglinton

Se eligió el salón del tercer piso.
A la entrada del salón había una cortina morada, suspendida de un lado por un cordón de seda. Para obtener la oscuridad, se cerraron las ventanas, cubriéndolas, en seguida, con paños.
La máquina fotográfica fue colocada de modo que Eglinton, sentado delante de la cortina, así como el fondo de ésta, visible a través de la abertura, podían ser retratados. Los chasis y las placas, marcadas con el nombre del Sr. Aksakof en caracteres rusos, habían sido traídos por él. A la izquierda del aparato, se colocó una pequeña mesa redonda y, sobre ésta, una lámpara de alcohol, rodeada por un ancho cartón, al cual se adaptó un reflector cóncavo, metálico, de 7 pulgadas de diámetro. La lámpara alumbraba así la sala, de modo a evitar la luz sobre el objetivo del aparato, y al mismo tiempo, serviría para encender el magnesio. En esa mesa también se hallaban varias trenzas de magnesio, cada una compuesta de tres hilos de ese metal, de 7 u 8 pulgadas de longitud, preparadas por el Sr. Aksakof, que daban luz suficiente, según se verificó en ocasiones anteriores, para la obtención de un resultado satisfactorio en fotografía. Esas trenzas se fijaban sólidamente, por medio de un alambre de hierro, a tubos de vidrio; el Sr. N… fue el encargado de encenderlas a una señal convenida, teniendo el especial cuidado de dirigir el campo luminoso del reflector sobre las figuras que debían ser fotografiadas.
Terminados estos preparativos, el Sr. Aksakof cerró la puerta del salón con la llave, que guardó en el bolsillo, y de una caja retiró un chasis que colocó en la máquina fotográfica.
Eglinton, sentado frente al objetivo del aparato y delante de la cortina, había caído en trance (sueño magnético), con el cuerpo inclinado hacia los experimentadores y las manos cruzadas sobre el pecho. Su respiración, penosa y casi convulsiva, anunciaba que iba a producirse algún fenómeno importante. No obstante, las primeras manifestaciones, a pesar de sorprendentes, no satisficieron al Sr. Aksakof, que, juzgando terminada la experiencia, decidió suspenderla, cuando, repentinamente, y en el momento en que ardía una trenza de magnesio, salió por detrás de la cortina una forma de hombre, que avanzó cuatro o cinco pasos por la sala, colocándose después al lado de Eglinton, que yacía como muerto en la silla.
La forma estaba vestida de blanco, dice el señor Aksakof; su rostro estaba rodeado por una barba negra, descubierta, y una especie de turbante envolvía su cabeza. ¡Es Abdulá!... exclamé.
- No, respondió el dueño de la casa; esta forma tiene dos manos y la de Abdulá, que aparecía en las sesiones que Eglinton nos dio en S. Petersburgo, tenía solamente mitad del brazo izquierdo. Como para confirmar esta observación, el fantasma movió los brazos, nos saludó y desapareció por detrás de la cortina. Algunos segundos más tarde volvió a aparecer, y, a la luz del magnesio, vi con sorpresa que el fantasma rodaba su brazo izquierdo.
Eglinton, en trance profundo, no podía sostenerse de pie. Yo estaba a cinco pasos de él y, a la luz intensa que lo alumbraba, pude contemplar el extraño visitante.
Era un hombre joven, lleno de vida; se le distinguían claramente la piel viva del rostro, la barba negra, las espesas y oscuras cejas, y su mirada enérgica, fija en el aparato todo el tiempo (15 segundos) que duró el magnesio en llamas. Cuando se mandó cubrir el objetivo, y antes de que se extinguiese la luz, la forma desapareció detrás de la cortina, y Eglinton cayó, como muerto, al suelo.
La situación era crítica; no nos movimos, no obstante, porque Eglinton estaba influenciado por una fuerza sobre la cual nada podíamos. Inmediatamente se abrió nuevamente la cortina, reapareciendo el fantasma, que se aproximó a Eglinton e, inclinándose hacia él, empezó a hacer pases sobre su cuerpo.
Mirábamos en silencio y con asombro tan extraño espectáculo; al cabo de algunos momentos Eglinton se movió; se levantó poco a poco, quedando por fin de pie. Entonces la forma lo rodeó con sus brazos y lo condujo a su lugar.


Materialización de un espíritu a través del médium W. Eglinton

Inmediatamente, escuchamos la voz débil de Joey (uno de los Espíritus-guías de Eglinton), recomendando que sacásemos al médium al aire fresco y le diésemos a beber agua con brandy. La dueña de la casa se apresuró en ir a buscar el agua; pero encontrando cerrada la puerta, volvió para pedirme la llave. Le respondí que me disculpase; pero como el suceso era extraordinario, yo deseaba abrir la puerta personalmente. Examiné la cerradura a la luz, y abrí después.
Eglinton, en trance profundo, no podía sostenerse de pie, y fue preciso que lo llevásemos en brazos al comedor, donde lo colocamos frente a una ventana abierta; presa de convulsiones, cayó al suelo, produciéndose una hemoptisis.
Fueron necesarios quince minutos de fricciones y el empleo de sales para hacerlo volver en sí y despertarlo de su profundo sueño.
Dejándolo entregado a los dueños de la casa, fui con el Sr. N… a revelar las placas y, tan pronto empezó a aparecer el dibujo, volví apresuradamente al comedor para dar a Eglinton, que no podía moverse, esa excelente noticia. El médium pagó caro su triunfo, pues pasó más de hora y media sin poder caminar.
Las fotografías fueron preparadas al día siguiente y salieron muy buenas: las dos formas, de pie, se habían movido, aunque eso no fuese perceptible a la vista; el resultado, pese a todo, no deja de ser satisfactorio. Se reconoce perfectamente la de Eglinton, a pesar de estar con la cabeza inclinada hacia atrás y apoyada sobre el brazo que la sostiene.
A su lado está la forma humana que vimos con vida; la barba y las cejas se notan perfectamente; no sucede lo mismo con los ojos, pues están difusos; la particularidad de esta figura es, sin embargo, la nariz, corta y completamente diferente de la de Eglinton, y que recuerda mucho a la de la figura obtenida por la fotografía trascendental. Las cejas no se parecen a las de esta figura, sino a las de Eglinton. Las fotografías tienen en una esquina mi nombre en caracteres rusos.
Después de algunas consideraciones, el Sr. Aksakof termina:
Los incrédulos dirán que hubo fraude, pues en las experiencias estaba interesado un médium de profesión, a quien debía pagarse. No obstante, es evidente que allí Eglinton no podía llevar a cabo todo cuanto sería preciso para engañarnos; luego, hay que suponer un conchabamiento entre los dueños de la casa y los de la tienda donde compré el aparato fotográfico y las placas. El Sr. X…, dueño de la casa, ocupa una posición social idéntica a la mía, y por tanto no se puede decir que hubiese en él un móvil material como causa del fraude; esto, sin contar el hecho de que la ejecución habría sido enormemente complicada, reuniría circunstancias más que suficientes para que se descubriese el embuste. No es, pues, posible que cualquier interés haya podido inducirlo a un artificio; y, además, ¿por qué debería ser él y no yo el engañador? Es más lógico suponer en mí el interés de mentir, pues mi propósito sería evidente: nada más natural que, absorbido en el Espiritismo, yo me viese obligado a defenderlo de cualquier modo.
La incredulidad, en cambio, no me sorprende ni me desanima, porque las convicciones no son fruto de la casualidad; ellas son la resultante de las opiniones anteriores que concurrieron para su formación, en el transcurso de los siglos; la creencia en los fenómenos de la Naturaleza no se adquiere por la razón y por la lógica, sino por la fuerza de la costumbre, y por esta misma fuerza, lo maravilloso dejará de serlo.
Ahora que hemos dado aquí, visto que la principal obra del Señor Aksakof – Animismo y Espiritismo – ya es muy voluminosa, una ligera noticia biográfica del autor, conforme a las notas proporcionadas por el ilustre Dr. Otero Azevedo (2), que lo conoció personalmente, y hemos relatado resumidamente un suceso importante de materialización por él observado y fotografiado, permítasenos hacer una justificación respecto de este libro.
La obra del Sr. Aksakof atendiendo, no obstante, a que entre nosotros era dispensable e incluso fastidiosa la lectura de una gran mayoría de las cartas de que el Sr. Aksakof hace acompañar el original de su trabajo en apoyo del hecho que relata, hemos decidido, con su consentimiento, suprimir los testimonios más o menos idénticos, citando tan solo los nombres de las personas que asistieron a la desmaterialización.


                                    EL TRADUCTOR  

CAPÍTULO I
Teoría
Uno caso de los más extraordinarios se produjo en diciembre de 1893, en una sesión realizada en Helsingfors (Finlandia) por la Sra. d’Espérance, hecho que proyecta viva luz sobre los misteriosos fenómenos de materialización, y que confirma, por la vista y por el tacto de muchos testigos, lo que hasta la presente fecha no era sino un postulado teórico exigido por la lógica.
En todos los tiempos fue reconocido por el Espiritismo que el fenómeno de materialización se produce a expensas del cuerpo del médium, que proporciona los elementos necesarios, es decir, que un cierto grado de desmaterialización del médium corresponde al comienzo inevitable del fenómeno de materialización del Espíritu. Pero todavía nadie se había decidido a llevar esa teoría hasta sus últimos límites, a extraer las consecuencias extremas que debían deducirse de ello absoluta y lógicamente.
Por una parte, escaseaban datos y observaciones directas que justificasen esa conclusión; por otra, el hecho extraordinario de desmaterialización, que es forzoso ahora admitir (y que, en cambio, no es más extraordinario que el de la propia materialización, a que ya nos vamos acostumbrando), explica, de un modo suficiente, el motivo por el cual todavía no ha sido expresamente formulado y admitido en general.
Tenemos, sin embargo, un acontecimiento que nos da el derecho de expresarnos con mayor certidumbre; es lo que intentaremos describir.
El estudio de los hechos mediúmnicos nos lleva a admitir tres especies de materializaciones:

1 – La materialización invisible, que debemos admitir indirectamente, viéndose movimientos de objetos que solamente un órgano humano invisible podía producir, como indiqué en la obra Animismo y Espiritismo, y teniéndose las sensaciones de contacto que se experimentan en las sesiones a media oscuridad, y que se atribuyen a una mano, aunque ésta permanezca invisible.
Esa suposición está confirmada por los hechos en general de la fotografía trascendental, y en ciertos casos particulares de ese género de fotografía, en que la vista y el tacto de las formas invisibles a la vista normal son confirmados por la fotografía. Tales son, por ejemplo, las fotografías de Beattie, así como las de Mumler, en que la Sra. Conant, la famosa médium americana, ve una aparición que le toca la mano, y en que la fotografía demuestra ser realmente una mano perteneciente a un ser invisible a la vista ordinaria; o aún la fotografía del Sr. Tinkham, sobre la cual se ve un pequeño pedazo de la ropa ser levantado por una mano invisible.
La fotografía trascendental nos proporciona la prueba de la existencia efímera de formas reales, objetivas, que no podemos comprender no siendo por la hipótesis de una materialización, en principio, aún invisible a nuestros ojos. La materia necesaria es, ciertamente, tomada del médium, pero su cantidad es hasta tal punto mínima que el grado de desmaterialización del médium no es perceptible a nuestros sentidos.
2 – El fenómeno bien conocido de la materialización visible y tangible, pero solamente parcial e incompleta.
Así, la aparición de las manos ocurrió desde el comienzo del movimiento espiritualista. Se produjo a plena luz, mientras el médium se hallaba en medio de los asistentes. Más tarde, en las sesiones oscuras, esas manos continuaban notándose, y al mismo tiempo las del médium permanecían sujetas. En estas condiciones también se obtuvieron materializaciones parciales: cabezas, bustos, figuras más o menos fluídicas, pero en la oscuridad. Cuando, por fin, se empezó a aislar al médium detrás de la cortina o en el gabinete oscuro, se obtuvieron apariciones de manos, cabezas, bustos, más nítidas, que se mostraban incluso con un poco de luz. Según la teoría, a este fenómeno de materialización parcial debe corresponder una desmaterialización parcial del médium, es decir, de alguno de sus órganos, o una desmaterialización general más o menos inapreciable para nuestros sentidos.
No se han podido hacer sobre el médium, que en estos casos se hallaba siempre solo en el gabinete, observaciones directas en cuanto a las modificaciones que pudiesen acompañar, en su cuerpo, la producción de los fenómenos.
Pero, en último lugar, en el caso de las sesiones con la Sra. D’Espérance, de las que trataremos minuciosamente, obtuvimos la plena confirmación de nuestras conclusiones lógicas, mientras la Sra. D’Espérance se encontraba bajo una débil luz delante de la cortina, y las semimaterializaciones se producían detrás de ésta (por ejemplo, apariciones de manos y bustos), varias personas se aseguraban, por medio del tacto y de la vista, de que se había producido una semidesmaterialización de su cuerpo, o sea, de sus pies y de sus piernas.



Sra. D’Espérance

3 – La materialización completa, es decir, la de una forma humana completamente visible y tangible, que para la vista común no difiere en nada de un cuerpo humano vivo. Este fenómeno es el desarrollo más elevado, el non plus ultra de la materialización, durante la cual el médium se encuentra aislado en la oscuridad y generalmente en trance (sueño magnético).
Un largo estudio de este fenómeno obliga a reconocer que, mientras se obtiene la completa materialización de una forma humana, esa materialización presenta indudablemente los rasgos del médium, y de ahí resultan las sospechas de embuste y el deseo de desenmascararlo, etc. Todas las tentativas para ver al médium y a la forma entera al mismo tiempo (durante las cuales, desgraciadamente no se ha atendido al estado de los dos cuerpos: el del médium y el de la forma) han resultado infructíferas, con raras excepciones. Cuando, por fin, se estaba seguro, por medio de garantías excepcionales (por ejemplo, sujetándose los cabellos del médium en el exterior del gabinete o sometiéndolo a una corriente galvánica), de que el médium no podía hacer, consciente o inconscientemente, el papel de esa forma de aparición, y que, no obstante, la semejanza de la forma y del médium era completa (como en el caso de John King que se asemejaba a su médium Williams y  el de Katie King, que se asemejaba a Miss Cook, su médium), fue obligado admitir que el doble o desdoblamiento del médium era el punto de partida del fenómeno.


Eglinton y la materialización de John King

Sin embargo esa expresión nos lleva a una falsa interpretación, porque puede comprenderse o imaginarse que ese doble es, por decirlo así, una mitad, un simulacro de su cuerpo, mientras que su verdadero cuerpo se encuentra detrás de la cortina.
En realidad, eso no es una mitad, ni un simulacro de cuerpo, sino un verdadero cuerpo completo, en carne y hueso, que es en todo semejante al médium. ¿En qué se convirtió, entonces, en el mismo instante, su cuerpo real? No se puede, razonablemente, admitir que el médium tenga, en un determinado momento, dos cuerpos completos absolutamente idénticos. Ya hemos dicho que era completamente lógico admitir que el grado de materialización de una aparición corresponde al grado de desmaterialización del médium; si, en consecuencia, la materialización de la forma humana que aparece es completa, la desmaterialización del médium debe ser también completa, o, al menos, debe llegar a un punto tal que éste podrá volverse invisible a nuestros ojos, si nos quisiésemos asegurar de su estado durante ese fenómeno.
En resumen, teniendo siempre en vista la tesis de que toda materialización necesita de una desmaterialización correspondiente en el médium, la escala completa de los diversos fenómenos se presenta así:
1º- La materialización invisible primordial corresponde a una desmaterialización mínima e invisible del médium, que se conserva visible.
2º-  La materialización visible, pero parcial, incompleta en cuanto a la forma o a la esencia, corresponde a una desmaterialización máxima o completa del médium hasta el tiempo en que, a su vez, él se hace invisible.
Admitido esto como principio general (lo cual, no obstante, no excluye todas las especies de matices y posibilidades, según las aptitudes especiales de los diversos médiums y la composición del círculo, y también porque ignoramos los límites del desarrollo del fenómeno), nos explica, hasta cierto punto, numerosos hechos misteriosos de materializaciones que parecen dudosos y causan sospecha.
A ese tema volveremos en un capítulo especial. La cuestión importante es esta:
¿Tenemos sucesos verídicos que justifican los puntos 2 y 3 del formulario general que acabo de establecer?
Es posible contestar afirmativamente.
Comenzaré por un suceso de mi experiencia personal, sobre el cual he reflexionado durante mucho tiempo y que ahora se presenta en apoyo de esta teoría, con tan fuerte presunción que equivale casi a una prueba positiva.
Se trata de la materialización clásica de Katie King, que ya he descrito en la obra Animismo y Espiritismo, y que volveré a reproducir aquí, abreviadamente.


William Crookes

Sucedió en 1873. William Crookes había ya publicado sus artículos sobre la fuerza psíquica, pero aún no daba crédito a las materializaciones, diciendo que solo las aceptaría como tales cuando pudiese ver, al mismo tiempo, la forma materializada y el médium.
Como en aquella época me encontrase en Londres, deseé, muy naturalmente, ver el fenómeno – único entonces – con mis propios ojos.
Después de haber sido presentado a la familia de la señorita Cook, fui graciosamente invitado a asistir a la sesión que debía llevarse a cabo el 22 de octubre. La sesión se verificó en un pequeño aposento que servía de comedor. Miss Florence Cook se sentó en la silla colocada en un rincón del aposento, detrás de una cortina corredera. El Sr. Luxmoore, que dirigía la sesión, exigió que se examinase cuidadosamente el lugar y el modo en como él acababa de atar a la médium, pues consideraba imprescindible tal medida. Ligó, primeramente, cada una de las manos de la médium con un lazo fuerte, selló los nudos; después las juntó por el lado de la espalda, las ligó con el mismo lazo, y selló nuevamente los nudos; a continuación, volvió a ligarlas una vez más, con una larga cuerda, cuyas extremidades salían fuera de la cortina hasta fijarse en la mesa, al lado de la cual se puso el Sr. Luxmoore.


