- Eileen J. Garrett: Técnica de la Telepatía Experimental

TÉCNICA DE LA TELEPATÍA EXPERIMENTAL


- Eileen J. Garrett -

Definición del acceso adecuado a la telepatía – Estados físicos y mentales durante el experimento – Evaluación de los resultados – Algunos análisis subjetivos.

Presumo que debe haber tantas técnicas telepáticas como investigadores. Y sospecho que el uso de la palabra “técnica” debe de haber conducido a algunos errores de definición. Para minorar el peligro de que se me haga una acusación similar, deseo advertir que la técnica explicada en este capítulo es, más bien, un método operativo. Pero como ese método fue ensayado por mí con éxito sobre un grupo de estudiantes durante más de un año, y como abarca las importantes cuestiones de la preparación, de los estados físicos y mentales durante el experimento, del registro de los resultados obtenidos y del análisis y valoración de esos resultados , creo permisible la aplicación del vocablo “técnica” al procedimiento en conjunto.

Los estudiantes a quienes antes me referí se reunieron una vez por semana durante el año pasado. El grupo oscilaba entre doce y veinte componentes, y la mayoría asistía con puntualidad a las reuniones. El ambiente de éstas era natural y cordial, sin sugestión alguna de que aquello fuese un aula ni un laboratorio. Los individuos acudían movidos de su interés en la investigación de los fenómenos y, con dos o tres excepciones, no tenían adiestramiento previo en las cuestiones telepáticas, ni experiencia de las manifestaciones psíquicas. Yo intervenía en los experimentos como orientadora y crítica. Exponiendo mis experiencias propias y describiendo subjetivamente mis métodos de comunicación telepática, pude señalar al grupo el camino del desarrollo de su consciencia.

El primer problema consistía en la tensión individual, que es lo opuesto al estado de placidez que requieren estas tareas. Ellos se vencía, en parte, introduciendo elementos de camaradería y sencillez en los métodos, así como en todas las instrucciones que yo daba; y en parte estimulando a los discípulos a que se colocasen en las posturas físicas que encontrase más cómodas. Uno de los hombres halló que nada le resultaba mejor que tenderse en el suelo, y una de las mujeres nunca se encontraba tan a su gusto como sentándose en un cojín junto al fuego, con las piernas cruzadas. Una vez que yo veía a todo el grupo instalado a sus anchas, les enseñaba la forma de controlar la respiración, lo que por experiencia sé que provoca la lucidez física esencial para las buenas comunicaciones telepáticas.

Cuando, en un experimento telepático, deseo recibir una transmisión, empiezo a hacer profundísimas inspiraciones hasta más abajo del diafragma. Así el vientre se dilata y los músculos abdominales se relajan. Noto que cesa todo esfuerzo mental y que el ritmo de todo mi cuerpo se concentra debajo de la cintura. Entonces advierto que me encuentro en auténtica relación con mi ser creativo y que mis emociones quedan bajo mi fiscalización. Cualquier ansiedad, error o inseguridad de interpretación, desaparecen. Me siento cierta de que me hallo lúcida, consciente y pronta para iniciar la faena. El proceso emotivo de la recepción ha de consistir en una placidez pura. Me observo dúctil, vacía, y en perfecto reposo. No tengo que hacer otra cosa que describir automáticamente lo que aparece ante mi visión interior.

Pero la transmisión telepática exige cosas distintas. Todas las percepciones se aceleran y parece que el oír, ver, tocar y conocer se hubiesen mezclado en una especie de destello que puede ser enviado a un lado y otro a voluntad. Si algo se interpone en el camino de ese rayo, las facultades telepáticas le hacen rodear el obstáculo, hecho que se siente, aunque no siempre se vea.