Katie King

De ese modo, la médium no podría levantarse sin tirar por la cuerda. El aposento era iluminado por pequeña lámpara, colocada detrás de un libro. En menos de un cuarto de hora apareció una forma humana que levantó la cortina y se puso al lado de ella: estaba vestida de blanco, tenía la fisonomía descubierta, pero los cabellos estaban ocultos por un velo blanco. Las manos y los brazos estaban desnudos… era Katie. Durante la sesión, Katie conversó con las personas presentes. Su voz era tan dulce que parecía un murmullo. Ella repitió varias veces:
- Hacedme preguntas, pero preguntas racionales. Yo le dije:
- ¿No podéis mostrarme vuestra médium?
- Sí, venid deprisa y mirad.
En ese momento levanté la cortina y no faltaba más que dar un paso, cuando la forma blanca desapareció. Delante de mí, en un rincón, en la oscuridad, se hallaba la forma oscura de la médium, sentada en una butaca. Llevaba un vestido de seda negra; he aquí por qué no fue posible verla más distintamente.
Tan pronto como regresé a mi lugar, la forma blanca de Katie apareció nuevamente, cerca de la cortina, y me preguntó:
¿La habéis examinado bien?
Respondí:
- No como deseaba, porque había mucha oscuridad detrás de la cortina.
- Tomad entonces la lámpara y examinad deprisa, replicó Katie en tono decidido.
En un segundo estaba yo con la lámpara detrás de la cortina. Todo indicio de Katie había desaparecido; yo solo tenía ante mí a la médium inmersa en profundo sueño magnético, sentada en la butaca, con las manos ligadas por detrás de la espalda. La luz que se le proyectaba en la fisonomía produjo su efecto habitual: la médium empezó a gemir y a intentar despertar. Un diálogo interesante se estableció por detrás de la cortina, entre la médium, que se esforzaba por despertar y Katie King, que intentaba adormecerla nuevamente. Pero ésta fue obligada a ceder. Dijo adiós y todo quedó en silencio. La sesión estaba terminada.


 Alexander Aksakof

El Sr. Luxmoore me invitó a examinar los lazos, los nudos y los sellos. Todo estaba intacto; y, cuando él me propuso que cortase los lazos, fue con gran trabajo como conseguí introducir en ellos la tijera, tal el modo como estaban atados.
Mi confianza en la autenticidad del suceso es absoluta, y lo considero como de la más alta importancia para la confirmación del principio teórico que nos ocupa.
Preguntan ciertas personas: ¿Cómo debemos comprender este fenómeno, y qué conclusión hay que sacar de ahí? Katie presentaba, como se sabe, una semejanza perfecta con su médium. Era su doble y no una forma alucinatoria, pero lo era en carne y hueso, con corazón y pulmones, según lo verificado por William Crookes.
¿Se puede razonablemente admitir que la médium, en un momento dado, tenga dos cuerpos completos  al mismo tiempo: uno bajo la forma de Katie, fuera del gabinete, otro bajo su propia forma, dentro del gabinete?



William Crookes and Katie King 


Evidentemente no. Los lazos conservados intactos demuestran que Katie no era la médium en persona, haciendo inconscientemente el papel de Espíritu. La médium no hubiera podido, en un momento, cambiar el vestido, libertarse de los lazos, volver a vestirse como antes, y atarse, incluso aunque esto fuese posible desde el punto de vista físico. Hay que creer, pues, que aunque yo pudiese anticiparme a Katie, o poner la vista en el gabinete mientras ella estaba fuera, tampoco hubiera del mismo modo visto a la médium, ni su vestido, o cosa alguna de esto. Pero ¿cómo comprender que la forma se coloque con la rapidez del relámpago en el lugar de la médium, vestida y atada? El vestido y los lazos debían por tanto, al desaparecer el cuerpo, caer por tierra. ¿Cómo pues retomarlos? Esto nos lleva a suponer que no todo el cuerpo se desmaterializa, pero que subsiste algo – un substrato, una forma astral, que conserva las posiciones de los lazos y del vestido, y que, de ese modo, la forma materializada puede, en un momento, separarse de esa forma fluídica, después reunirse nuevamente a ella; y, así, la médium se halla en su lugar.
Sabemos que, en las sesiones con luz, las manos materializadas aparecen con una rapidez incomparable, y desaparecen de nuevo en el médium.
El fenómeno es, pues, el mismo. Tenemos en apoyo de esta teoría un hecho perfectamente convincente, en la aventura siguiente del coronel Henry S. Olcott, llegado a América en 1874 con la médium Sra. Elisabeth J. Compton.
El coronel lo cuenta en su libro People from the Other World (4).
Mi primera sesión con la médium se llevó a cabo en la noche de 20 de enero de 1874. Los espectadores, en número de seis, estaban sentados en sillas, alrededor del cuarto, a la distancia de ocho pies del gabinete. La señora Compton tomó lugar en el interior de éste, en una silla; se bajó bastante la luz de la lámpara y, durante mucho tiempo, nada sucedió de interesante. Por fin, la puerta se abrió y apareció la figura de un indio: nos dirigió una interpelación y me saludó cordialmente, pero no volvió a salir, declarando que la médium estaba muy débil y abatida para proveerlo de la fuerza necesaria.
En la tarde siguiente se mostró la niña Katie Brink, que anduvo alrededor del cuarto, tocó a diversas personas y les acarició las manos y la cara. Traía un vestido fluctuante de muselina blanca, con puntillas de crepe, en la cabeza un velo de novia que le caía hasta las rodillas; se deslizaba como si tuviese zapatos de terciopelo y, visible por la mitad tan solo en la oscuridad, se asemejaba a la novia de Corintio de Goethe…
Después de haber pasado por los otros espectadores, vino hasta mí, que tenía una de las manos apoyada en el tabique del gabinete, y, acariciándome dulcemente la frente, se sentó en mis rodillas, colocó un brazo en mis hombros y me besó en la mejilla izquierda. Su peso no era mayor que el de una criatura de ocho años, pero sentí sus brazos firmes en mis hombros, y los labios que me besaron eran tan naturales como los labios de una persona viva.
Después de acordarlo con los asistentes, penetré en el gabinete, mientras la niña permanecía por el lado de fuera; no encontré allí a la médium, pese a haber examinado no solo todos los rincones, como además, para mejor asegurarme de que no estaba alucinado, la butaca, las paredes y todo el espacio en torno. Solo podía haber una alternativa: o el Espíritu no era un Espíritu, y sí la médium, o la médium se había transfigurado a la moda de los taumaturgos orientales (evocadores de los muertos). Quise resolver definitivamente esta cuestión antes de dejar la ciudad.
Al siguiente día, por la tarde, después de haber obtenido el asentimiento de la Sra. Compton, para que ella se sometiese a mis investigaciones, retiré sus pendientes y la coloqué en el gabinete, en una silla, a la cual la até pasando un hilo del nº 50 a través de los orificios de sus orejas, lacrando y sellando las puntas del hilo en el respaldo de la silla, sobre cuyo lacre imprimí mi sello particular. Después fijé la silla al suelo por medio de bramante, cuyas puntas lacré y sellé de modo completamente seguro.
Tan pronto hubo disminuido la luz, como es habitual en estas sesiones, y se cerró la puerta del gabinete, cantamos durante algunos minutos; a continuación, a través de la abertura practicada en la parte superior de la puerta, dos manos fluctuaron de derecha a izquierda, desapareciendo enseguida. Volvieron a aparecer dos manos aún más grandes, y, entonces, una voz me habló (si no era la del difunto Daniel Webster, puede decirse que era su reproducción exacta, en profundidad, sonoridad y tonalidad), me dio instrucción completa y me sugirió medidas de prudencia sobre el modo en cómo yo debía continuar mis investigaciones.
Cuando yo penetrase en el gabinete, me aconsejó él, mientras el Espíritu permanecía por el lado de fuera, podría tantear y tocar libremente por todas partes, para convencerme de que la médium no estaba allí, pero yo debía poner todo el cuidado para no tocar la silla de un modo más efectivo. En cambio, me estaba permitido acercar las manos tan cerca como desease, pero de modo que evitase el contacto directo con la sustancia (de la silla).
A continuación, debía colocar en el estrado de la balanza una cobertura, no importaba de qué clase, para que el Espíritu no estuviese en contacto con la madera o con el metal.
Prometí proceder conforme a estas indicaciones y pronto tuve la satisfacción de ver, por la puerta abierta, a la niña vestida de blanco a que ya me he referido. Ella avanzó, recorrió el círculo, tocó a varias personas y se acercó seguidamente a la balanza. Yo estaba sentado, listo para actuar, con una de las manos en el peso y la otra en el marcador, y tan pronto como ella subió, tomé su peso, sin perder un segundo. Ella se retiró enseguida del gabinete; y, entonces leí la marcación a la luz de una cerilla. Pesaba solamente 77 libras inglesas…
El Espíritu volvió a salir e inmediatamente penetré en el gabinete; lo examiné todo con el mayor cuidado, pero al igual que antes, no encontré señal alguna de la médium. La butaca allí permanecía, pero en ella no se hallaba ningún cuerpo. Rogué entonces a la niña-Espíritu que, si le era posible, se hiciese más ligera, y ella subió a la balanza.
Tan deprisa como de la primera vez, puse la balanza en equilibrio, y así que ella se retiró, leí en el marcador el peso de 59 libras.
Reapareció aún una vez, y entonces recorrió todos los espectadores, acarició la cabeza de uno, la mano de otro, se sentó sobre las rodillas de la Sra. Hardy, puso dulcemente la mano en mi frente, me acarició la mejilla y subió al estrado de la balanza para permitirme una última prueba. Esta vez no pesaba más de 52 libras, pese a que no se había notado, desde el comienzo hasta el final, ninguna modificación, ni en su vestuario, ni en su apariencia corporal…
Terminado esto, Katie ya no volvió a aparecer. Después de pasados algunos minutos, fuimos interpelados por la voz baja, profunda y gutural del jefe indio, que se mostró en la puerta. Se entabló una conversación entre él y el Sr. Hardy, el cual había habitado algunos años entre los indígenas del Oeste, y dio testimonio de la autenticidad del lenguaje hablado por el Espíritu-jefe.
Entré con una lámpara en el interior del gabinete y encontré a la médium exactamente tal como la había dejado antes de comenzar la sesión; todos los hilos y sellos del lacre estaban intactos. Ella se mantenía sentada, con la cabeza apoyada contra la pared, la carne pálida y fría como el mármol, visibles las pupilas bajo los párpados entreabiertos, sin respiración y sin pulso. Así que todos hubieron verificado los hilos y los sellos del lacre, los corté con la tijera y llevé a la mujer cataléptica al aire libre, sosteniendo la silla por el asiento y el espaldar. Ella permaneció así 18 minutos, sin movimiento; la vida le volvió poco a poco al cuerpo, hasta que la respiración, el pulso y la temperatura de la piel retornaron al estado normal. La coloqué en la balanza, pesaba 121 libras.
Como la forma de Katie Brink pesaba 77 libras, se deduce que para el cuerpo de la médium en el gabinete restaban tan solo 44 libras, algo más de un tercio de su peso normal; y, en cambio, él ya era invisible a nuestros ojos, al igual que sus ropas y los hilos. Hay que suponer, pues, que existía allí un cuerpo que conservaba la posición del cuerpo de la médium, de sus ropas y de todos los hilos, que les servía de base invisible. Pero la forma de Katie Brink no se asemejaba a la de su médium; tenía la estatura de una niña de 8 años. ¿Qué debía, pues, restar del cuerpo de Miss Cook, siendo, al decir de William Crookes, el cuerpo de Katie King mucho mayor que el de su médium?
Tenemos, por tanto, el derecho de pretender que el resto era invisible, y la transfusión del cuerpo materializado en su cuerpo astral (que estaba sentado en la silla) se hizo con una rapidez incomprensible. Aquellos que han examinado las apariciones de manos pueden hacerse una idea de la rapidez con que esas manos aparecen y vuelven al cuerpo del médium; esto puede hacer comprender la rapidez de la desaparición de una forma entera.



Florence Cook y Katie King

William Crookes hizo, por diversas veces, la observación de que, al entrar al mismo tiempo que Katie en el gabinete oscuro, ella había desaparecido en ese mismo momento. Como él mantenía siempre la pretensión de ver, al mismo tiempo, la forma y la médium, acabó por tener éxito en ello, pero una vez tan solo, en la oscuridad, cuando Katie ya no podía hablar; ella se hallaba, pues, en estado de semidesmaterialización.
Es pena que la forma de Katie no se hubiese pesado; se podría casi afirmar que ella tenía nueve décimas del peso de la médium.
Aquí también añado un hecho de mi experiencia, que confirma los dos precedentes:
En 1890 fui expresamente a Gotemburgo, para efectuar con la Sra. D’Espérance una serie de sesiones de materialización.
Ella me autorizó a someterla a toda clase de pruebas que yo considerase necesarias para convencerme de los fenómenos, privilegio éste que aún no había concedido a nadie.
En la sesión de 5 de junio yo estaba sentado, como de costumbre, muy cerca del rincón del gabinete donde se hallaba la Sra. D’Espérance, sentada a mi lado; solo nos separaba la cortina, cuya abertura lateral estaba muy cercana a mi hombro derecho; yo no tenía más que tirar por la cortina un poco de lado, para poder ver a la médium. La forma materializada que apareció entonces, bajo el nombre de Yolanda, ya se había mostrado varias veces, e incluso, apoyándose en mi brazo, había dado la vuelta al círculo. Una lámpara, al fondo, cubierta con varias hojas de papel encarnado, esparcía una floja claridad; pero cuando yo me encontraba con Yolanda, incluso bajo la lámpara, ésta alumbraba lo bastante para que yo pudiese reconocer en ella indudablemente los rasgos de la médium. Así que regresamos al gabinete, retomé mi lugar; Yolanda se mantuvo mitad fuera, por la abertura central de la cortina.
Entonces, no cesando de observarla, pasé cautelosamente el brazo derecho por la abertura lateral de la cortina, cerca de mí. No tenía más que extender un poco el brazo para asegurarme de si la médium se hallaba en el lugar; fue lo que hice. La médium estaba sentada en una butaca con brazos, muy baja. Levanté la mano hasta la altura del respaldo de la silla, y la dejé a continuación deslizarse del respaldo hasta el asiento; la médium no estaba allí.


Yolanda materializada

Pero en el mismo momento en que mi mano ya se encontraba sobre el brazo de la silla, Yolanda entró en el gabinete, una mano cayó sobre la mía, repeliéndola.
Inmediatamente después, la médium me pidió de beber; le tendí un vaso de agua por la misma abertura de la cortina por donde ya había pasado el brazo; la médium estaba en su lugar, con el vestido encarnado de mangas estrechas. Yolanda, un instante antes, era visible con un vestido blanco, teniendo los brazos desnudos hasta la espalda, los pies también desnudos, con un velo blanco que le caía por el cuerpo, desde la cabeza; pero había desaparecido, exactamente como había sucedido con Katie. Este caso me dio mucho que pensar. ¿Cómo Yolanda, que tenía mitad del cuerpo fuera del gabinete, pudo notar los movimientos de mi brazo en el interior de éste?
Esto era positivamente imposible para ella, pues la oscuridad casi completa no le permitía ver lo que mi brazo hacía allí, o bien lo que hacía mi mano; en cambio, el movimiento de la mano que repelió la mía era tan deliberado como preciso. Si era realmente la médium en persona, quien de un modo consciente o inconsciente representaba a Yolanda, y si la silla estaba realmente vacía, la médium no podía ver ni sentir el movimiento de mi mano; ella debería continuar haciendo su papel de Espíritu, permanecería en su lugar o entraría en el gabinete, o bien saldría nuevamente, como si nada hubiese sucedido. Sin embargo, ocurrió un percance; Yolanda no volvió a mostrarse y fue preciso terminar la sesión. Cuando oí decir, al día siguiente, que algo había atemorizado a la médium, fui a interrogar a la propia Sra. d’Espérance, sin, con todo, decirle cosa alguna de mis observaciones. Me respondió que, hacia el fin de la sesión, algo se movía en torno a ella, a su cabeza, a sus hombros; que eso la había amedrentado tanto que involuntariamente había dejado caer la mano sobre la cual apoyaba la cabeza, y que en ese movimiento, había encontrado otra mano, lo cual la había asustado todavía más.
Era bastante extraño. Las impresiones de la Sra. d’Espérance eran exactamente las que ella debía experimentar, si estuviese en su lugar. Y sin embargo mi mano no había encontrado su cuerpo en la silla. ¿Quién, pues, había tenido esas impresiones? ¿No habría que sacar de ahí la conclusión de que en la silla se conservaba un simulacro de su cuerpo, imagen dotada de sensación y consciencia?
La Sra. d’Espérance posee también, como es sabido, el don de la escritura mediúmnica; así, ella recibe, en el transcurso o fuera de las sesiones, las comunicaciones de un tal Walter que se dice el director de los fenómenos de materialización. Yo también me serví de ese medio para saber qué explicaciones recibiría sobre aquello. En el día inmediato, rogué a la Sra. d’Espérance que tomase del lápiz; y la conversación siguiente se produjo entre el Espíritu Walter y yo.
- ¿Habéis visto lo que atemorizó a la médium?
- Sí; una mano se puso delante de ella, después se colocó en sus rodillas, y enseguida en su mano. Fue todo.
- ¿De quién era esa mano? (pues yo guardaba siempre mi secreto.)
- No lo vi, porque mi atención solamente fue atraída hacia ese hecho cuando la médium se asustó.
- Mi deseo principal era ver a Yolanda y a la médium al mismo tiempo. ¿Es esto posible?
- Todo depende del estado en que ella (la médium) haya quedado.
- Si miro inmediatamente en el gabinete, ¿veré a la médium en su lugar?
- Probablemente. Todo depende de a qué persona se retira la materia para la composición de la forma de Yolanda. Si hay cierta cantidad de materia en el círculo, de modo que no la retiremos solamente de la médium, veréis a ésta tan claramente como en este momento.
Algunos días más tarde, como Yolanda hubiese estado varias veces fuera del gabinete (mientras la médium había sido atada por mí con un lazo en torno a su cuerpo, lazo cuyas puntas pasaban por una presilla sujeta al suelo y fijada a mi silla), pregunté a Walter:
- ¿Cuánto resta de materia en la médium, desde que ha salido Yolanda?
- No creo que haya quedado gran cosa de la médium, exceptuando los órganos de los sentidos.
- Si, mientras el cuerpo de la médium ha desaparecido completamente, yo pasase dulcemente la mano en su lugar, ¿le haría daño?
- Podría suceder eso si apoyaseis fuertemente la mano. Si pasase cualquier cosa que pudiese tocar la forma materializada, la médium tendría de eso conocimiento inmediato.
- ¿Y si yo pasase la mano a través del cuerpo de la médium?
- Eso lo afectaría seriamente, si no estuviésemos para resguardarlo a fin de evitar una desgracia. Ese ensayo constituiría una experiencia peligrosa.
- En ese caso, si yo tirase del lazo que hay en torno a la médium, sujetándola, ¿le cortaría el cuerpo al medio?
- Ciertamente, pero solo ocurriría esto si su materia hubiese sido totalmente empleada; no se hace esto sino muy raramente, aunque muchas veces poco reste del cuerpo.
- Según lo que decís, la invisibilidad del cuerpo de la médium, cuando se mira para ella, ¿no constituye todavía una prueba de que no existe ahí un cuerpo?
- Ciertamente no; es tan solo una prueba de que no tenéis la vista asaz penetrante para verlo. La Sra. d’Espérance estaba estupefacta, mientras estas respuestas eran transmitidas por su propia mano. No cesaba de exclamar:
- ¡Es una novedad, una revelación! Y, sin embargo, yo soy siempre la misma.
- Pero lo que es imposible, le dije yo, es que no hayáis sentido ningún cambio mientras se producía un fenómeno tan extraordinario, como es el de la materialización.
- Efectivamente, yo sentía un cambio, respondió ella, pero estaba profundamente convencida de que era yo la única en experimentarlo.
- ¿Podéis describirme ese cambio?
- Yo tenía, en mi interior, la sensación de estar en el vacío, replicó ella.
Respuesta bastante significativa, en perfecta concordancia con los hechos ya mencionados y con las teorías que de ellos resultan. La Sra. d’Espérance aún no sospechaba que esa sensación de vacío pudiese ser más que un fenómeno puramente subjetivo.
Más adelante se encontrarán los interesantes pormenores del largo interrogatorio a que la sometí, las notas que tomé durante mi estancia en Gotemburgo, y sus impresiones durante las sesiones. Esos pormenores son de naturaleza única, porque es un médium único en su género, ella que no cae en trance y se entera de cuanto le sucede a sí misma y a su alrededor, durante una sesión de materialización.
Ha llegado el tiempo de hacer esta publicación, pues tenemos las pruebas objetivas, visibles y tangibles de estas aserciones, que no pueden ser tratadas únicamente como impresiones subjetivas.      




CAPÍTULO II
Descripción de la sesión llevada a cabo por la Sra. d’Espérance el 11 de diciembre de 1893, en Helsingfors, en Finlandia, en la cual el fenómeno de la desmaterialización parcial del cuerpo de la médium es comprobado por la vista y por el tacto.

La Sra. d’Espérance tuvo la bondad, después de su estancia en Helsingfors, en noviembre, de venir a pasar a mi casa, en S. Petersburgo, cinco días, durante los cuales dio dos sesiones que satisficieron plenamente a los asistentes. Cuando volvió a Suecia, pasó dos días en Helsingfors, de donde recibí, entonces la siguiente carta, escrita a petición suya:
Helsingfors, 15 de diciembre de 1893. Señor. – Atendiendo al deseo de la Sra. d’Espérance, me apresuro a comunicaros los detalles de la última sesión que ella ha dado aquí, el 11 de este mes.
La sesión se llevó a cabo en casa del ingeniero Señor Seiling, estando todo dispuesto casi del mismo modo que en las sesiones precedentes, tan solo con la diferencia de que había algo más de claridad. Observé lo siguiente:
Antes de la sesión – La médium entró en el gabinete ampliamente iluminado y se sentó en una silla bastante ancha y acolchada, con el respaldo en parte igualmente acolchado. Se quitó el pequeño mantón que muchas veces conservaba sobre los hombros en las sesiones precedentes, pues el lugar en que éstas se habían realizado era mayor y más fresco. Propuso más tarde utilizarlo para atenuar la luz en el gabinete, lo cual se hizo. Se quitó los guantes, y los guardó en el bolsillo. Antes de que comenzasen las manifestaciones, nada quitó de las faltriqueras, ni siquiera el pañuelo. Noté con particular atención estos hechos, porque, después de las últimas sesiones, algunas personas preguntaron si el mantón no habría concurrido para las manifestaciones, al igual que los guantes, que podían pasar por manos, si quedasen encubiertas por el mantón blanco, mientras la médium, bajo el aspecto de un Espíritu, se paseaba en el gabinete contiguo. Al ligero movimiento que hizo la médium, metiendo los guantes en el bolsillo, oí una especie de ruido de llaves o monedas en dicho bolsillo. Decidí acautelarme con el Espíritu y observar si, en el transcurso de la sesión, ese ruido se repetía, pues alguien del círculo acababa de insinuar que la médium podía muy bien engañarnos. Me pareció imposible que ella pudiese moverse sin ocasionar el mismo ruido. En el transcurso de la sesión, no obstante, no oí el menor ruido de ese género.
Antes de comenzada la sesión, observé todavía que la médium cruzaba las manos en el lado posterior de la cabeza, y que, con un movimiento de lasitud, se estiraba un poco en la silla, apoyando la nuca sobre las manos. Ese movimiento, observado mientras había bastante claridad en el gabinete, era muy natural, y me hizo conjeturar que ella había pasado mala noche en el tren que la había traído desde S. Petersburgo.
Durante la sesión – La sesión comienza. En el círculo, compuesto de quince personas, yo era la tercera por el lado derecho de la médium. Mi lugar era aventajadísimo, pues tenía a la médium ante mí, en un ángulo de 45º y la parte superior de su cuerpo se dibujaba distintamente en medio perfil contra la cortina blanca que pendía de una de las ventanas del gabinete.
Yo estaba tan próxima a la médium que incluso podía verla distintamente en su atuendo claro, con las manos y los pies extendidos un poco hacia fuera, y cruzados. Podía, pues, un poco inclinada hacia delante, oír y ver el menor de sus movimientos. No esperamos mucho tiempo. Una mano y un antebrazo se extendieron hacia fuera del gabinete, es decir, salieron de dentro del biombo tras el cual había un rincón donde estaba la médium. Sobre el fondo blanco del cortinado de la ventana, yo podía, perfectamente, estudiar todos sus movimientos y los de sus dedos. El puño era fino, y la mano parecía ser de una mujer.


 Alexander Aksakof

De la mano pendía largo paño acolchado de tejido transparente como la gasa, a través del cual el cortinado de la ventana era imperfectamente reconocible. El acolchado parecía tener más cuerpo que el de la ventana.
Por varias veces la mano se extendió, estrechó las de las personas vecinas; después de eso, se retiró. Poco después surgió, del mismo lado, una aparición luminosa que tendió la mano a las personas que estaban más próximas. Un miembro de nuestro círculo, el Sr. Seiling, entregó a la aparición una tijera y le pidió que cortase un pedazo de su velo. La aparición la tomó y la llevó para la cabina donde estaba la médium. Algunos minutos más tarde volvió y entregó la tijera al Sr. Seiling. Éste expresó su pesar por no haber recibido el pedazo de velo que había pedido y solicitó permiso para cortarlo por sí mismo. Le fue concedido. Oí distintamente el crujir de la tijera cortando el paño, y un momento después, el Sr. Seiling nos dijo: Helo aquí.
Mientras se producían los fenómenos, yo distinguía claramente la médium y sus manos. Una vez ella se inclinó hacia delante y volvió la cabeza en dirección al fantasma, como para verlo también.
Un fenómeno luminoso se produjo en la tapicería, dentro del biombo; se diría que era una figura colocada detrás de la silla de la médium.
Ésta exhaló un largo suspiro, como si le escapase algo durante la sesión. El suspiro denotaba una sensación penosa. Después, pronunció estas palabras:
- Alguien me ha tocado por detrás; lo he sentido perfectamente. 
El fenómeno se acabó. Una persona de nuestro círculo le rogó a la médium que tomase papel y lápiz para el caso de que los Espíritus quisiesen comunicarnos algo relativo a los preparativos que debían hacerse, o algo de ese género. La médium no estaba muy dispuesta a eso.
- Quizá no valga la pena molestarlos para escribir, dijo. No obstante, esperemos.
Se le hizo nuevamente la petición y se le pasaron lápiz y papel. Ella los tomó, diciendo:
- Pues bien, veamos lo que viene.
       Distinguí en ese momento muy nítidamente, a la médium sujetando el papel con una de las manos y cruzando la otra por encima. A mi lado, en la abertura lateral de la cabina, una mano, un antebrazo y una parte del brazo se mostraron y aquellos que estaban sentados muy cerca, pudieron estrechar esa mano. En cuanto a mí, me contenté con agarrar y palpar un pedazo del largo velo colgante. Parecía un poco húmedo y de tejido fino. La mano me pareció más grande que las que había visto hasta entonces.
       Poco después, por la misma abertura de la cortina, se me apareció una gran forma luminosa. Parecía querer salir del gabinete en que estaba la médium; dio un paso adelante, pero se retiró enseguida. 
       Inmediatamente vimos un brazo saliendo del gabinete; estaba muy alto, en la misma abertura lateral, y se bajó lentamente, en la dirección de las manos de la médium. En el momento de tocarlas le arrancó de las manos, con un movimiento rápido como el relámpago, el papel y el lápiz, llevándolos dentro del gabinete. Se oyó distintamente un ruido como si estuviese partiendo el papel en dos pedazos, después de lo cual la mano salió una vez más y extendió los dos trozos de papel al capitán Toppelius, que los dio a la médium. Ésta sujetaba el papel entre las manos (el lápiz no le había sido restituido), cuando el brazo luminoso se bajó nuevamente, pero con una lentitud extraordinaria, y arrancó, de nuevo, bruscamente, el papel de las manos de la médium, a fin de llevarlo para el gabinete.
         Se oyó luego el ruido producido por un lápiz escribiendo rápidamente y, un instante después la mano extendió el papel fuera del gabinete. La persona más cercana, el Sr. Toppelius, lo tomó e iba darlo nuevamente a la médium, cuando la mano (el brazo y una parte del cuerpo se hicieron entonces visibles), con un movimiento decidido, le impidió hacerlo, empujándolo hacia el Sr. Toppelius con un gesto significativo, apoyándoselo contra el pecho.
Comprendimos, entonces, que las palabras escritas iban destinadas al Sr. Toppelius. Tras la sesión, fuimos todos a leerlo, y hallamos escrito lo siguiente: ¡Yo te ayudaré! (Jag skalhjalpa dig.)
Esto estaba escrito en sueco, con letras bien legibles.
No había en el gabinete silla o mesa sobre las cuales se pudiese escribir. Todo sucedió muy deprisa y de modo bastante nítido.
Mientras esos fenómenos se producían, yo veía siempre, distintamente, a la médium en su lugar. Ella nos hablaba algunas veces.
Al Sr. Toppelius le aconsejó que metiese el papel en el bolsillo, a fin de leerlo más tarde, y eso mientras la aparición todavía estaba visible.
De todo lo que se hacía debo concluir que, en el gabinete, cuando menos dos manos operaban bajo una fuerza física, y obedeciendo a una voluntad bien determinada.
Las manos no podían pertenecer a la médium; debían pertenecer a la aparición situada al lado y por detrás de la médium, que estaba sentada, cuyas manos bien vi, al igual que el cuerpo, escuchando también su grito de espanto, un ¡oh! cuando el papel le fue arrancado.




Observé en seguida que, esperando un nuevo fenómeno que tardaba en producirse, la médium, gozando de un momento de reposo entre las manifestaciones, juntaba las manos detrás de la cabeza, como había hecho antes de la sesión. Mientras permanecía en esa posición, que reconocí motivada por su cansancio del viaje, procuré inducir a las personas más alejadas a que no interpretasen mal ese gesto de las manos sobre la nuca, y su movimiento para estirarse.
Vistos desde lejos, esos movimientos podrían ser mal interpretados; pero nunca cuando lo eran de cerca.
Algunos instantes más tarde, las manos de la médium volvieron a caer sobre las rodillas. Vi, entonces, que las tanteaba, y observé que ella se agitaba cada vez más. Eso me pareció curioso: me incliné hacia delante y procuré, con el mayor empeño, comprender lo que sucedía. La médium soltó nuevamente ese profundo suspiro que hacía suponer alguna sensación bastante desagradable.
Pasados unos segundos, ella dijo a mi primer vecino de la izquierda, el Sr. Seiling:
- Deme su mano.
El Sr. Seiling se levantó y le tendió la mano. La médium dijo entonces:
- Toque aquí. El Sr. Seiling exclamó:
- Es extraordinario: yo veo a la Sra. d’Espérance, la oigo hablar, pero palpando la silla, la encuentro vacía; ella no está aquí; nada más encuentro su vestido.
La palpación parecía producir vivo dolor a la médium; ella, sin embargo, invitó a varias personas más a palpar la silla.
Tomó las manos del Sr. Toppelius en las suyas y las pasó sobre la parte superior de su cuerpo, hasta que súbitamente, tocasen el asiento de la silla; éste expresó en diversas ocasiones su espanto y asombro, por medio de vivas exclamaciones.
La médium permitió que cinco personas verificasen el fenómeno, y en cada una de esas veces, parecía sentir gran dolor. Pidió de beber dos veces por lo menos y en cada una de ellas, bebía con una impaciencia febril; estaba visiblemente angustiada y, mientras esperaba por el agua, se contorsionaba nerviosamente.
Sobre el fondo blanco de la cortina de la ventana, yo veía, distinta y nítidamente, la parte superior del cuerpo de la médium, cada vez que ésta se inclinaba hacia delante.
Por varias veces tanteaba el aire, buscando una mano que ella quería guiar para hacerla tocar la silla y a sí misma.
En esas ocasiones, yo le veía distintamente no solo la parte delantera de su cuerpo, sino también la espalda, que se destacaba en la cortina blanca. La forma de su cabeza se dibujaba tan nítidamente que hasta pude distinguirle el cabello. No puedo recordar cómo se prolongaba la parte superior más abajo del talle, pero de lo que estoy seguro es de que ella se veía aún más abajo del talle; lo que me pareció un hecho importante es que yo veía, durante todo el tiempo, a la médium de la misma altura que yo.
Una vez se inclinó hacia delante, como se hace cuando se experimenta un dolor violento. La parte superior de su cuerpo tomó, entonces, la actitud de quien, estando sentado, cruza las manos sobre las rodillas y se inclina acentuadamente hacia delante.
En ese momento, ella se hallaba delante del respaldo de la silla. No podría hallarse detrás, el respaldo le hubiera impedido tomar la posición que indiqué. Las faldas se mantenían extendidas, como habían estado durante la sesión, y se adelgazaban hasta los pies. Me parecía que se hacían más mullidas a medida que eran palpadas por los asistentes.
Alguien del círculo propuso que se terminase la sesión, puesto que ya se agotaban las fuerzas de la médium. Pero ésta se opuso y rogó que se continuase la sesión, hasta que sus piernas le fuesen restituidas.
Continuamos, pues, y yo tenía siempre la mirada atenta a la parte inferior del cuerpo de la médium, a fin de observar bien la reposición de las piernas. (7)
Sin que se produjese el menor movimiento en sus vestidos, oí a la médium decir: Así va bien; algunos instantes más tarde, ella dijo vivamente: ¡Helas aquí! En cuanto a las dobleces de su vestido, yo las vi, por decirlo así, llenarse, y, sin que se supiese cómo, las puntas de los pies reaparecieron cruzadas como habían estado antes del fenómeno.
Durante la producción de éste, la atención de todos estaba prendida en la médium. La conversación se había interrumpido, tanto con la Sra. d’Espérance como con los miembros del círculo, pero éstos se agitaban, cambiaban de lugar, caminaban por el cuarto, etc.
Después de cesado el fenómeno, el biombo tras el cual se hallaba la médium fue cambiado de lugar. Ella entonces, empujó su silla hacia delante, temiendo que el biombo le cayese encima. Mientras permanecía así, sentada lejos del biombo, y yo veía distintamente sus manos y sus pies, el biombo nuevamente cambió varias veces de lugar.
       En un momento dado, y a fin de asegurarme de que yo tenía el espíritu lúcido al hacer todas las observaciones que acabo de relatar, procuré destacar mi pensamiento de aquello que sucedía en torno a mí y fijarlo en algo distinto al asunto de la sesión. He querido reconocer si mi pensamiento obedecía a mi voluntad. He tenido éxito. En virtud de ello, me atrevo, pues, a afirmar que los fenómenos relatados, por poco naturales que parezcan a mi razón, se han efectivamente producido, y que la médium no hizo movimiento alguno que contribuyese a la aparición o desaparición de dichos fenómenos.
Después de la sesión – Tuve ocasión de ver un trozo del tejido que había sido cortado; era un tejido fino como la gasa, y se asemejaba a la telaraña, aunque más espeso y fuerte. No parecía luminoso en la oscuridad.
Entré en conversación con la médium, la cual me dijo serle desconocido el fenómeno que acababa de producirse. Me parece que hasta entonces ella no había podido observar y comprobar por sí misma las desmaterializaciones. Por lo tanto, había quedado extremadamente sorprendida cuando, al poner las manos sobre las rodillas, notó que la silla estaba vacía. Deseando que el acontecimiento fuese verificado por los demás, había pedido al Sr. Seiling que tocase la silla. Añadió que había tenido la sensación de que la parte inferior de su cuerpo estaba siempre en el mismo lugar, pero no podía ser percibida por sus manos.
Resta añadir que no fue la médium quien comunicó el fenómeno a las personas presentes, sino el Sr. Seiling, cuando volvió a su lugar.
Me suscribo, etc.

                                     VERA HJELT. 