La imaginación, al principio, tiende a desempeñar un intenso papel en la comunicación telepática. El percibiente debe, pues, domar el impulso a florear o conjeturar los resultados. Hay una gran diferencia de presumir o adivinar que una cosa es así o del otro modo, a tener la certeza de que las correspondientes impresiones son exactas. El estado en que el percibiente alcanza los mejores resultados es comparable a un estado de negligente ensoñación. En tal estado la mente del perceptor es como un lago abrigado cuyas aguas no alteran los vientos de la pena o la alegría, de un exceso de dolor o de una cantidad mínima de contento. La imaginación debe hallarse alerta, pero no trabajar, ya que mucha actividad de su parte podría cambiar la naturaleza de los estímulos sensoriales. Recuérdese que todas las facultades sensoriales intervienen en la telepatía. A menudo he sentido en el rostro la bruma marina, o en la lengua el aire salino del océano, o bien he percibido el olor de la turba quemada. Por eso sé que, en los experimentos telepáticos, el olfato y el gusto me sirven como instrumento para conocer que está funcionando ya un estado de telepatía.

El perceptor experto en telepatía, siente la vaga impresión de que algo sucede durante los momentos de recepción, mientras el agente proyectador siente invariablemente una constante sensación de lucidez. El percibiente puede notar un calorcillo o un tintineo electrónico. La piel, en ocasiones, se torna, como suele decirse, de “carne de gallina”. Para mí, esos experimentos sensoriales me sirven como de timbre telefónico, denotador de que va a venir un mensaje.

Una vez que hube descrito como mejor pude los estados físicos y mentales que mi experiencia me mostraba como los más útiles para la comunicación, me retiré de una participación activa en los experimentos, y dejé que cada individuo desarrollase su propia consciencia a medida que se multiplicaban los trabajos. Pronto se descubrió que algunos de los estudiantes revelaban grandes facultades de clarividencia, recibiendo sus impresiones mediante símbolos que gradualmente fueron adiestrándose en interpretar. Otros se confiaban a la esfera, menos compleja, de la telepatía. Los que poseían facultades clarividentes evidenciaron en breve un marcado interés en la psicometría – lo que discuto con cierta extensión en el capítulo VIII – y produjeron impresiones tan exactas como bellas.

Al principio los perceptores exponían de palabra sus impresiones – lo que creo preferible, porque, si se escriben, surge el obstáculo mecánico de tener que anotar las impresiones que llegan con asombrosa rapidez -, pero la consciencia de sí mismos solía desbaratar los experimentos. Sugerí entonces que cada uno escribiera el mensaje o las impresiones que recibía; y esto resultó muy bien. Varios me dijeron que habían descubierto una facilidad de escritura que no conocieran antes, lo que da una prueba concreta entre las percepciones sensoriales y la facultad creadora.

Cuando me decidí a escribir este libro – que ha de ser muy subjetivo, para corroborar mi tesis – pensé que en mi grupo había una considerable proporción de gentes que, sin conocimientos previos de telepatía, no sólo habían demostrado satisfactoriamente que las percepciones sensoriales eran una realidad, sino conseguido positivos resultados. Por tanto, al finalizar el año pedí a algunos de los estudiantes que me dijeran cómo trabajaban y qué sentían durante los experimentos. Todos accedieron y me autorizaron a incluir sus descripciones en este capítulo.

S.D., por ejemplo, es una distinguida abogada. Su actividad profesional se caracteriza por su tajante brillantez. Me interesó notar la facilidad con que no sólo aceptó el hecho de la impresión sensorial, sino que lo ajustó lógicamente a sus anteriores conocimientos científicos.

“Al principio me era necesario relajar el diafragma y la región del plexo solar antes de alcanzar esa calma interna sin la que la recepción es imposible. Cerrar los ojos ayudaba a la concentración. Tras los párpados se formaban remolinos de color indescriptiblemente bello que se resolvían en formas de gran complejidad y sutileza, en continuo movimiento y cambio. Aparecían formas muy específicas: una flor, un avión, un rostro, un vallado de jardín. Es difícil explicar cómo yo comprendía que una de aquellas figuras era la realmente transcendental. Me describía eso a mí misma como “una convicción de mi diafragma”. Mi cabeza parecía participar en ello muy poco, no siendo cual una caja receptora de imágenes y a veces de sonidos. Cuando oía repiques de campanas, me parecían venir de fuera, como los sonidos ordinarios, pero los oía de modo diverso, ya que se conectaban más interiormente con mi oído.