  
CAPÍTULO III
                                 Interrogatorio personal del Sr. Aksakof
Yo podría, en rigor, contentarme con todos los testimonios y pormenores que me fueron proporcionados, evitando, así, un viaje a Helsingfors; pero el caso de que se trata es de tal forma extraordinario, de tal forma increíble y, al mismo tiempo, tan importante, que he considerado un deber no despreciar ningún medio para que la investigación fuese lo más completa posible. Bajo este punto de vista, un interrogatorio personal en Helsingfors me parecía necesario, principalmente por las razones siguientes:
1- Ante todo, me era preciso conocer personalmente a aquellos que habían sido testigos del referido fenómeno, y sobre cuyo testimonio quedaría resuelta la cuestión capital: ¿Se ha verificado o no? El valor de un testimonio, como es lógico, depende mucho de la valía moral e intelectual de quien lo da; era, por tanto, esencial para mí asegurarme de eso. Sobre todo en materia de Espiritismo, es preciso ser tan prudente como desconfiado.
Una larga experiencia en ese dominio me ha venido demostrando que los hombres más serios, incluso los que se ocupan en ciencias positivas, pueden mirar las cosas de un vistazo, cuando se trata del Espiritismo.
El preponderante deseo de obtener ciertos fenómenos a toda costa paraliza, algunas veces, todo el sentido crítico, y lo ciega respecto de todo lo que pueda invalidar la realidad del fenómeno. Era, pues, urgente asegurarme de que los testigos en cuestión no eran personas entusiastas, poco dignas de crédito. A cada uno de los testigos yo tenía que hacer cierto número de preguntas, a fin de verificar y completar lo que me había sido afirmado por escrito.
2- Era esencial ver el propio local donde se había llevado a cabo la sesión, con el mismo compartimiento, la misma disposición de las sillas, etc.…; porque muchas veces, las cosas más simples, que escapan a las descripciones, pero no escapan a los ojos, tienen el mayor valor para la importancia del acontecimiento.
3- A fin de hacerme una idea perfectamente justa de los principales momentos de esta sesión memorable, yo tenía la intención, una vez en el local, de repetirla, reconstituirla en lo posible, con el auxilio de los principales testigos. El Sr. Seiling (en cuya casa se llevó a cabo la sesión) me prometió su asistencia para ese fin, y la Srta. Hjelt tuvo la gentileza de prometerme hacer el papel de médium durante esa sesión simulada, con un vestido igual al de la médium. Prevaliéndome de esa amable propuesta, le rogué que encargase (a costa mía, bien entendido) un vestido de la misma hechura, porque, en este caso, la hechura del vestido ejerce un papel bastante significativo, como veremos.
4- En fin, era para mí de gran importancia hacerme una idea exacta de la cantidad de luz que había en esa sesión, y del modo por el cual la claridad se producía. Sabemos, en cuanto a las dos ventanas del cuarto, que la cortina blanca de una de ellas estaba corrida, mientras que la otra se hallaba levantada. Convenía, pues, tomar en consideración la especie y la cantidad de luz que podía provenir de fuera; la menor porción de claror lunar podría modificar mucho la cuestión de la claridad. Pero según las informaciones recogidas, la sesión se había efectuado en una noche sin luna. Yo debía, pues, hacer mi viaje cuando la luna se hallase en esa fase. Fue lo que hice, yendo a Helsingfors el 18 de febrero de 1894, llegando allí al día siguiente, después de un trayecto de 14 horas, bien poca cosa, si no fuese estar yo sujeto a algunas enfermedades que  convierten mis viajes en extremadamente penosos.
Fui inmediatamente a casa del Sr. Seiling, que enseguida me presentó a su esposa. Me recibieron con la mayor cordialidad; ya habíamos intercambiado tantas cartas que hasta parecíamos amigos de antaño. Sin perder tiempo, pasamos al cuarto donde se había celebrado la sesión, y donde todo había sido dispuesto del mismo modo que durante ella. Allí encontré el mismo biombo o compartimiento, cubierto, del mismo modo, por la cortina; y dentro del compartimiento así formado, la silla en la cual la Sra. d’Espérance se había sentado durante la sesión. A ambos lados fueron dispuestas, en sus lugares respectivos, todas las sillas que habían sido ocupadas por los miembros del círculo.
Lo primero que me llamó la atención fue la exigüidad del local, donde las quince sillas de los asistentes difícilmente encontraban cabida, y, sobre todo, la ausencia de espacio entre la médium y sus más próximos vecinos; las rodillas y los pies debían llenar todo lo que estaba libre en aquel lugar. He aquí una circunstancia de gran valor, porque aleja, ya a primera vista, toda posibilidad de fraude.
Antes de ninguna otra cosa, la Srta. Hjelt procedió a la transformación de su atuendo, con el vestido blanco, a la moda principesca, que se había mandado confeccionar a petición mía.
Tan pronto se vistió, me inició en los secretos de ese atavío y me hizo comprender por qué la explicación dada por el general Sederholm carecía de fundamento, es decir, por qué, colocándose detrás de la silla, no se hubiera podido cubrirla con el vestido para hacer creer que la médium estaba siempre en su lugar. El caso es que el vestido no se desabrocha, ni por delante ni por detrás, y ha de vestirse por arriba, abriéndose desde ahí hasta la cintura solamente.
Además, ese vestido necesitaría un forro completo de algodón, al cual fuese cosido, porque de no ser así, el tejido, extremadamente fino, no resistiría. He aquí lo que convierte en imposibles todos los supuestos fraudes, y he aquí también cómo las explicaciones inventadas arbitrariamente, sin investigación exacta del hecho, desvirtúan algo que nos parece inverosímil.
Después de esas explicaciones sobre el atuendo, que era de un género nuevo para mí, procedimos a la repetición de la sesión. La Srta. Hjelt tomó el lugar de la médium, y los testigos fueron para sus lugares respectivos: el Sr. Seiling, a la izquierda, la Sra. Seiling a la derecha, la señora Tavaststjerna a la izquierda del Sr. Seiling (el capitán Toppelius se había ausentado de Helsingfors). Teniendo en manos la descripción minuciosa de la sesión, hecha por la Srta. Hjelt, empecé a leerla. A medida que leía, interrogaba a los testigos respecto de todos los incidentes de la reunión, completando la descripción con una representación figurada de todos los más interesantes y más notables movimientos.
La Srta. Hjelt me dio, como respuesta y representación, todos los detalles, con tal precisión que prontamente se reconocía que ella había observado bien todo lo que reproducía inmediatamente a petición mía, sin que su memoria la traicionase en cosa alguna.
Su narrativa respecto de esa sesión se hallaba exacta en todos los puntos; no tuve que añadir más que algunas primicias que se encuentran en las notas. Así, por ejemplo, apostándose por detrás de la cortina y colocándose la Sra. Seiling en el lugar de la médium, la Srta. Hjelt reprodujo, con fiel precisión, el incidente de la aparición de la mano, arrancando el lápiz y el papel de manos de la médium. Por diversas veces hice esta pregunta:
- En ese momento ¿habéis visto bien a la médium en su lugar y sus manos sosteniendo el papel?
A lo que la Srta. Hjelt respondió siempre con una afirmación completa. Este incidente es de la más alta importancia, porque, estableciendo el suceso maravilloso e increíble de la materialización, implica la posibilidad de otro hecho igualmente maravilloso e increíble: la desmaterialización. Cuando llegamos a este último incidente, la Srta. Hjelt tomó el lugar que ella realmente ocupaba en la sesión, y me mostró cómo, llevada por viva curiosidad, se había acercado en ese momento a la médium, de la cual la separaban tan solo unas diez pulgadas, sobre todo cuando se inclinó para verla más de cerca.



Me apliqué a establecer cuál sería la diferencia que la Srta. Hjelt pudo observar en el aspecto del vestido de la médium durante la desaparición de las piernas, como testimoniaba la Sra. Seiling. La Srta. Hjelt, estando sentada en un ángulo diferente del de la Sra. Seiling, no había podido, naturalmente, ver el perfil del vestido de la médium que se dibujaba nítidamente a la vista de la Sra. Seiling; la claridad también venía en auxilio de ésta, cayendo de lado, en el ángulo derecho, lo cual no sucedía con la Srta. Hjelt, que tenía ante sí el fondo negro del gabinete.
Muchas otras cuestiones que propuse a la Srta. Hjelt, por carta, fueron nuevamente reiteradas y discutidas.
Cada uno de los otros tres testigos fue, igualmente, por mí interrogado sobre los incidentes que mejor podrían haber observado; así lo fueron el Sr. Seiling y la Sra. Tavaststjerna sobre la aparición de la mano a su lado – una mano derecha al lado izquierdo de la médium, y a una altura considerable, probando que solamente podría pertenecer a una forma humana de pie y colocada por detrás de la cortina. Finalmente el Sr. Seiling también fue interrogado, bien entendido, sobre el incidente de la desmaterialización que él pudo observar muy cuidadosamente: le rogué que me demostrase, en la propia silla, de qué modo la había palpado con las manos, a ruego de la señora d’Espérance, lo que él hizo meticulosamente.
Una cosa falta a vuestro testimonio, dije al Sr. Seiling. ¿Por qué no os habéis asegurado, poniendo la mano por detrás de la silla, de que la médium no se hallaba allí?
Esa idea no podía habérseme ocurrido, respondió el Sr. Seiling; pues, ¿por qué iría yo a buscar a la Sra. d’Espérance detrás de la silla, cuando yo la veía delante de mí, sentada en dicha silla? No debéis olvidar que, en esa ocasión, di por una vez de beber a la Sra. d’Espérance, según su petición, permitiendo eso que me asegurase, con mayor certeza aún, de que ella estaba en su lugar.
A esto nada pude replicar. La Sra. Seiling, a su vez, también fue por mí cuidadosamente cuestionada sobre los pormenores de su importante testimonio, los cuales ella confirmó en todos los puntos, y, principalmente, sobre lo siguiente: que el vestido de la médium (falda), después de haber colgado verticalmente sobre la silla, había retomado poco a poco las dimensiones y los contornos que debían corresponder a la reaparición de las piernas y de las rodillas.
Durante cuatro horas, fatigué a esas cuatro personas con mi lectura, mis cuestiones y réplicas, y adquirí una convicción profunda de que todo había pasado exactamente como se me había testificado por escrito.
Para proporcionar a los lectores una mejor orientación sobre la narrativa de esa sesión, rogué aún, a las personas presentes que se reuniesen una vez más, y saqué fotografías a propósito de los incidentes más notables, a fin de servir de ilustración a mi artículo.
Ya he dicho que el valor de un testimonio depende mucho del valor personal de aquellos que lo proporcionan; llegó, pues la ocasión de traducir la impresión eminentemente favorable, recogida por mí, de las cuatro personas que dieron una afirmación tan importante del hecho extraordinario que nos ocupa.
Encontré en el Sr. Seiling el hombre de ciencia positiva, pronto a estudiar todo fenómeno de la Naturaleza sin prejuicios y sin ideas preconcebidas.
Es profesor de tecnología mecánica y de enseñanza general de máquinas en la Escuela Politécnica de Helsingfors; es, pues, un hombre habituado, en virtud de su profesión, a la precisión matemática, a la medida exacta de las cosas, a la observación y al estudio de los fenómenos de la Naturaleza, desde el punto de vista mecánico.
También quedé admirado al ver en su gabinete de trabajo el retrato de Mainländer; habiéndoselo dicho, me expuso su predilección por las doctrinas de ese filósofo, de las cuales había hecho un estudio especial que publicó bajo el título Ein Neuer Messias (Múnich, 1888).
Así, incluso por el lado filosófico, la dirección de las ideas del Sr. Seiling no podía, de ningún modo ser considerada favorable al Espiritismo, pues Mainländer, como panteísta y discípulo de Schopenhauer, es completamente opuesto a toda doctrina que acepte la persistencia del principio individual después de la muerte. La coparticipación del Sr. Seiling en las sesiones de Espiritismo, por primera vez en su vida, no fue, por tanto, en forma alguna, motivada por una predisposición en favor de esa doctrina y de sus fenómenos; su testimonio no estaba influenciado por cualquier interés a favor o en contra de su realidad.
Las Sras. Seiling y Tavaststjerna deben ser también consideradas como excelentes testigos; de una educación completa, de un espíritu positivo y reflexivo, cada una de sus palabras inspira la más completa confianza. Ellas contaban fríamente lo que habían visto y observado, y era bien evidente que no había en ello exageración, ni imaginación, ni opinión preconcebida.
En cuanto a la Srta. Hjelt, es preciso que los lectores formen, respecto de ella, un conocimiento más amplio. Me impresionó la exactitud con que la Srta. Hjelt describió la referida sesión. El conocerla personalmente no hizo más que exaltar la opinión que ya me había formado respecto de ella. Tuve el gusto de ver ante mí a la encarnación viva de la inteligencia humana, activa, práctica y sana; y esa impresión quedó plenamente confirmada por las informaciones que me fueron suministradas sobre esa señora. Fue ella quien introdujo en Finlandia la ebanistería pedagógica, abriendo así, para las mujeres, un nuevo campo de actividades – el de la enseñanza de los trabajos en madera.
Fundó en 1885, en Helsingfors, una institución pedagógica de trabajos en madera, admitiendo en ella a niños y adultos de ambos sexos, extraídos de todas las clases sociales.
Además fundó el año pasado en Aggeby, cerca de Helsingfors, una usina a vapor para trabajos con ébano. Ese establecimiento confecciona muebles, aparatos de gimnasia, utensilios, etc.
Por ahí se ve que la Srta. Hjelt no estaba dispuesta, ni por naturaleza, ni por vocación, a dejarse arrastrar por el Espiritismo, antes de haber adquirido pruebas incontestables.
Considero sobre todo importante el hecho de que estos cuatro testigos ya hayan llevado a cabo antes diversas sesiones con la Sra. d’Espérance, porque, cuando se conoce el género y el modo de las manifestaciones a que se asiste, se aprende a estudiar sus puntos débiles o dudosos, y los puntos sobre los cuales hay que concentrar toda la atención para llegar a una conclusión definitiva.
Al día siguiente fui a visitar al general Toppelius, al objeto de agradecerle sus amables obsequios para conmigo, dándome, desde el principio, los testimonios concernientes a esas sesiones, y para hacerle, asimismo, algunas preguntas respecto de la Sra. d’Espérance, que, como es sabido, había vivido en su casa. Lamenté profundamente que su esposa, su hija y el capitán Toppelius, los cuales habían asistido a la sesión, estuviesen ausentes de Helsingfors. Lamenté, sobre todo, no haber encontrado al capitán Toppelius, hijo del general, uno de los más importantes testigos del fenómeno de desmaterialización, como demuestra su testimonio sobre la cuestión.
Desde allí fui a casa del general Sederholm, con quien ya había antes trabado conocimiento.
Hace algunos años él se había dignado hacerme una visita, llevado por la admiración que le habían inspirado las obras de A. J. Davis, y por el deseo de agradecerme el haberlas hecho aparecer en lengua alemana.
Lo que hay de notable en el caso presente es que la señora d’Espérance fue a Helsingfors después de sus ruegos incesantes y repetidos. El general fue en persona a Gotemburgo para inducirla a ir. Pero la perspectiva de celebrar sesiones en medio de personas desconocidas, muy diferentes y poco versadas en el Espiritismo, no ayudaba a que ella se decidiese.
Además, esa ausencia de Gotemburgo, que debía tomarle cuando menos un mes (el de octubre o noviembre), importaba un serio perjuicio para los negocios de la casa comercial que le estaba confiada. La Sra. d’Espérance no podía decidirse a aceptar esa invitación, cuando un acontecimiento la hizo cambiar de parecer. Ella me escribió entonces lo que sigue, el 26 de agosto de 1895:
...Hemos tenido la satisfacción, hace poco tiempo, de recibir la visita del general Sederholm. Él se nos hizo simpático a todos, y hemos tenido gran placer con su visita, aun siendo pequeña, como lo fue. Deseaba él algunas sesiones, pero éstas no han podido llevarse a cabo entonces, pues no había nadie en casa y yo no me sentía bien. Nos envió algunos libros por él publicados sobre el tema espiritualista, que estaban escritos en sueco.
Ha sido para nosotros una gran sorpresa saber que había profundizado tanto en ese menester; me quedé apesarada y confusa por haberle rehusado mi concurso cuando aquí estuvo, a fin de que él pudiese hacer más amplias investigaciones. Lo  siento bastante y trataré de remediarlo, cuando me sea posible…
Un poco más tarde, el 27 de septiembre, la señora d’Espérance me escribió:
...La época de mi visita a Helsingfors aún no está fijada, y me es muy difícil dejar de ir allá, pues siento que no tengo derecho a despreciar una ocasión favorable de actuar en beneficio de la causa. No sé aún cuánto tiempo permaneceré aquí, pero sentiría realmente si, pudiendo estar allá, no lo hiciese.
Finalmente, el 11 de octubre:
…Escribí hace uno o dos días al Sr. Sederholm, para decirle que había sentido mucho haberle rehusado mi concurso cuando él estuvo aquí, pero que estaba ahora a su disposición. Mi conciencia ya no me daba descanso…
Así fue como sucedió ir la Sra. d’Espérance a Helsingfors, siendo ella por eso recompensada con un artículo insultante e injurioso que el general Sederholm publicó en un periódico de Helsingfors, de la mayor circulación, en el cual daba claramente a entender que era la señora d’Espérance en persona quien hacía el papel de los Espíritus. El amor a la verdad cegó al general de tal modo que olvidó las más elementales nociones de la cortesía, y echó en cara a una señora de la más alta distinción esa pesada injuria, con su nombre impreso en todos los periódicos, sin tener en consideración que la Sra. d’Espérance no hace profesión de su mediumnidad, y que, si fue a Helsingfors, esto se debió exclusivamente al hecho de haber sido solicitada por el general, a fin de prestarse a sesiones particulares ante algunas personas que se interesaban por el asunto. Lo que es verdad es que el Sr. Sederholm esperaba algo muy diferente de esas sesiones. Entusiasmado, probablemente, por las noticias llegadas de Suecia sobre las maravillosas sesiones que la Sra. d’Espérance acababa de celebrar en Cristianía (Oslo, actualmente), esperaba obtener los mismos resultados, sin considerar todos los trabajos preparatorios que el círculo de Cristianía se había impuesto para llegar a esos frutos.
¡Nada más complicado, más tenebroso, más engañador que esos fenómenos de materialización! Solamente una larga observación, en condiciones excepcionales, nos fuerza a admitir su realidad. Pero la existencia del hecho está aún lejos de su explicación. Es preciso un estudio aún más extenso y, en general, una gran experiencia personal en Espiritismo, para comprobar que la mistificación no nos ciegue paso a paso, desde el más simple estallido hasta el fenómeno complicado de la materialización. Si las ilusiones y las decepciones han sido y todavía son la parte constante de la ciencia humana en el estudio de los fenómenos físicos de la Naturaleza, hemos de reconocer que hay mucho más ilusiones en el dominio de las investigaciones psíquicas. Durante siglos se ha creído en el nacimiento y puesta del Sol; pero ¿hace cuánto tiempo se han comprendido? Lo mismo sucede en el Espiritismo…Vemos esos fenómenos desde hace medio siglo y sin duda serán observados todavía durante muchos siglos; pero ¿cuándo serán comprendidos? Los espiritualistas experimentados, cuanto más lo son, más reservados se vuelven en cuanto a la teoría, y principalmente, en cuanto a la doctrina del Espiritismo. Pero los neófitos, los simples de corazón, los desheredados de la suerte, las víctimas de las tribulaciones y de los sufrimientos que él nos trae, lo acogen de brazos abiertos. Estaban, igualmente, en este caso particular las necesidades del corazón que llevaron al general Sederholm a esas sesiones. Él buscaba un consuelo, pero no quería ocuparse con una pesquisa sobre el propio fenómeno. El ilustre general esperaba ver aparecer a su hija, recientemente muerta, cuando, en vez de ella, apareció el doble (cuerpo astral o periespiritual condensado) de la médium, con el nombre de la niña. Las comunicaciones escritas, cosa tan común, tan cotidiana en el Espiritismo, están llenas de personificaciones análogas; pero él no ha creído necesario desenmascarar como engañadores a los médiums que las habían escrito. Una mistificación escrita, o una falsa apariencia, nos incomoda menos que una mistificación bajo la forma humana.


Parece que el general no estaba, en modo alguno, a la par de lo que ha venido siendo observado y publicado por los espiritualistas , sobre la filosofía de las materializaciones que, las más de las veces, representan el doble del médium. La forma materializada puede incluso tener la misma apariencia que el médium, y eso no constituye una prueba de fraude por parte de éste. ¡El general ignoraba esto! Movido por un disculpable sentimiento, pero también por una indignación imperdonable, desde el punto de vista de una pesquisa seria y prudente, se apresuró a lanzar el artículo que atacaba el honor de la Sra. d’Espérance. Ese artículo excitó, en Helsingfors, la más viva protesta por parte de aquellos que tuvieron ocasión de observar los hechos en completa contradicción con las acusaciones del general; pero la protesta se localizó en Helsingfors, mientras que la calumnia se diseminaba, sin réplica, por el mundo entero. En mi entrevista con el general, tuve ocasión de convencerme de su incompetencia respecto del asunto.
Cuando le expliqué, en algunas palabras, los hechos de materialización, y cuando le conté mi encuentro con Katie King, eso le hizo el efecto de una revelación. ¡Y, no obstante, declaró haber leído mi obra Animismo y Espiritismo! Desde allí fui a la casa del general Galindo, a quien conocía desde hacía algunos años. Fue mi compañero en el viaje a Gotemburgo, en 1890. También habían sido un interés del corazón, una necesidad de consuelo y socorro en las tristes probaciones de la vida, los que lo habían llevado al Espiritismo. Él asistió, en esa época, a algunas de mis sesiones con la Sra. d’Espérance, pero no encontró en ellas lo que buscaba.


Katie King

Como se interesase siempre por el asunto, tomó, naturalmente, parte en las sesiones de Helsingfors. Conociéndolo como un observador escéptico, pero de honesto escepticismo, le rogué que me pusiese al corriente de lo que había pasado, lo cual hizo; sin embargo, nada vio de satisfactorio, por falta de luz e incluso debido a la oscuridad completa que la Sra. d’Espérance había tenido la debilidad de autorizar, atendiendo así a los ruegos de los asistentes, para dar mayor intensidad a los fenómenos, los cuales dicho sea desde luego, no eran en cosa alguna, favorecidos por los elementos discordantes de toda clase de neófitos. Cuando interrogué al Sr. Galindo sobre la referida sesión, me contestó que el lugar estaba demasiado oscuro para que se pudiese ver allí alguna cosa.
Como externase también algunas dudas, le rogué que me diese su testimonio por escrito, sin ninguna reserva; no obstante, no lo hizo.
Para completar mi informe no me restaba más que hacer una visita a algunos testigos, y, especialmente, a los que formaban parte del grupo de los cinco que habían examinado la silla. Eran los Sres. Hertzberg y Boldt. Gracias a la benévola presentación del Sr. Seiling, estos dos señores me hicieron la gentileza de venir a estar conmigo al hotel.
El Sr. y la Sra. Seiling, las Sras. Hjelt y Tavaststjerna tuvieron la amabilidad de visitarnos, y así reunidos, examinamos aún los pros y los contras de ese hecho tan extraordinario.
A ruego mío, el Sr. Hertzberg me mostró, en una silla, el modo en cómo había tanteado el lugar en que se hallaba la Sra. d’Espérance, en el momento de la desmaterialización. Movió las manos por todo el asiento, incluso hasta el espaldar; como yo, dudoso, hiciese esta pregunta: ¿Cómo es? ¿Estáis seguro de haber pasado las manos hasta el espaldar?, él me respondió:
-Sí, exactamente como acabo de mostrároslo.
-Y ¿fuisteis vos quien dio de beber a la Sra. d’Espérance durante el fenómeno?
-Sí.
-¿Le habéis visto la cabeza, los brazos, el rostro, como si ellos perteneciesen a una persona que estuviese sentada en la silla?
-Sí, ciertamente; pero para seros franco, debo deciros que no observé el hecho con la atención crítica que merecía; imaginad que yo estaba, en ese momento, bajo la impresión (se comprenderá fácilmente) de que todo eso no podía ser serio.
-¿Y no os asegurasteis de ello, pasando la mano por detrás de la silla, para ver si allí no se encontraba alguien?
-Bien pensé que debería haberlo hecho, pero, precisamente por la razón indicada no lo hice.
En una larga entrevista que aún tuve con el señor Hertzberg, me proporcionó él interesantes pormenores sobre las sesiones de la Sra. d’Espérance a que había asistido.
Diversos fenómenos eran tan extraordinarios como positivos, pues había logrado verificar la simultaneidad de los sucesos y de la presencia de la médium. Otros le parecían dudosos; por ejemplo, cuando él consiguió, con la propia mano, verificar la ausencia del cuerpo de la médium en la silla donde ésta debería hallarse. En cambio, adujo que ciertas reflexiones lo obligaban a concluir que eso podía no ser una prueba de fraude por parte de la médium.
El Sr. Boldt no pudo darme un testimonio cierto, pues no había tanteado la silla más que apresurada y parcialmente. Todo lo que pudo decirme fue que nada le había parecido irregular, en cuanto a la posición de la médium en la silla.
No he podido encontrar al Sr. Lonnbom, pero rogué al Sr. Hertzberg que lo presentara en esa sesión, para inducirlo a darme un testimonio por escrito. Al día siguiente entré en S. Petersburgo muy contento con el resultado de mi investigación y felicitándome por haber podido, no obstante mi estado mórbido, ponerlo en ejecución. ¿Qué conclusión debo extraer de todo cuanto antecede? Para responder a esta cuestión, resumamos las razones invocadas en pro y en contra de la autenticidad del fenómeno.
La principal objeción reside en que fue la propia Sra. d’Espérance quien dirigió las manos que palparon la silla, y que por eso el examen no fue libre. Incontestablemente, es seria esta objeción. Pero coloquémonos por un momento en el lugar de la Sra. d’Espérance, y admitamos la autenticidad del fenómeno. ¿Podríamos encontrarnos, durante ese tiempo, en un estado normal? Lo imprevisto, la anomalía del fenómeno y el temor debían haber impresionado su espíritu, con un horror y una perturbación indecibles; era una cuestión de vida o muerte. Comprendamos también el estado de excitación nerviosa y terror por el cual la Sra. d’Espérance declara haber pasado, y que realmente en ese instante ella no sabía lo que hacía. Y si, por una parte, tomamos en consideración el dolor terrible experimentado por la Sra. d’Espérance, al menor contacto en aquello que podía muy bien ser una parte de su cuerpo (dolor ese que la hizo compararlo al de los nervios que, estando a descubierto, fuesen tocados brutalmente), y, por otra parte, la situación delicada y difícil para una señora, que invita a los hombres a que se acerquen y verifiquen la desaparición de sus rodillas y sus piernas, nos parecerá muy natural que la Sra. d’Espérance se hubiese servido de sus manos para conducir a las de los asistentes que debían palpar el lugar donde ella se hallaba sentada. Se ha dicho que ella aún tuvo bastante presencia de ánimo para comprender toda la importancia del fenómeno y, tanto es así, que ella hizo que lo verificasen.
Esta objeción se destruye en vista de la afirmación cabal de dos testigos, los Sres. Seiling y Hertzberg, que dicen que, aunque sus manos estuviesen sujetas por la señora d’Espérance, habían podido examinar toda la superficie de la silla, hasta el espaldar.
La segunda objeción consiste en que ninguno de los testigos se aseguró, por el tacto o por la vista, de que no había nadie detrás de la silla de la médium, durante la desaparición de las piernas.
La objeción es seria, pero está completamente refutada por los testimonios confirmados de seis personas, de las cuales dos, (los Sres. Seiling y Hertzberg) afirmaron haber visto muy bien a la Sra. d’Espérance en la silla mientras procedían al examen, y una (el capitán Toppelius) asevera que no solamente vio toda la parte superior del cuerpo de la médium en la silla, sino que además la tocó con las dos manos desde el respaldo hasta abajo, bajando por los dos lados. ¿Qué se puede pretender más evidente?
Tenemos, además, los testimonios de tres observadoras, las Sras. Seiling, Hjelt y Tavaststjerna, que certificaron haber visto a la médium, durante toda la sesión, en la silla, y especialmente durante la desmaterialización; que además de eso observaron que el vestido pendía verticalmente de la silla, y que éste enseguida se había nuevamente rellenado, sin que la médium se moviese del lugar. Los testimonios de aquellos que nada de eso vieron no pueden, por tanto, en caso alguno, deprimir el valor de los testimonios tan ciertos y explícitos de quienes los han visto.
La tercera objeción podría ser que tal desaparición de la mitad de un cuerpo, que seguía viviendo donde habían desaparecido durante un cuarto de hora la carne, los huesos, la sangre, es una cosa imposible, una anomalía, un absurdo. ¿Cómo en tal estado hubiera podido la otra mitad del cuerpo vivir, hablar, beber agua etc., etc.?
Comprendemos perfectamente la fuerza de esta objeción, y todo lo que hay de extraordinario en admitir fisiológicamente tal fenómeno. Pero desde el punto de vista vulgar, todos los acontecimientos del Espiritismo son imposibilidades y, como por ahí se repite, están en oposición directa a las leyes eternas de la Naturaleza. Los movimientos espontáneos de los objetos, la aparición momentánea de una mano plástica… son por tanto, puros absurdos, meras imposibilidades. Ante esto el Espiritismo nada puede replicar, a no ser que tales hechos son verificados por miles de personas, y que es necesario estudiarlos.
Para el caso presente, la única objeción seria es la de que el hecho es único.
-Es verdadero, y sería de desear que fuese posible estudiarlo aún varias veces. Después de esas objeciones, que considero suficientemente refutadas, es preciso que presente, aún, las reflexiones siguientes, a favor del fenómeno:
- Un punto de gran importancia, en mi opinión, es la concordancia de ese fenómeno con la teoría espiritualista común sobre los fenómenos de ese género y, en general, con los hechos especiales y las hipótesis que ya he desarrollado.
Si la Sra. d’Espérance se hubiese simplemente burlado de los asistentes, esto estaría en contradicción con todas las observaciones e investigaciones espiritualistas anteriores. El milagro por ella producido no sería sostenible lógica ni históricamente, y ella misma podría haber hecho el ridículo. El referido fenómeno debería estar en la línea de prolongación del principio, como ha dicho el Dr. Carl du Prel; y efectivamente, es este el caso.
- En la circunstancia presente, la mejor prueba de la entera buena fe de la Sra. d’Espérance reside en el hecho de que, desconfiando ella misma, recelando una ilusión de sus sentidos, no se anticipó en declararlo como milagro. No fue ella quien exclamó ya no tengo piernas; por el contrario, llamó en seguida al Sr. Seiling, sin dar a conocer nada de lo que se había producido, pidiéndole que examinase bien la silla y le dijese si realmente estaba allí sentada.
Haciendo – lo cual es muy importante – que se conociese el suceso, que para ella era un fenómeno real y que, no obstante, parecía a los demás una prestidigitación, rogando que se le examinase en el momento en que se produjo, se ponía a merced de los otros, jugaba una carta contra sí misma. Ciertamente, si hubiese querido aturdir a los demás, si hubiese podido, gracias a una gran presteza, colocarse detrás de la silla sin que lo notasen, en el momento en que la atención de ninguna persona pudiese estar solicitada hacia ese lado, como lo declaró el señor Sederholm, ella habría comprendido que, después de haber atraído hacia sí la atención de todos los asistentes, y especialmente de las personas que estaban más cercanas a ella, su regreso a la silla sin que ninguna persona lo observase, sería una imposibilidad.
Si hubiese querido maravillar a todos con su milagro, en el momento del regreso hubiera quedado absolutamente desenmascarada.
- Mi investigación, en cuanto al local, fue, entre otras cosas, un testimonio bastante elocuente contra la ejecución de tal regreso a la silla. En efecto, los vecinos de la derecha y de la izquierda se hallaban tan próximos a la médium que su paso para colocarse detrás de la silla sin pisar los pies de aquéllos era materialmente imposible.
Además, la médium debería levantarse de la silla para operar el cambio de posición a que me refiero; y los testigos son unánimes en afirmar que ella jamás dejó la posición que había tomado desde el comienzo de la sesión – lo cual se hubiera notado fácilmente, sobre todo por la proximidad y a causa del vestido blanco que llevaba puesto.
4º- No puedo dejar pasar en silencio una observación personal, pero para mí de gran importancia.
Por más extraordinario que esto parezca, es cierto que la Sra. d’Espérance nunca bebe agua, ni durante ni después de las comidas. Solo la bebe en las sesiones de materialización, y mucha, entonces. Yo lo sabía, no solo porque ella me había avisado, sino además en virtud de mis observaciones, de cuando ella había estado viviendo en mi casa. Muchas personas saben que es necesario un botijo lleno de agua para esas sesiones. Saben, además, que precisamente cuando la sesión es buena, cuando las materializaciones se están operando, la Sra. d’Espérance bebe mucho, y en general, después de cada aparición de una figura enteramente formada; en cambio, pocos saben que, fuera de esas circunstancias, ella nunca bebe agua. Para mí, veo en el hecho de haber ella bebido agua, precisamente durante el cuarto de hora en que fue anunciada la desaparición parcial de su cuerpo, la prueba de que se produjo, en ese momento, una desmaterialización. Está claro que esa desmaterialización de su cuerpo es un fenómeno concomitante, habitual de las materializaciones que se producen en esas sesiones, pero del cual ella, generalmente, no se apercibe; y que esa sed intensa, precisamente durante el fenómeno, está motivada por la enorme pérdida de fluido vital que probablemente se opera en su cuerpo.
5º- Finalmente, ¿debemos despreciar el estado de tensión nerviosa lleno de terror y sufrimiento en que se hallaba la Sra. d’Espérance durante esos sucesos, que fue confirmado por los que la examinaron de cerca, y asimismo su estado de extrema postración al término de la sesión, que tanto impresionó al general Sederholm? ¿Sería una comedia? ¿Con qué finalidad? Las materializaciones no son de ordinario acompañadas por dolores.

Sra. d’Espérance

La Sra. d’Espérance me proporcionó también un testimonio por escrito, y leyéndolo se llega a la conclusión de que es sincero. Durante mi visita a Gotemburgo, reconocí en la Sra. d’Espérance a una mujer profundamente sincera y verdadera; no tengo por ello el menor motivo para poner en duda lo que ella me dice, en lo referente a este caso extraordinario.
Escribiendo esto un año después del acontecimiento, no debo dejar ignorar las incomodidades que este suceso le acarreó, en relación a su salud en general, y a sus facultades mediúmnicas en particular, hasta tal punto que todo indicio de mediumnidad, incluso el de la simple escritura, desapareció completamente.
Durante tres meses estuvo así; creía haber perdido la mediumnidad para siempre.
El quebranto nervioso había sido tan grande que la señora d’Espérance no pudo, durante todo ese tiempo, volver a tratar de sus negocios; el menor trabajo intelectual sobrepasaba sus fuerzas.
Su estancia en Baviera pareció restablecerla; sin embargo, tan pronto volvió a Gotemburgo, fue invadida por la postración.
Nada de eso, en cambio, se produjo, según la opinión del Sr. Sederholm y en la de los que piensan como él: la Sra. d’Espérance vino y partió, el fenómeno en cuestión no fue más que hábil prestidigitación, de la cual solo se acuerda para reírse. En cambio, para la Sra. d’Espérance las consecuencias de lo que él denomina prestidigitación, son una triste y larga realidad; en cuanto a mí, que conozco las torturas que ella sufrió, entiendo que no debo dejarlas pasar en silencio, pues veo en ellas la prueba más positiva de que el hecho en cuestión no se podía comparar en nada a una broma. Haciendo la suma de los datos en contra del fenómeno y a su favor, estoy obligado a concluir que la de los pros es mucho mayor que la de los contras, y que ese fenómeno es realmente una verdad.
Comprendo perfectamente que tal suceso parezca fabuloso, increíble, incluso para nosotros, los espiritualistas, sin hablar de los profanos, que, de cualquier modo, me considerarán loco; pero si admitimos el fenómeno de las materializaciones – y este es un hecho indiscutible para nosotros – el fenómeno de la desmaterialización es su consecuencia lógica e innegable.
Mis explicaciones a propósito de Katie King me parecen perfectamente lógicas y aceptables, y proporcionan la clave de la posibilidad racional del fenómeno en cuestión.
¿Por qué, pues, ha de repugnarnos tanto? ¿Por qué un fenómeno extraordinario es siempre más aceptable bajo la forma de desiderátum lógico, que cuando lo vemos con nuestros ojos y lo tocamos con nuestros propios dedos?


CAPÍTULO IV

Declaración personal de la médium acerca de su estado durante una sesión de materialización.