En psicometría – etapa algo posterior – el proceso era un tanto diferente. Me bastaba con concentrarme en un objeto, sin necesidad de tocarlo. Pero la fuerza de concentración tampoco procedía de la cabeza, sino del diafragma. De mí al objeto parecía fluir una corriente que retornaba cargad de impresiones que, llegando a algún centro de mi cerebro, descendían luego a mi lápiz. Poco a poco esa corriente alcanzaba tal rapidez y continuidad, que yo no reparaba en lo que sentía hasta que mi lápiz lo había trazado.

Mientras escribía se desarrollaban imágenes en mi vista interior y el iris. Pero esto no estorbaba a mi escritura. Si eso sucedía, no se me presentaban oportunidades de opción. Todo parecía relacionarse mutuamente.

Tanto en tal actividad como en la comunicación telepática, frases enteras llenaban a menudo mi consciencia. Empezaban por el centro usual y llegaban hacia mí a través del cerebro. Éste los registraba, pero yo los conocía mucho antes de que se situasen allí.

Cuando me entregaba a esas actividades, me parecía volverme a un centro de energía que estaba dentro de mí y a la vez no en mí, pero del que lograba toda la información que recibía. Sentíame descansada y confortada como si obtuviese de ese centro mi vitalidad y mis impresiones.

Como poseía considerable preparación en la ciencia materialística, había creído durante muchos años que todos los fenómenos eran manifestaciones de energía en varias formas, fuerzas y grados de refinamiento. Según acrecemos nuestro potencial humano, aumentamos nuestra receptividad respecto a la recepción de otras y más sutiles formas de la substancia universal. En esto no hay nada más milagroso o misterioso que el poder captar las ondas del éter mediante instrumentos adecuados, según es nuestra cotidiana experiencia con la radio. No hemos empezado a comprender aun el alcance de esta facultad, o acaso sería más correcto decir que la hemos olvidado.

He sido adiestrada en otras aplicaciones de la lógica, así como de la ciencia y, no obstante, nada veo de ilógico en la convicción de que con las prácticas podemos recibir de las cosas y personas – visibles e invisibles – que nos rodean, un infinito número de impresiones que durante siglos hemos mantenido alejados de nosotros.”

La siguiente descripción se debe a W.C., distinguido banquero y financiero, que probó, desde la primera reunión a que asistió, una notable capacidad de clarividencia:

“Hace años que advertí que el Universo era la suma total de varios grados de consciencia; que substancia y consciencia eran sólo una cosa, y que si uno se tornaba receptivo a un aflujo de ideas que brotaban de su propia alma, o de una persona, un grupo de personas, un lugar o un objeto, podría recoger tanta información como la que le permitiera asimilar su adaptación evolutiva a cualquier de esas fuentes.

Por lo tanto, cuando proyecto mi mente a distancias para recoger una información, me esfuerzo en unificarme con el sujeto, y que sé que la consciencia es una. Luego adopto una actitud mental “escuchativa” – o “meditativa”, si se prefiere – y dejo que las ideas afluyan a mi mente. A veces el informe viene como una serie de imágenes, a veces como símbolos interpretable, a veces como palabras oídas dentro de la mente.

Creo que nada hay oculto y que ningún conocimiento está vedado si con pureza de mente y de corazón nos proponemos adentrarnos en la consciencia que rodea todas las formas, así como en la consciencia de las formas mismas.”
El próximo relato subjetivo fue hecho por la artista C.F., buena pintora y hábil profesora. En su descripción se descubre gran atención al papel que desempeña el color en sus experiencias sensoriales. Se advierte que su percepción de la consciencia universal a que nos da acceso la telepatía, ha penetrado y  enriquecido su vida cotidiana. Los alumnos a que se refiere son estudiantes de arte. Ha logrado C. F. imbuirles una más honda consciencia del color mediante la respiración rítmica, que describe como parte de su propia preparación para los experimentos sensoriales:

“Cierro los ojos y me siento cómodamente – o me tiendo – para alcanzar plena relajación. Prescindo de todo pensamiento  o actividad dirigida de la mente. Si cualquier pensamiento me estorba – como suele ocurrir – lo rechazo. Logro así un estado de pasividad lúcida, una gran proclividad a la recepción de impresiones.