La Sra. d’Espérance es, según lo que sé hasta ahora, el único médium que no cae en trance (sueño magnético) en las sesiones de materialización.
Eso es resultado de un acuerdo suyo con las potencias invisibles, cuando sus facultades mediúmnicas para las materializaciones se descubrieron, lo cual sucedió, según me fue relatado por la propia Sra. d’Espérance, casuísticamente y del modo siguiente:
Un día en que se hallaba visitando a una amiga, en Newcastle (1878), la Sra. Fairlamb, que ya era conocida como médium de materializaciones, se demoró más que lo habitual, debido a la imposibilidad de encontrar coche. La Sra. d’Espérance aún no creía en las materializaciones, aunque en modo alguno dudase de la buena fe de su amiga.
Para pasar el tiempo y divertirse un poco, la señora Fairlamb propuso a la Sra. d’Espérance que se sentase, a solas, en el gabinete que se había instalado para las sesiones.
Apenas se hubo sentado allí muy risueña la Sra. d’Espérance, se apareció una forma… Naturalmente ya no le dieron descanso. Pero sabiendo que los médiums son, muchas veces, acusados de hacer el papel de Espíritus, y por cuántos disgustos pasan, ella ya no quiso volver al gabinete, no siendo con una condición, que era la de que no caería en trance, y conservaría, durante todo el tiempo, la plena conciencia de sí, caso los Espíritus pudiesen operar en esas condiciones. Le contestaron que eso era posible, y le prometieron jamás hacerla adormecer. De ese modo, estaba convencida de que no la dejarían ejercer inconscientemente el papel de Espíritu. Por eso se sintió más tarde sorprendida y desesperada por haber sido, por decirlo así, víctima de una ilusión, cuando supo que, hallándose sentada en el gabinete, y con plena consciencia de sí, su cuerpo podía ser conducido fuera, a fin de ejercer el papel que le imponían los Espíritus. Eso fue para ella una revelación, y de ahí en adelante, no aceptó sesiones sino con la condición de que le fuese permitido sentarse dentro y fuera del gabinete.
Pero todas estas informaciones no son más que un resultado secundario de la visita que hice a Helsingfors, en 1890. Lo que me pareció de un interés capital fue haber yo sacado partido de esa peculiaridad asaz extraordinaria, de poder cuestionar a un médium sobre su estado físico y moral durante una sesión de desmaterialización.
La Sra. d’Espérance consintió en ello; hice mis preguntas y el Sr. Fidler estenografió las respuestas, que juntamente con aquéllas, se hacen constar más adelante.
En el apuro en que entonces me encontraba, el de conciliar el desdoblamiento del cuerpo de la médium, esa completa exteriorización (según el lenguaje del hipnotismo actual) con la convicción de que la médium jamás había dejado su lugar en el gabinete, me decidí a no publicar, por el momento, esas respuestas. Pero hoy, después del fenómeno sucedido en Helsingfors, fenómeno que puede servir de ejemplo, como una demostración ‘ad óculos’ de lo que se puede producir en un grado mucho más elevado en esa fase de fenómenos mediúmnicos, me siento autorizado a publicar los materiales siguientes, en la convicción de que tiempo vendrá en que serán juzgados por su verdadero valor.



I - PREGUNTAS DEL SR. AKSAKOF Y RESPUESTAS DE LA MÉDIUM

1º-¿Qué sentís, corporal y moralmente, cuando estáis sentada en oscuridad, en el gabinete, y las manifestaciones comienzan?

Respuesta – Ya al principio, cuando me siento y la cortina está bajada, siento que deseo saber si todos los asistentes se hallan exactamente en sus lugares. Durante todo el tiempo en que yo puedo ver a los asistentes, no siento que los Espíritus procuren servirse de mí; cuando se cierran las cortinas, mi atención se halla ordinariamente fija en los asistentes, a fin de tener la sensación de que todo está en orden entre ellos.
Habitualmente, experimento una especie de perturbación, y siento que todo deberá estar en orden entre los asistentes, antes de sentarme, a fin de no estar obligada a ocuparme de ellos. Me siento, siempre, tomada de aparente confusión; mientras ésta no desaparece, no estoy lo suficientemente tranquila para que se pueda producir cualquier manifestación.
Cuando todo está calmo, no me preocupo con cosa alguna, ni siquiera conmigo; y, cuanto más tiempo permanezco en sesión, tanto menos inquieta me siento.
Cuando percibo que hay alguien en el gabinete, lo doy a conocer, porque considero mi deber el avisar, de hecho, a las personas presentes, y no porque haya en esto un interés cualquiera para mí.
Me parece que si alguno de los asistentes saliese del círculo, la cadena quedaría interrumpida, lo cual suspendería las manifestaciones. En la última sesión, tuve la sensación de que alguien procedió mal; pero no sabía hasta qué punto, ni qué era.
La primera sensación que tengo al sentarme en el gabinete, cuando todo está calmo en torno a mí, es esta:
Guardo la impresión de que mi rostro y mis manos están como envueltos por telarañas, y sacudo enseguida el rostro y las manos. Esa impresión es pasajera; siento entonces como si el aire estuviese lleno de sustancias, y experimento dificultad para respirar. Esto también es pasajero, y sé, entonces, que una forma se materializa.
El comienzo de las manifestaciones es esa sensación de telarañas, lo cual no se reproduce durante la continuación de la sesión, salvo cuando ésta se interrumpe; en este caso, la sensación parece renovarse. Cuando las sesiones no tienen éxito, noto que esas telarañas permanecen ahí durante todo el tiempo; pero en sucediendo lo contrario, no hay velos, ni formas, ni hilos. Cuando un poco de luz atraviesa las cortinas, puedo ver la masa blanca y vaporosa moverse como el vapor de una locomotora.
Varias veces introduje la mano en ese vapor, para sentirlo y examinarlo, pero no podría decir que tuve la sensación de tocar algo. No siempre sucede que yo vea esto, y, solamente en raras circunstancias, tuve la curiosidad de ver ese vapor moviéndose: no porque me interesase particularmente, sino porque podía interesar a otros. Después de que esa masa de vapor se agita y gira en todos los sentidos, durante algunos minutos, a veces hasta media hora, cesa de repente, y sé que un ser vivo está a mi lado. El vapor puede también producirse tan solo por un instante, para que la forma aparezca.
Tengo siempre un sentimiento de vacuo, que empieza tan pronto como aparecen las telarañas; solo noto esto al principio, y nada siento más tarde; me parece, sin embargo, estar consciente de que esa impresión se conserva.
Cuando empiezo a agitarme, no tengo consciencia de lo que hago; no puedo decir lo que hace mi mano; o, si la agito, no puedo indicar dónde ella parará, lo cual es comparable a la impresión de los movimientos en el agua.
Las leyes de la gravedad parecen quedar suprimidas. Sé que me vuelvo, de algún modo, cada vez más inerte, y aunque el espacio entre el extremo del gabinete y yo sea muy pequeño, me parece que éste desapareció, y que allí ya no hay límite.
Cuando Yolanda (9) viene, parece llegar desde muy lejos.

2º- ¿Habéis observado qué es lo que se materializa en primer lugar: el cuerpo o los velos?
¿Alguna vez habéis notado o sospechado que Yolanda se vestía a sí misma?
¿Habéis observado si, para su atuendo, ella tomaba algo de vuestros vestidos?

Respuesta – Cuando el vapor se transforma en un ser vivo, no puedo decir si es su forma o el vestuario lo que se condensa en primer lugar. La transformación es tan rápida que sería difícil decir lo que aparece primero: si el cuerpo o el vestido. Yolanda viene casi siempre para cerca de mí, tan pronto como queda materializada. Cuando se acerca, siento siempre cierto interés por ella, aunque nunca hubiese tenido ocasión de verla anteriormente. Su venida es, de algún modo, una sorpresa, ya porque no percibo ningún límite en el rincón donde estoy sentada, o bien porque ella parece venir desde muy lejos: tal es el motivo de mi interés.
He puesto mi mano sobre ella, y he tocado sus cabellos; pero nunca he tenido la curiosidad de examinarlos atentamente. El lunes ella colocó la cabeza en mis rodillas, y sentí sus cabellos en mis manos; sus hombros y brazos estaban desnudos. En una ocasión, la Sra. Fidler notó que Yolanda tenía una guarnición de falda que parecía casi igual a la de la mía; pero ese adorno fue examinado atentamente, y se reconoció que parecía haber sido lavado, planchado y dejado aparte durante algún tiempo. Desde esa ocasión, llevo siempre guarniciones oscuras en mis faldas, cuando tengo que ir a las sesiones, porque Yolanda trae siempre guarniciones blancas.
Cuando Leila (10) fue fotografiada a la luz instantánea del magnesio, noté que ella traía un mantón semejante al que yo tenía y había sido regalado a mi padre por Abdul-Aziz, en recompensa por un servicio que le había prestado cuando dirigió el cerco durante la guerra de Crimea.
Al término de la sesión, fui a mi casa a ver dónde estaba el mantón y lo hallé doblado y guardado en el lugar habitual. Cuando Yolanda salía fuera del gabinete yo la obligaba, por la influencia de mi voluntad, a volver, lo que la ponía de muy mal humor; ella quería que la dejase salir.

3º- Cuando Yolanda aparece entre las cortinas, ¿vos la veis distintamente?
¿Qué sentís, entonces, y por qué no respondéis a las preguntas?

Respuesta – Cuando ella se coloca en la abertura de las cortinas, y yo puedo verla, me siento distraída e indiferente a lo que pasa; sin duda el motivo de eso es que me encuentro demasiado débil y sin fuerzas para poder inquietarme con cualquier cosa. Cuando me interpelan, me es preciso, en primer lugar, reunir mis pensamientos y mis fuerzas, a fin de poder responder. Siento y pienso de un modo vago, como si estuviese soñando. Puedo pensar y sentir, pero no puedo moverme, pues tengo la sensación de estar paralizada.

4º - Los movimientos del cuerpo, de las manos y de los pies de Yolanda ¿producen algún efecto reflejo sobre vuestro propio cuerpo?

Respuesta – Todo movimiento un poco rápido por parte de Yolanda me hace transpirar más fácilmente. No sé dónde ella se mueve; siento solamente que ella lo hace, y sé, ahora por experiencia, que todo esfuerzo por su parte me agota mucho más que si lo hiciese por mí misma.
Sucede, muchas veces, que después de las sesiones mi sudor es de tal modo abundante, que he de cambiarme de ropa. En mi estado normal, por el contrario, yo, por decirlo así, nunca transpiro; cuando tomo baños turcos es preciso gran calor para producirme transpiración.

- Cuando Yolanda sale repentinamente del gabinete ¿vos lo sabéis?
¿Existe una relación, algún tipo de lazo, entre ella y vos?
¿Sentís cuando ella sufre el contacto de alguno de los asistentes, o cuando ella misma lo toca?

Respuesta – Cuando Yolanda está fuera del gabinete yo lo sé, pero eso puede provenir del hecho de que la haya visto salir. Cuando ella se desmaterializa fuera del gabinete, noto que me siento más fuerte, y de ahí saco la conclusión de que ella partió; no puedo, en cambio, decir que lo sé, como si eso fuese una certeza. Cuando se desmaterializa fuera, no puedo precisar si ella desapareció completamente o si entró en el gabinete sin que yo la hubiese visto. Todo lo que siento, cuando ella se halla fuera de allí, es un temor nervioso sobre lo que va a hacer, exactamente como si ella escapase a mis cuidados, y estoy recelosa de que cometa algo que no debe. Nunca pienso en mí misma, sino tan solo en ella, del mismo modo que si fuese un niño confiado a mis cuidados. No ocurre lo mismo, sin embargo, con los otros fantasmas; parece que nada tienen que ver conmigo, y de ellos no me preocupo. Me siento curiosa respecto de ellos, pero no me inquieto.
Puede ser que mi inquietud en cuanto a Yolanda provenga del hecho de, a veces, haberse ella sentido perturbada. Así, por ejemplo, cuando el Sr. George Jackson (100 High Street, Birmingham) estuvo aquí, desde la primera sesión, asistió a una de esas perturbaciones; cuando Yolanda proyectó los velos que la envolvían, consideró él que ella se los había dado, e intentó introducirlos en su bolsillo; pese a su presteza en hacerlo, le parecía esto un hecho importante. Pero tal cosa no era agradable a Yolanda, y ella empezó a mostrarse descontenta. Los otros asistentes dijeron al Sr. Jackson que dejase los velos, pero él no comprendía el sueco y continuaba guardándolos.
Por fin, Yolanda pareció estar encolerizada y golpeó con el pie. El Sr. Jackson comprendió entonces que había cometido una falta, y devolvió los velos a Yolanda. La vi distintamente a la entrada del gabinete, pero no podía tener idea alguna de lo que le había sucedido; la vi tan solo golpear con el pie y tirar de los velos. Cuando Yolanda está fuera y toca a alguien, o alguien la toca, lo noto siempre.
No sé cuándo ella toca un objeto, como por ejemplo, un libro, una mesa; pero cuando agarra algo, siento contraerse mis músculos, como si mis manos hubiesen agarrado ese algo. Cuando Yolanda modeló la mano en parafina derretida, experimenté una sensación de quemadura (11), y asimismo recuerdo que cuando hubo sesiones en casa del Sr. Hedlund, una noche, abriendo él al medio la cortina del gabinete, me pareció que en ese momento Yolanda dio con el pie en un caballete de pintura, porque noté, inmediatamente, un dolor en mi pie; en cambio, Yolanda nada notó. Más tarde el dolor pasó y solo volvió al final de la sesión.
Hace algunos años, en Newcastle, tenía ella una rosa en la mano, y una espina se le clavó en el dedo; en el mismo momento, noté el pinchazo en mi dedo. Enseguida fue a pedir a uno de los asistentes que le retirase la espina, pero como no la comprendiesen, vino a estar conmigo para que se la arrancase.
Excepto el sufrimiento (cuando le era causado alguno a Yolanda), no noto que entre nosotras haya algún lazo que afecte a mi personalidad.
Noto que no pierdo cosa alguna, a no ser mi sentimiento corporal; sé que cuando Yolanda está ahí no he perdido la fuerza de pensar ni la de juzgar, pues mi razonamiento es, por el contrario, más lúcido que en cualquier otra ocasión. Aunque ella tome algunas parcelas de mi cuerpo, sé, no obstante, que no se apodera de mis sentidos intelectuales.

6º - ¿Habéis estado alguna vez en condiciones de ver a Yolanda, cuando ella se encontraba en la cámara, lejos del gabinete?

Respuesta – La vi tocar el órgano, fuera del gabinete. Ella, por casualidad, había levantado un poco la cortina. En otras ocasiones también la vi por el lado de fuera: durante las sesiones en casa del Sr. Hedlund, la vi muchas veces mientras ella hacía pruebas con la luz para saber cuál era la que yo podía soportar; sujetaba las cortinas por la parte superior, de modo que yo pudiese verla. También la vi cuando iba a examinar la cámara. Cuando yo tenía la curiosidad de verla (y eso me sucede a veces), me faltaba la fuerza para abrir las cortinas.
Ya he visto a Yolanda, por lo menos seis veces, completamente fuera del gabinete; un día, en Newcastle, ella vino a estar conmigo, fuera del tercer compartimiento del gabinete, atravesando la cámara. La vi salir, perdiéndola entonces de vista, y nada más supe, a no ser cuando ella se vino cerca de mí, a distancia de algunos pies. Fui a su compañía, y ella colocó el brazo en torno a mí, ayudándome a caminar hasta el órgano.
En otras ocasiones se materializó a mi lado, fuera del gabinete; pude verla entonces tan bien como los asistentes.

7º - ¿Habéis notado, durante la sesión, cambios o transformaciones en vuestro estado corporal e intelectual, que correspondiesen a las manifestaciones?

Respuesta – Según la formación de los fantasmas, su disolución y sus movimientos, tengo impresiones corporales, como, por ejemplo, un sentimiento de vacuo y parálisis; las sensaciones pasan tan pronto como el fantasma desaparece. Pero sucede lo contrario en mi estado intelectual; el poder de mis impresiones es mucho más vivo en la primera fase que cuando estoy en mi estado normal, durante el cual no se producen materializaciones ni fantasmas.
Sé y noto todo lo que sucede fuera del círculo.
Vi que estabais ausente (12), sé cuando una persona circula por cualquier parte de la casa, e incluso mucho más nítidamente que en las circunstancias ordinarias. Oí sonar el reloj de la torre de la iglesia; pude escuchar los silbatos de los vapores en el puerto, al igual que el ruido de los trenes que subían y bajaban, lo cual me sería imposible en mi estado normal.

- ¿Entendéis lo que dicen los asistentes entre sí, y especialmente cuando se habla con Yolanda?

Respuesta – Entiendo a los asistentes, y me parece también saber lo que piensan; cuando alguien habla con Yolanda, sea en el idioma que fuere, parece que sé lo que se quiso decir.
No los conozco por lo que hablan, sino por lo que piensan.

- Yolanda os toca algunas veces. ¿Qué especie de sensación experimentáis entonces?

Respuesta – Cuando toco a Yolanda, siento como si me tocase a mí misma; pero como siento que ahí hay cuatro manos, concluyo que no son mías. El sábado, cuando ella tomó mis dos manos, una para sujetar la guitarra, la otra para rasguear las cuerdas, tuve la sensación de que yo misma estaba tocando mis manos. Las manos de ella estaban más frías que las mías: he aquí la única diferencia que se podía notar.

10º - ¿Tocáis a Yolanda cuando queréis y tanto cuánto deseáis? Es muy natural que procuréis aseguraros de que existe realmente un cuerpo ante vos.

Respuesta – Jamás procuro tocar a Yolanda cuando ella no está cerca de mí y no me pide que haga alguna cosa por ella.
Pude percibirla bien el sábado (5 de julio de 1890), cuando, estando ella muy atemorizada, se arrojó sobre mí. Sentí todo su cuerpo, las palpitaciones de su corazón, el soplo de su respiración, o antes, creí haber sentido el latir de su corazón. Yo no podía comprender la causa de su temor; era el sonido de la guitarra lo que la agitaba hasta tal punto. Sus dedos estaban húmedos y cuando los colocó en mi cara parecían estar sucios de tierra, lo que me llevó a concluir que ella había estado tocando la planta (13); yo sentía la arena.
Cuando procuro tocar a Yolanda, es siempre al comienzo de la sesión; más tarde no siento por eso ninguna curiosidad, ningún interés.
Cuando extiendo la mano para tocarla no siento cosa alguna, es decir, siento como si ahí nada hubiese. En cambio, bien veo que ahí hay algo o alguien, cuando las cortinas están abiertas; más tarde, cuando ella se desmaterializa bastante, pierdo todo interés; cuando me toca, yo puedo sentirla.
No me acuerdo de haber encontrado a Yolanda sobre mis rodillas; la mayor parte de las veces ella se sienta en el suelo, a mis pies y reposa la cabeza en mis rodillas; después, se levanta delante de mí, y parece caminar entre las cortinas y yo; aunque no haya más que un espacio de tres o cuatro pulgadas, ella puede pasar por ahí, lo cual, en cambio, no me causa la menor sensación. Cuando se coloca a mis pies o en mis rodillas, no siento peso alguno.
No obstante esto, el sábado 5 de julio, sentí el peso completo de su cuerpo; pero habitualmente ella parece no tener peso alguno.
No recuerdo si Yolanda ha pasado por detrás de mí, pero Ninia (14) lo hacía muchas veces, y en esas ocasiones semejaba que ella se internaba en la pared del gabinete, lo cual no parecía hacerle daño; Yolanda nunca lo hace. Una persona viva, del porte de Yolanda, no hubiera podido moverse así, entre las cortinas y yo, sin que yo lo percibiese.

11º - ¿Habéis visto alguna vez a Yolanda materializarse o desmaterializarse entre la hendidura de las cortinas, como ya lo vimos conjuntamente una vez? ¿Qué sentíais entonces?

Respuesta – Jamás he visto a Yolanda desmaterializarse; pero yo sospechaba que esto había ocurrido por la sensación que notaba de haber vuelto mis fuerzas. Cuando estaba en Cristianía, recuerdo perfectamente haber notado la sensación de falta de aire respirable en la cámara; y, por dos o tres veces, como yo lo aspirase fuertemente, oí a los asistentes exclamar: ¡Ahora ella (la aparición) se ha esfumado! Una vez lo hice a propósito y oí a la Sra. Fidler decir: ¡En este momento se ha vuelto a esfumar!
12º - Cuando al final de la sesión, Yolanda está pronta a retirarse, ¿sentís algo de particular en vuestro cuerpo?
¿Qué sentís, antes y después de la sesión?

Respuesta – El día de la sesión pienso siempre que un buen baño me haría bien, porque no me siento muy a mi gusto.
El motivo de esto es, según supongo, que Yolanda absorbe, para materializarse, cierta cantidad de sustancias de los asistentes; éstas recaen sobre mí, en parte y me producen un sentimiento de indisposición. Actualmente, tomo siempre un baño antes de las sesiones; pero hasta entonces lo tomaba después, y no creo que me haya hecho daño, si bien no estoy muy segura de ello.
Siempre antes de las sesiones, incluso con ocho o nueve horas de antelación, experimento una sensación de hormigueo en todo mi cuerpo; cuando sé que se va a llevar a cabo una reunión, siento pinchazos en los pies, exactamente como si tocase una batería eléctrica; ya no siento interés por cosa alguna; algo me impide pensar en eso. Prefiero, por tanto, no saber que se proyecta una sesión.
Después de que ellas se desarrollan, tengo habitualmente náuseas seguidas de vómitos; provienen de haber yo absorbido algunos de los elementos de los asistentes (15), que Yolanda recoge para materializarse. Durante el día, antes de la sesión, me abstengo tanto cuanto posible de tomar alimentos.

13º - ¿Habéis intentado alguna vez retener con las manos a Yolanda o sus velos? Era natural que procuraseis obtener un trozo de ese tejido.

Respuesta – Justamente el otro día, cuando tomé la tijera para cortarle una mecha de cabellos, no logré sujetarla; ella era más fuerte que yo. A no ser esto, jamás he procurado retenerla. Cuando ella me apretó los puños, dejándome en la imposibilidad de moverlos, estaba yo deseosa de probar su fuerza.

14º - ¿Habéis visto alguna vez a Yolanda cara a cara?

Respuesta – Cuando ella estaba conmigo, fuera del gabinete, su rostro se presentaba siempre velado, de modo que yo no podía verla; pero en Newcastle la vi en medio de la cámara, cuando la cortina se abrió y la luz cayó de lleno sobre ella; le vi, entonces, la espalda y los brazos, tan distintamente como si hubiese visto los de otra persona.
Vi la dama francesa, y la percibía como si yo me estuviese mirando en un espejo, de tal modo se parecía ella a mí.

15º - ¿Era por el rostro, por las manos o por otras semejanzas corporales e intelectuales, por lo que os reconocíais en ella?

Respuesta – Nunca observé semejanza conmigo en los rasgos fisonómicos de Yolanda, o mejor dicho, nunca tuve ocasión de verificar eso.

16º - ¿Nunca habéis sentido como si estuvieseis en Yolanda, como si vuestra consciencia estuviese ligada a ella? O de otra forma: ¿tenéis constantemente la consciencia de estar separada de ella o de ser siempre vos misma, en vuestro lugar, en el gabinete? ¿Podéis pensar y juzgar lo que sucede en torno a vos?

Respuesta – Cuando ella me toca, la sensación es toda semejante a la que yo experimento tocándome a mí misma. No siento como si fuese una parte de ella; pero por el contrario, siento como si ella fuese una parte de mí.
El hecho de que Yolanda se halle en algún otro lugar no me impide saber que yo estoy en mi propio lugar en el gabinete. Es un hecho claro y verídico, y nadie podría jamás quitarme esta seguridad, pues estoy firme en ella, y es más que una simple creencia. Pero me reconozco aquí y sé que esa parte, que de mí misma sale y respira, se escapa a mi verificación; quiere parecerme que ella es algo que me perteneció y que está a disposición de otro.
No podría decir exactamente lo que he perdido; sé, no obstante, que no he perdido cosa alguna de mi ser, aunque tenga consciencia de que el nuevo ser me pertenece.
Considero a Yolanda como una individualidad separada de mí; estoy absolutamente segura de que ella posee su propia individualidad, sus propios sentidos, su propia consciencia, separada de todo cuanto me pertenece.

17º - Cuando percibís que Yolanda es realmente una individualidad diferente o independiente de vos, ¿podéis indicar los caracteres morales o intelectuales de esa individualidad?
Cuando os sentáis en el gabinete, ¿pensáis en Yolanda? ¿Deseáis que ella venga?

Respuesta – Ella tiene tantos deseos y es tan caprichosa como una criatura, pareciéndome incluso que tiene el desarrollo correspondiente a una joven de 13 o 14 años, sin gran inteligencia, sino simplemente curiosa. Parece haber sido educada en un medio civilizado; comprende y aprende fácilmente; el rasgo más notable de su carácter es la curiosidad.
Al principio, cuando se encontró entre nosotros, parecía no saber lo que era una silla, y hacía pruebas sobre el modo en cómo debería servirse de ese mueble; sentándose sobre el respaldo de la silla, cayó; al mismo tiempo conocía la forma de servirse del papel y del lápiz.
Manifestaba gran curiosidad por todo cuanto le traían; comprendía el uso de los vestidos y de las joyas, y sabía adornarse.
Yolanda jamás demostró afecto, por mí o por cualquier otra persona; juega libremente con los niños del Sr. Fidler, porque está acostumbrada a ellos, y no por afecto.
Supongo que ella encuentra placer en ocuparse con algo. Si sucede que yo le pido una cosa u otra, por ejemplo, flores, ella me las da, pero un tanto enfadada, a lo que parece.
Cuando es otra persona quien se lo pide, ella la satisface con la mejor buena voluntad; en cambio, cuando soy yo quien lo hace, no solamente ella no desea satisfacerme, sino que, incluso, a lo que parece, me encara con aire desconfiado, como si yo tuviese alguna vigilancia que ejercer sobre ella.
Me parece que Yolanda hace las cosas porque desea ser alabada y considerada inteligente. Es posible que haya hecho progresos durante estos diez años, pues Walter (16) explicó que ella había aprendido las primeras letras del alfabeto, pero que aún le quedaba mucho por aprender. No procuro pensar en cosa alguna cuando me hallo en el gabinete, y tampoco, nunca, deseo que Yolanda venga. No sé si ella vendrá, sino tan solo que alguien vendrá. Evidentemente, si nada sucediese, yo me enojaría; y por eso, según creo, es posible que yo albergue el deseo de su venida.

18º - Cuando los otros fantasmas aparecen, ¿sentís que ellos son una parte de vos misma, o que os son extraños y, además, independientes de vos?

Respuesta – No experimento con los otros fantasmas lo que siento con Yolanda; sin haber mirado, sé si es Yolanda u otra figura; no sé de qué proviene eso; tan solo noto la diferencia.
Cuando la aparición dio el nombre de Carlos, sentí curiosidad por saber qué era eso, pero sin interés alguno. Sentía que Yolanda era parte y que yo estaba en mi estado normal; justamente en la ocasión de que os hablé, noté la diferencia y, entonces, el fantasma llamado Carlos apareció.

19º - ¿Alguna vez Yolanda se manifestó de otro modo, en sesión que no fuese de materialización?

Respuesta – No, que yo sepa. En cambio los otros Espíritus que se manifiestan en las sesiones han dado pruebas de su presencia en otras ocasiones.
Recuerdo que, una tarde, cuando aún vivía en Inglaterra, teniendo una niña sobre las rodillas, y estando ambas cantando, oímos una voz que nos acompañaba. La niña preguntó: ¿Eres tú quien canta, Ninia? – Ella contestó: Sí. La pequeña subió las escaleras corriendo, y como no la encontrase, exclamó: ¿Estás abajo? Y la voz contestó, aún: Sí. La niña corrió por todas partes buscándola, hasta sentir fatiga. Se oía la voz por todas partes en la casa.

20º - Decidme cuáles fueron vuestras impresiones sobre la respuesta dada por Walter, el 16 de junio de 1890, respuesta que consideráis una cosa completamente nueva, una revelación. Quiero hablar de vuestra desaparición total, cuando miré bruscamente hacia dentro del gabinete.

Respuesta – Antes de la sesión de 16 de junio de 1890, tenía yo la convicción absoluta de que parecía no haber modificaciones visibles en mi cuerpo; percibía bien que durante las sesiones algún cambio se operaba, pero juzgaba que eso no pudiese ser observado por otra persona que no fuese yo. Por lo que sé, podía siempre ver, sentir y oír, o mejor, deberé decir que, cuando estoy en el gabinete, mi oído es mucho más fino que en cualquier otra ocasión, porque entonces percibo el tictac de un péndulo en la cámara de al lado o en el pavimento inferior, puedo oír el ruido de la ciudad, por ejemplo, las campanadas de los relojes en las iglesias, y oigo el tictac de los relojes de bolsillo de los asistentes. Es cierto que mis sentidos están más aguzados que de costumbre. Puedo sentir los pensamientos, o mejor dicho, tengo la sensación de percibirlos; últimamente, he intentado fijar los pensamientos así sentidos y percibidos, de modo a poder repetirlos, pero no he sido capaz.
Si yo supiese que había sido algunas veces transformada, como Walter parece creer, jamás hubiera osado dar sesiones ante personas que no tuviesen cabal comprensión de este estado de cosas.
A veces, paseé con Yolanda fuera del gabinete, de modo que los asistentes podían vernos a ambas al mismo tiempo.
En muchas ocasiones, pude ver a Yolanda ante mí, arrodillada, tocando mi vestido o dándome un vaso de agua. Le hablé, la toqué, y de ese modo, pude convencerme perfectamente de que éramos dos individualidades diferentes. La primera vez que noté en mí una gran modificación, pues comprendí que era real ese cambio, fue en las sesiones de fotografía del Sr. Hedlund, en que un Espíritu-hombre me tocó; quedé tan amedrentada que incluso intenté levantarme y escapar para fuera del gabinete; pero me di cuenta de que no podía moverme.
Los asistentes observaron el Espíritu que he mencionado, y lo vieron disiparse poco a poco; al mismo tiempo, yo sentía que me volvían las fuerzas y la sensibilidad.


II – OBSERVACIONES COMPLEMENTARIAS DEL SR. AKSAKOF

Yo no podría completar mejor estas interesantes comunicaciones, más que llamando la atención de los lectores para la descripción tan sencilla y viva dada por la Sra. d’Espérance, acerca de lo que ella conoce, piensa y siente durante una sesión de materialización, estando sentada fuera del gabinete, a la vista de los asistentes, y que ella publicó en el periódico The Medium (años de 1892 y 1893) bajo el título Lo que siente un médium cuando los Espíritus se materializan.
No puedo dejar de reproducir aquí un pasaje que está en relación directa y especial con el tema de este artículo, y que describe otro caso excelente de ese estado de desdoblamiento en que se halla el médium, conservando la consciencia. La Sra. d’Espérance habla por sí misma, y es de notar que todo esto fue escrito antes del acontecimiento producido en Helsingfors. He aquí el texto:
Entonces, aparece otra figura, pequeña y delicada, con los brazos abiertos. Alguien se levanta en el extremo del círculo, viene, y las dos se abrazan. Se escuchan gritos confusos: ¡Ana! ¡Oh, Ana! ¡Hija mía! ¡Mi querida hija! Entonces, otra persona se levanta y echa los brazos en torno al Espíritu; en breve se suceden sollozos, exclamaciones entremezcladas de bendiciones. Siento mi cuerpo moverse por aquí, por allí; todo se vuelve negro ante mis ojos. Siento el brazo de alguien en torno a mi cuerpo, un corazón latir contra mi pecho. Tengo la sensación de que algo sucede. Nadie está junto a mí; nadie me da atención. Mis ojos se fijan en esa figura blanca y delicada, que está en brazos de dos mujeres enternecidas.
Debe ser mi corazón lo que oigo latir tan nítidamente; sin embargo, hay brazos que me rodean; jamás había sentido un contacto tan nítido. Empiezo a espantarme. ¿Quién soy yo? ¿Soy la blanca aparición, o soy la que está sentada en la silla? ¿Serán mis manos las que rodean el cuello de la vieja dama? ¿Serán mías las manos que tengo ante mí, en mis rodillas? ¿Seré yo el fantasma, o cómo deberé llamar a aquella que está sentada en la silla? Ciertamente, mis labios fueron besados; mi rostro está todo mojado de las lágrimas que corren abundantemente por las mejillas de las dos buenas mujeres. Pero ¿cómo puede ser esto? Es un sentimiento terrible el de la pérdida de la propia identidad. Deseo estrechar una de sus manos, que están colocadas sobre mis rodillas – es inútil – y tocar a alguien, para saber exactamente si yo soy yo o solamente un sueño; si Ana soy yo, y si, de algún modo, me he perdido en su personalidad.
Siento los abrazos trémulos de la vieja dama, sus besos, sus lágrimas, las caricias de la hermana, y me hallo en mortal angustia. ¿Cuánto tiempo durará esto? ¿Cuánto tiempo permaneceremos ahí juntas? Al final ¿qué sucederá? ¿Seré yo Ana, o Ana será yo?
De pronto noté dos pequeñas manitas deslizarse sobre mis manos paralizadas; eso me confirió, de algún modo, un poco de ánimo; y, con un sentimiento de viva felicidad, sentí que yo todavía era yo misma, y que la pequeña Joute (17), enfadada sin duda por haber quedado olvidada detrás de las tres figuras, y sintiéndose aislada, buscaba relacionarse conmigo.
¡Cuánto bien me hizo ese contacto, aun siendo de las manos de una criatura! Mis dudas sobre aquello que yo era, o sobre mi estado, se disiparon. Mientras sentía esto, el fantasma blanco de Ana desapareció en el gabinete, y las dos damas volvieron a sus lugares, llorosas, bastante agitadas, pero muy felices. – (The Medium – 1893, pág. 146).

  
CAPÍTULO V
  
CONCLUSIONES

Al comenzar esta memoria, he dicho que el fenómeno a que estaba especialmente consagrada tenía por objeto proyectar una viva luz sobre diversos puntos aún oscuros y confusos de los fenómenos de materialización. Me limitaré a indicarlos en algunas palabras, sin entrar en pormenores más detallados.
1) El hecho, tan frecuente, de la semejanza de la médium con la forma materializada tiene su explicación natural. Como esa forma es tan solo el desdoblamiento del cuerpo de la médium, es natural que tenga todos los rasgos de ésta. (18)
Recientemente aún, durante nuestras sesiones en Milán con Eusapia Paladino, tuve ocasión de averiguar esa semejanza en cuanto a las manos, y mencioné en mi libro Animismo y Espiritismo un caso en que la semejanza de los pies fue verificada por medio de moldeados en parafina. En cuanto a lo que concierne a la fisonomía, tenemos las fotografías del Sr. Crookes, en las cuales la semejanza de Katie King con la médium no puede ser puesta en duda. Por consiguiente (lo cual es importante para la experimentación y la crítica), es evidente que esa perfecta semejanza no es una prueba absoluta de fraude por parte de la médium. Así fue como el general Sederholm pudo muy bien equivocarse, cuando llegó a la conclusión de que era la Sra. d’Espérance quien hacia el papel de los Espíritus.