Una medida preparatoria para alcanzar esa pasividad consiste en respirar de un modo profundo, rítmico y lento, dejando expandirse el bajo vientre y expeliendo el aires mediante la contracción del diafragma. Al cabo de un rato detengo esta manera consciente de respirar y dejo que siga la respiración de igual modo lento y profundo. Descanso.  Me rodea la negrura. Cuando en la obscuridad percibo un punto de luz, sé que el experimento comienza. La luz suele empezar por ser de color azul eléctrico, pero no siempre. A veces sobrevienen en espirales de tono violado sobre negro y otras veces es una especie de sol de rayos encarnados y amarillos. Permanezco quieta, procuro continuar respirando regularmente y espero que la experiencia se desarrolle. Si estoy sentada, inclino la cabeza hacia adelante y alzo los globos de mis ojos cerrados. Esto parece serme útil. Entonces  la claridad empieza a tomar formas más rividentes, intentaré describirlo de una forma más definida.

En ocasiones me levanto, hago una expiración de aires, después una inspiración y, levantando los brazos por encima de la cabeza, emito un sonido bucal mientras inspiro. El sonido puede ser, por ejemplo: ahhh. A continuación me inclino hacia el suelo y sigo repitiendo el sonido, en tono profundo, cada vez que me acerco a la tierra. Después hago oscilar los brazos a entrambos lados, y continúo mi entonación con diferentes matices, acaso alzando un tanto más el tono cuando vuelvo a elevar los brazos. Mientras hago esto, rara vez veo color alguno, pero en cambio lo diviso más tarde, aunque muchos de mis alumnos ven el color ya mientras aun se entregan a su cantilena. En ocasiones articulan sílabas que sugieren imágenes. No obstante yo prefiero tenderme o sentarme cómodamente en una silla y mantenerme inmóvil. El color aparece, se mueve y asume formas.

Anoche, por ejemplo, estando en el lecho pensaba: “Ahora que E. G. me ha pedido que diga cómo recibo percepciones telepática o clarividentes, intentaré describirlo más de una forma más definida”.

“Empecé, con los ojos abiertos en la obscuridad. Primero vi formas semejantes a hojas y briznas de hierba creciendo hacia abajo, como si tuviesen las raíces en el cielo. Tomaban múltiples figuras, cual helechos, grupos de frondas en forma de rosellina, o plantas nunca vidas por mí. Todas eran maravillosamente bellas y constantemente se movían y cambiaban como si un viento las atravesase. El fondo seguía siendo obscuro. De pronto aparecieron luminosos puntitos amarillos, no exactamente iguales a flores y de un tono dorado y transparente. Una espiral de luz amarilla flotaba a veces de un sitio a otro. Me pareció tener una visión celestial, de formas originadas en la naturaleza, pero trascendiéndola. Tal es el proceso artístico y creador. Ojo y mente reciben cierto estímulo a través de los sentidos y después, cerrando los ojos, logramos aislarnos del exterior. La quietud abre los ojos del espíritu a una síntesis que rebasa y supera la visión de los sentidos. Solemos usar la expresión “ojos del espíritu”, y acaso lo hagamos erróneamente. Quizá al respirar de un modo especial y abrir nuestro ser a más sutiles vibraciones e impulsos, la luz y la visión vengan de fuera de nuestro mundo tridimensional. Tal creo yo. Las visiones luminosas – oro y verdor – a que aludo producen una gran placidez y aun una gran emoción.

Cuando el experimento sea telepático, debemos tener en cuenta una cosa muy importante. Cualquier imagen sugestiva ha de admitirse con fe y aceptarse tal como es, sin interpretarla mediantes asociaciones mentales. La gran dificultad para conseguir imágenes telepáticas es la falta de fe en lo que se nos aparece. Se suele pensar: “¿Eso no es nada?¿Por qué no llegará algo realmente importante?” Si aparecen formas simples, es erróneo alejarlas. Recuerdo un ejemplo de esta mala interpretación de una imagen. Nos habían escondido en un paquete un brazalete de coral labrado, algo más alto por el centro que por los bordes y de un diámetro de varias pulgadas. telepáticamente vi una imagen roja, de esa forma. Pero la hechura me hizo recordar un rallado, y como estos no suelen ser rojos, no mencioné el color. Puse marquitas sobre la figura, tal como había percibido en la visión, dejándolas como los salientes de un rallador. El brazalete tenía pequeños esculpidos. Si yo hubiese hecho una pintura de lo que realmente vi, hubiese  resultado semejante al brazalete, y por asociación hubiera indicado ese nombre. Dejando al dibujo hablar por sí mismo, o indicando el color rojo, el experimento habría sido un éxito en vez de un fracaso.

En resumen, lo más necesario en la telepatía es receptividad, paciencia, respiración lenta y profunda y quietud. Haciéndolo así, se puede tener fe en lo que aparezca, a pesar de que la razón lo rechace. Lo que se oye y ve con tanta claridad es algo que supera a la razón.”

La última descripción que doy corresponde a V. H., estudiante de psicología. Se unió al grupo con franco escepticismo, al punto de que cuando empezó a lograr resultados, se negaba a creer la evidencia de sus sentidos. Sólo tras tener numerosos aciertos empezó a mirar con ánimo amplio los experimentos y a desarrollar conscientemente las facultades que casi sin darse cuenta había demostrado.

“Para mí, al comienzo, la parte más difícil de un esfuerzo de clarividencia o telepatía consistía en prescindir del empeño intelectual de adivinar la naturaleza del material sobre el que trabajaba. Con franqueza  digo que nunca tuve éxito mientras actué conscientemente de ese modo. Cuando he conseguido resultados pertinente , un examen introspectivo de lo acaecido me mueve a hacer las declaraciones que siguen. Mis impresiones y descubrimientos se producen sin manifestaciones físicas como el ponerme “carne de gallina”, una sensación en el diafragma, etc. No veo colores ni oigo sonidos. Llegan primero frases y palabras que forman una historia a la que presto atención. No sé de qué trata la historia ni lo que después ocurrirá. He escrito o colaborado en mi vida en un considerable número de narraciones, y creo significativo que mis historias telepáticas y clarividentes no se produzcan con ayuda de la imaginación en el sentido corriente de la palabra. No hay selección alguna, ni ninguna coordinación lógica en apariencia. Es como leer la página no escrita de un autor desconocido, y el estilo no es el mío.

Oigo fascinado, el desarrollo de la narración y a veces reflexiono: “El autor está construyendo su argumento de un modo curioso.” Y atiendo con esa excitación que se siente cuando da uno con un talento original y extraño. Eugenio Jolas ha dicho algo que me parece relacionado con lo que experimento cuando intento actuar de ese modo. La frase de Jolas es: “Sigue tu sueño y ahonda en él cada vez más”. Buen consejo para un artista y creo que también para quien trate de operar clarividentemente.”

Antes de concluir este capítulo, deseo describir el procedimiento que seguía nuestro grupo para cerciorarse de la validez de los resultados. Cada persona me entregaba hojas de papeles en que había escrito el mensaje o las impresiones recibidas, y las firmaba con su nombre. Una vez doblados todos los papeles y puestos ante mí en la mesa, se abrían todos los objetos que habían sido envueltos en papeles. La persona – yo u otra – que conocía la historia del objeto, explicaba los hechos al grupo.

Cada informe se leía después en voz alta y el éxito de cada perceptor era fiscalizado por todos los presentes. Los varios perceptores que habían trabajado sobre el mismo objeto podían comparar sus resultados y determinar sus respectivos valores. El método daba también interesantes ejemplos de cruces de corrientes mentales durante los experimentos. El informe de A, entregado a un experimento psicométrico, contenía a veces una clara referencia a un mensaje telepático transmitido de C a B. Este fenómeno , muy conocido de los investigadores, ofrece siempre interesantes experiencias a los principiantes y señala claramente las ilimitadas posibilidades que se encuentran cuando se abre el gran depósito de la consciencia universal.

Telepatía