William Crookes

2) Mejor aún: Cualquier persona puede agarrar la forma materializada, sujetarla y certificarse de que tan solo tiene en su poder al propio médium, en carne y hueso; y esto tampoco constituye una prueba de fraude por parte del médium. Efectivamente, según nuestra hipótesis, ¿qué debe suceder cuando detenemos a la fuerza el doble del médium, materializado hasta tal punto de que no resta más que un simulacro invisible del cuerpo de éste sentado tras la cortina?
Es evidente que ese simulacro, esa partícula mínima, sutil y etérea, será inmediatamente absorbido por la forma ya completamente materializada, a la cual no faltó más que ese resto invisible.
Hace cerca de veinte años, el Sr. Harrison, editor de The Spiritualist, de Londres, se expresaba sobre este caso del siguiente modo:
Está claro que las dos formas deben reunirse, y que la parte menor se precipitará sobre la mayor. (The Spiritualist, 1876, pág. 256). Pero no sé cómo sucederá la cosa si el médium se encuentra sujeto, con los pies y las manos sólidamente atados. Según la teoría, esos lazos, con los nudos perfectamente lacrados, etc., deberían conservarse intactos y sujetos a la silla del médium. ¡Sería una bella experiencia! Pero no conozco caso semejante, porque en la práctica espiritualista nunca se ha considerado necesario recurrir a la coerción cuando se está seguro de que la participación del médium es nula. (19)
3) La hipótesis en cuestión nos explica la dificultad que siempre ha existido para ver, al mismo tiempo, la figura perfectamente materializada y el médium; porque, como he dicho, una completa materialización exige, por otra parte, una completa desmaterialización, resultando de ahí la invisibilidad del simulacro que suponemos existir en lugar del médium. Lo mismo sucede con relación a las fotografías del médium y de la forma materializada, que son extraordinariamente raras. Parece que esa dificultad resulta del hecho de no saber dónde existe la posibilidad de guardar el equilibrio necesario en la distribución de los elementos materiales entre las dos formas.
4) Como demuestra la experiencia, ese proceso de desmaterialización y rematerialización no afecta solamente a los cuerpos orgánicos, sino además a los inorgánicos, resultando de ello que los lazos y sellos de lacre con que se sujeta al médium no ofrecen garantía alguna. Aquí es oportuna la siguiente hipótesis en cuanto al modo en que se verifica el hecho. O bien los lazos son desmaterializados, o bien lo es el médium. Tenemos un ejemplo notable en el caso de la Sra. Compton, que ya he citado pormenorizadamente en el primer capítulo. Encontramos, además, un ejemplo análogo en la experiencia del Sr. Crookes, narrada por el Sr. Blackburn. El cuello, la cintura, las manos y los brazos de Miss Cook fueron sujetados por el Sr. Crookes con cuatro cordones de hilo, a cuatro puntos de una escalera portátil, y los nudos cosidos y lacrados. Transcurridos cinco minutos la médium salió del gabinete, libre de todos los lazos, los cuales yacían, intactos, por tierra (The Spiritualist, 1874, tomo II, página 285). También puedo citar una experiencia personal que obtuve con el médium Léon Montet, al cual yo había ligado con el mayor cuidado, y que en un instante quedó libre de todos los lazos sin que el menor de los nudos hubiese sido forzado (Psychische Studien, enero de 1882, pág. 1).
5) Siendo incontestables estos hechos, la misma hipótesis explica también la penetración de la materia por la materia y los transportes que son tan conocidos en la mediumnidad. Éstos se ligan, evidentemente, a los mencionados anteriormente. Es ocioso citar aquí ejemplos. Llamo la atención de los lectores para mi libro Animismo y Espiritismo y para mi experiencia con el anillo de hierro que pasó a través del brazo del médium Williams, mencionada en el Psychische Studien de febrero de 1876. Basándose en la misma hipótesis, el Sr. Harrison pormenorizó, en cuanto a la explicación de los casos de transporte y de la penetración de la materia, en su artículo ‘Teoría que encierra la explicación de algunas manifestaciones espiritualistas’ (The Spiritualist, 1876, 1, pág. 205), donde cita mi experiencia con Williams.
6) La solidaridad del médium con la aparición se hace evidente. Y perfectamente comprensible. Se ha observado diversas veces que las impresiones físicas experimentadas por la forma materializada repercuten en el médium. De esto tenemos los primeros indicios, y los más comunes, en las experiencias de los colores transportados sobre las apariciones de manos, a que me referí en el libro Animismo y Espiritismo. También cité allí el caso interesante de un golpe dado con un cuchillo a un brazo materializado, cuyo dolor fue sentido por el médium. En las sesiones de la señora d’Espérance también se observó, diversas veces, que los pinchazos dados sobre las manos materializadas eran sentidos por la médium.
Yo mismo estuve presente en una sesión durante la cual la forma materializada sumergió las manos en la parafina derretida, exclamando el médium, al mismo tiempo, ¡que eso lo quemaba!
Tenemos en fin un caso único en los anales del Espiritismo, narrado por cinco testigos, que esclarece esa solidaridad de un modo extraordinario. En una sesión con el Sr. Monck, en presencia y a la vista de los asistentes, se formó, saliendo del lado izquierdo del médium, una figura masculina. El médium permaneció visible durante todo el tiempo y la luz era buena.
Se materializó la forma completamente, y su fisonomía, las manos y los pies, fueron examinados a plena luz del gas; además de esto, ella levantó de sus lugares, cada uno a su vez, a todos los asistentes.
Esto, dicho sea de paso, prueba que la hipótesis de la desmaterialización casi completa del médium, correspondiente a la materialización casi completa de una figura, como he explicado anteriormente, no es, en absoluto, general, pues en este caso el médium permaneció corporalmente visible e incluso tangible.
En fin, citaré textualmente lo siguiente: Propusieron una experiencia única, o sea, que la forma bebiese un vaso de agua. El resultado fue que, mientras el Espíritu materializado bebía ante nosotros esa agua, de un modo visible, siendo que incluso lo oíamos tragarla, esa misma cantidad de agua era enseguida regurgitada por la boca del médium; tal hecho confirma las pruebas análogas antiguas, es decir, que a veces no siempre reina una comunidad de gustos y sensaciones entre las formas psíquicas y los médiums por cuyo intermedio ellas se producen. (20)
Es tradicionalmente conocido que los espectros tienen miedo a las espadas e, incluso en los hechos más recientes, encontramos casos en apoyo de esa creencia. Así, en la obra de Glanvil titulada El Demonio de Tedworth (siglo XVII), leemos que el criado del Sr. Mompesson (en cuya casa el demonio no daba reposo a nadie), siendo perseguido de noche por el espectro, lo amenazó con la espada, lo cual dio como resultado su puesta en fuga. Una vez el espectro quiso arrebatarle la espada (21): se entabló una lucha, pero tan pronto como el criado se adueñó de la espada, el espectro desapareció. Se notaba que éste siempre procuraba evitar la espada. (S. Glanvil, Saducismus triomphatus, ed. de 1688, págs. 325-326).
El Marqués de Mirville, en su obra Des Esprits e de leurs Manifestations Fluidiques, citando varios incidentes del primer caso de Cideville, sucedido en 1851, cuenta, entre otras cosas, que el espectro que se suponía estar en el local donde producía ruidos como de golpes, procuraba siempre evitar la punta de la espada, cuando ésta era dirigida contra él.
El referido Marqués cita diversos pasajes de autores antiguos, en apoyo de la tradición que menciono.
Según ciertas observaciones, hechas ahora en el nuevo y tan misterioso dominio del hipnotismo, la sensibilidad de la superficie de la piel es transportable a cierta distancia, y puede formar una especie de capa sensible en torno al hipnotizado; éste no siente, entonces, absolutamente nada cuando se le da un pinchazo directamente sobre la piel, pero si el pinchazo se produce en la capa de aire, a cierta distancia del cuerpo, él la siente. Estos fenómenos han sido bautizados, actualmente, con el nombre de exteriorización de la sensibilidad. (22)
Hemos visto que lo mismo ocurre en los fenómenos de materialización, los cuales pueden ser considerados como el desarrollo completo de la exteriorización. Así es como se dan las manos la experimentación y la tradición.
7) Finalmente, el misterio de la materialización recibe, sino una solución, cuando menos una especie de explicación. Esto ya no es un milagro, una creación momentánea de la materia, de formas orgánicas humanas sacadas de la nada, por decirlo así; es una transformación, la transmutación de una forma orgánica existente en otra. Es, además, maravilloso, pero no es miraculoso. La doctrina espiritualista ganará con ello, porque ella tiende a demostrar que el cuerpo no es solamente el resultado del juego de fuerzas químicas, sino el producto de una fuerza organizadora, persistente, que puede modelar la materia a voluntad. (23)
El cuerpo que conocemos aparece como un revestimiento material, tan solo temporal. La supremacía del Espíritu sobre la materia se vuelve evidente.
En un caso de simple desdoblamiento, cuando el médium está en trance, se verifica un fenómeno de equilibrio y distribución de la materia orgánica de un cuerpo entre dos cuerpos, conservando la identidad de la forma que se deriva del principio individual organizador. Cuando ese fenómeno se opera sin que el médium esté en trance, tenemos la prueba de que nuestra autoconsciencia no agota el contenido de nuestro ser psíquico, y que el yo organizador puede, fuera del yo consciente, actuar y constituir un cuerpo. Cuando el desdoblamiento se produce con variedad de forma en algunos órganos, reteniendo completamente el tipo general (como se vio en el caso de Katie King, donde las uñas, las orejas y el color de los cabellos diferían enteramente de los de la médium), tenemos la prueba incontestable de la fuerza organizadora del yo trascendente, que no se atiene al modelo del cuerpo terrestre conocido por nosotros, al que ella anima.
He aquí un comienzo de transformación (24). Si la forma materializada no ofrece nada más en común con el médium (como en el caso de Katie Brink, de la Sra. Compton, del cual hago mención en el cap. I, nos hallamos frente a una transformación completa o transfiguración.
¿Para quién o para qué es producida? He aquí la cuestión espinosa y principal. Es difícil suponer que eso sea del mismo yo individual, trascendente; y si, desde el punto de vista crítico, esa forma responde a todas las exigencias formuladas para la verificación de una individualidad (véase Animismo y Espiritismo), tenemos la prueba evidente de que un yo individual trascendente, que no es el del médium, se apoderó tan solo de la materia orgánica de éste para transformarla según su deseo. (25)
Pero, si es así, ¿no le sería más sencillo a ese yo trascendente emplear el mismo cuerpo o el mismo semblante, y transformarlo en aquello que desea, sin recurrir a la producción maravillosa de un cuerpo completamente diferente al del médium?
Si existiesen casos de ese género, eso sería la prueba positiva de que la materialización se reduce a un fenómeno de transmutación. ¡Pues bien! Sí, esos casos existen, pero son raros y están diseminados en la masa enorme de los materiales de la literatura espiritualista.
Encontramos, a propósito, dos casos en un artículo de Miss Kislingbury (The Spiritualist, 22 de diciembre de 1876), donde ella presenta casos de fantasmas en desdoblamiento, transfiguraciones y transformaciones.
He aquí el primero, extraído de una carta del Sr. Joy (América del Norte), ya publicada en el mismo periódico de 17 de septiembre de 1875: La Sra. Crooker, médium muy estimada en Chicago, me contó, hace algún tiempo, los sucesos siguientes:
Bajo la dirección de su guía espiritual, ella empezó, hace seis meses, una serie de sesiones para el desarrollo de una nueva fase de mediumnidad; sus sesiones eran circunscritas a su familia. Una tarde, cuando la chimenea de la sala proyectaba un bello resplandor, y cuando la luz de la luna también allí llegaba, ella fue transformada; su fisonomía cambió completamente en tamaño, forma y carácter; espesa barba negra le apareció. Todos cuantos se hallaban a la mesa observaron lo mismo. Su yerno, sentándose inmediatamente a su lado, dijo, cuando ella volvió su rostro hacia él: ¡Oh, pero si es mi padre! – después de esto él declaró que la imagen era exactamente la de su padre, que estaba muerto.
Al poco tiempo, la Sra. Crooker quedó transformada en una mujer vieja, de cabellos blancos. Esas metamorfosis se operaban poco a poco, y mientras los testigos miraban constantemente para dicha señora… Ella conservaba la consciencia de sí misma, pero experimentaba viva sensación de pinchazos por todo el cuerpo, exactamente como si tocase los polos de una fuerte pila galvánica.
El otro ejemplo está extraído de El Libro de los Médiums, de Allan Kardec. El suceso se produjo en 1858, en los alrededores de Saint-Étienne.
Una joven de quince años tenía la singular facilidad de transfigurarse, es decir, de tomar, en determinados momentos, todas las apariencias de personas muertas; la ilusión era tan completa que se creería estar en presencia de la persona, de tal modo eran semejantes los rasgos fisonómicos, el tono de voz, e incluso el modo de hablar. Ese fenómeno se produjo centenares de veces, sin que para ello la voluntad de la joven contribuyese en nada. Ella tomó diversas veces la apariencia de su hermano, muerto algunos años antes; de él tenía no solo el rostro, sino además la talla y volumen del cuerpo. Un médico del lugar, muchas veces testigo de estos efectos extraordinarios, deseando asegurarse de que no era juguete de una ilusión, hizo una experiencia.
Estos hechos fueron narrados por él mismo, por el padre de la muchacha, y por otros varios testigos oculares, muy respetables y dignos de crédito. Él tuvo la idea de pesar a la muchacha durante su estado normal, y después, durante la transfiguración, cuando ella tenía la apariencia de su hermano, con la edad de veinte y pocos años.
¡Pues bien! Se comprobó que, en este último estado, el peso era casi el doble. La experiencia fue concluyente, e imposible sería atribuir esa apariencia a una simple ilusión de óptica.
Pese a que esos dos casos fueron citados por Miss Kislingbury, como ejemplos de transfiguración, la aparición de barba, de los cabellos castaños, y el aumento de peso, no atestiguan suficientemente que se opera un proceso de transformación, aun admitiendo la veracidad de los casos relatados. Desgraciadamente, nos faltan los detalles de observación y las declaraciones directas de los testigos oculares, para poder confirmar esos sucesos, cuya importancia es enorme en caso de ser auténticos.
Un punto notable a su favor es que no están en contradicción con el principio sobre el cual se fundamenta toda materialización, y formarían, de ese modo, el transitorio e inicial de la transformación de un cuerpo orgánico en otro, bajo la acción de una fuerza organizadora desconocida. (26)
He aquí llegado el momento de mencionar otra especie de observaciones, que apoyan también la teoría de las transformaciones, pero que desgraciadamente son tan raras y tan insuficientemente descritas como las precedentes.
Así, tenemos el siguiente caso, narrado por el señor Simmons, en uno de los congresos de la Asociación Nacional de los Espiritualistas, llevado a cabo en Londres en diciembre de 1876:
El Dr. Newbrough le contó cómo había sujetado, con ese fin, a la Sra. Compton, con cuerdas enceradas, y como fijó al piso su vestido de alpaca oscura. Después de haberla atado de ese modo, volvió a su lugar en el círculo de los asistentes, que se hallaba en el lado de fuera, y en seguida, vio salir del gabinete una forma, más pequeña que la Sra. Compton, y que estaba toda vestida de blanco; serían precisos, dijo él, treinta o cuarenta metros de tela para confeccionar esa vestimenta. El doctor fue invitado a entrar en el gabinete, y nada más encontró que la silla vacía de la médium. Volvió a salir, habló con el fantasma y le pidió un trozo de su vestuario. El fantasma dijo: Si cortáis algún trozo, éste faltará en la ropa de la médium – y añadió que, en tal caso, sería preciso regalarle un vestuario nuevo. En este ínterin, él cortó de la vestimenta blanca un pedazo del tamaño de su mano, poco más o menos. El fantasma entró, después, en el gabinete, y, pasado un momento, el doctor también fue invitado a entrar allí, encontrando a la médium sujeta por las apretadas cuerdas, y su falda fijada al suelo, como anteriormente; y, en su vestido negro, se halló un gran boquete exactamente del mismo tamaño que el trozo blanco cortado poco antes. Más tarde, el doctor cortó un trozo de las vestiduras negras para mostrar a los demás asistentes el orificio en el cual entraba exactamente el retal blanco. Después hizo examinar y analizar esos tejidos, verificándose que en todo eran semejantes, si bien de colores diferentes.
The Spiritualist, 1876 – II, pág. 257).

Lo mismo se observó, varias veces, en las sesiones de la Sra. d’Espérance, en las cuales, cuando alguno de los asistentes lograba cortar clandestinamente un pedazo del velo que envolvía la figura materializada, se reconocía que algún pedazo del vestido o de la falda de la Sra. d’Espérance había desaparecido.
Yo no podría relatar circunstanciadamente esas sesiones, porque, desde hace mucho tiempo no he tenido tiempo de registrarlas, a causa del debilitamiento de mi visión. Sé, tan solo, que en el caso de la Sra. d’Espérance, nadie ha hecho experiencias en ese sentido. Eso ha sido descubierto por casualidad, y siempre solamente después de la sesión. Durante mis sesiones en Gotemburgo, quise hacer una tentativa de ese género y con esa finalidad encargué para la Sra. d’Espérance un atuendo especial; pero no tuve ocasión de hacer ese ensayo, limitándome a proseguir en la observación para la cual había ido expresamente a Gotemburgo. Notemos, en cambio, que cuando se corta algún trozo con el permiso del fantasma, como en el caso a que me referí en el Psychische Studien, de 1893, págs. 341-394, no resulta de ello sorpresa alguna para la Sra. d’Espérance, y su vestido se conserva intacto. (27)
Si pudiésemos establecer un solo caso de ese género, de modo indiscutible, también tendríamos en eso un fenómeno que haría prueba, como aquel a que está consagrado este pequeño trabajo, y además, no solo una prueba efímera y pasajera, como en los casos de materialización de cuerpos orgánicos vivos, sino una prueba duradera como los nudos de una cuerda sin extremidad obtenidos por el profesor Zollner.


El físico alemán Zollner (derecha) y el médium Henry Slade (izquierda)

Desde el punto de vista de una crítica imparcial, debo reconocer que el fenómeno de desmaterialización parcial del cuerpo de la médium, a que me refiero, aún está muy lejos de poder ser considerado como positivamente fundado. Su principal defecto es ser único e inesperado; los testigos, no contando con él, no pueden, en presencia de tal acontecimiento, conducirse con la prudencia necesaria para la verificación de un suceso tan extraordinario.
Sin embargo, tal como está, me ha parecido suficientemente afirmado en pruebas, como para ser objeto de esta memoria.
Ahora que el hecho está reconocido, ya no resta nada más que esto por desear: su reproducción en las mejores condiciones posibles para una excelente observación, y, sobre todo, en un círculo bien enterado acerca de esa cuestión.
Tenemos para ello un auxilio importante en la propia persona del médium, que nada más quiere que una investigación concienzuda, y que a ese respecto ofrezca condiciones excepcionalmente favorables, ya que, no cayendo en trance durante la sesión, es accesible a la observación, y por sí mismo se constituye en excelente observador.


Dr. Johann Karl Friedrich Zöllner

Pero para que ese fenómeno pueda renovarse con la Sra. d’Espérance, es necesario, ante todo, que su salud se restablezca, y que su mediumnidad, suspendida tras el quebranto físico y moral por ella experimentado en Helsingfors, vuelva a aparecer. Según las últimas noticias que ella me proporcionó, se ha producido por fin cierta mejora en su estado de salud, y su mediumnidad empieza a renacer.
Esperemos, pues que no sea ella victimada por esta causa, que, hasta la época presente, solo le ha traído disgustos, decepciones y ataques, a cambio de toda la abnegación y de toda la dedicación de que siempre ha dado prueba.

                                               Repiofka, Penza, 11/23 de julio de1895.
                                                                  
ALEXANDRE AKSAKOF.



 Traducido por Teresa, para autores espiritas clásicos