- Massimo Polidoro: El sueño premonitorio más convincente



     El sueño premonitorio más convincente

                                             - Massimo Polidoro-

En 1882 se fundó en Londres la Sociedad para la Investiga-
ción Psíquica (SPR), el primer intento organizado por parte
de la ciencia para estudiar los presuntos fenómenos paranor-
males. Uno de los primeros campos de estudio afrontados
por los investigadores de la S.P.R.  fue el de los fenómenos
espontáneos, como las visiones misteriosas y los sueños pre-
monitorios. A fin de poder recoger el mayor número posible
de datos, los investigadores que se ocupaban de ese trabajo,
en particular Edmund Gurney y Frederic W. Myers, pusie-
ron una serie de anuncios en los periódicos para solicitar
sucesos misteriosos, por parte de los lectores.

A la sede de la SPR llegaron más de setecientos informes,
pero uno en particular quedó definido como «la anécdota
paranormal más convincente que jamás se haya publicado».
Se refería a sir Edmund Hornby, uno de los jueces más res-
petados de la Corte suprema, hombre de larga y honorable
carrera. En 1884, tras haber sido jubilado, Hornby leyó el
anuncio de la SPR y envió una breve descripción de un suce-
so sorprendente del que había sido protagonista algunos
años antes.

Hornby se encontraba, en la noche del 19 de enero de
1875, en su estudio transcribiendo un resumen de la senten-
cia que pronunciaría al día siguiente en los tribunales, y que
pensaba facilitar a los periodistas. Al concluir el trabajo,
metió el escrito en un sobre que selló y que entregó a su
mayordomo, diciéndole que un periodista pasaría más tarde
a recogerlo. Hacia medianoche se retiró a su dormitorio para
acostarse. Veamos como Hornby continúa su relato:

Me encontraba durmiendo cuando fui despertado por el ruido
de un golpe dado sobre la puerta del estudio; pero creyendo que
podía ser el mayordomo -que venía a controlar si el fuego de la
chimenea estaba apagado y el gas cerrado- me di media vuelta
para volver a dormirme. Pero todavía no lo había logrado cuan-
do escuché un golpe sobre la puerta de mi dormitorio. Pensando
que todavía sería el mayordomo... dije “¡Adelante!”. Se abrió la
puerta y para mi sorpresa entró en el cuarto el señor... Me senté
en la cama y le dije: «Se debe haber confundido de puerta; el
mayordomo tiene mi discurso, vaya a pedírselo.» Pero en vez de
abandonar el dormitorio, el hombre se acercó a los pies de la
cama. Así que le dije: «Señor... ¡cuide sus modales! Tenga la bon-
dad de salir inmediatamente de aquí. Está usted abusando de mi
cortesía.» Parecía pálido como un muerto, pero estaba vestido
normalmente, y dijo: «Lamento ser culpable de una intrusión
injustificada, pero al ver que no se encontraba usted en su estu-
dio me he atrevido a venir aquí.»

Estaba a punto de perder la paciencia, pero había algo en el
comportamiento de aquel hombre que me impedía saltar de la
cama y arrojarlo de la habitación por la fuerza. Así que me
limité a decirle: «De verdad que me está usted molestando; por
favor, abandone inmediatamente esta habitación». Pero él, en
vez de obedecer, se sentó lentamente, como si estuviera
sufriendo, a los pies de la cama. Miré el reloj y vi que faltaban
casi veinte minutos para la una. Le dije: «El mayordomo tiene
en su mano el resumen de la sentencia desde las once y media;
vaya a recogerlo.» Pero el dijo: «Le ruego que me perdone; si
conociera todas las circunstancias, seguro que lo haría. El tiem-
po es precioso. Por favor; deme los detalles de su discurso y yo
tomaré nota en mi libreta.»

Cuando el juez rechazó la propuesta y empezó a protes-
tar acusando al periodista de estar completamente borracho,
éste le dijo que nunca había estado borracho, y que ésta era
la última vez que el juez le vería. Al observarlo alterado, el
juez hizo un resumen de sus sentencia para tranquilizarlo.
El periodista le dio las gracias y abandonó la estancia justo
cuando el reloj marcaba la una y media.

A la mañana siguiente la mujer del juez le dijo al marido
que había escuchado voces que llegaban de su dormitorio,
entre media noche y la una. Cuando el juez llegó al tribunal,
el ujier le informó de que el periodista con el que se había
encontrado, había muerto la noche anterior. La esposa del
periodista había encontrado el cadáver sobre la mesa del des-
pacho hacia la una y media. Un médico estableció la hora de
la muerte hacia las doce y treinta. El mayordomo del juez
confirmó que todas las puertas y ventanas se habían cerrado
aquella noche antes de medianoche, y que de ningún modo
habría podido entrar nadie en la casa.

Parecía el perfecto caso para establecer ya fuera la existen-
cia de los fantasmas o la de los sueños premonitorios o para-
normales. Resumiendo los hechos: 1) El narrador era una per-
sona fiable, un juez de la Corte suprema y, por tanto, un
testimonio creíble. 2) No había motivo alguno para inventarse
una historia de ese tipo. 3) La historia tenía una apariencia
bastante realista. 4) La historia había sido confirmada por la
señora Hornby, que había sido despertada por las voces. 5) Las
correspondencias horarias resultaban extremadamente signi-
ficativas. 6) Estaba la prueba de la libreta del periodista que
contenía una referencia al discurso que el juez Homby habría
hecho al día siguiente. 7) Estaba el testimonio independiente
del mayordomo y de los demás. 8) Estaban las pruebas de la
investigación llevada a cabo sobre la muerte del periodista,
que confirmaban los principales detalles.

Llegados a este punto, solamente podían haber tres hipótesis:

1) El juez Hornby había mentido, y se estaba burlando
de todo el mundo. 2) Hornby era víctima de una ilusión y de
un fallo de memoria. 3) Se había producido un fenómeno
paranormal en el momento descrito, y el juez Homby había
sido visitado por un fantasma, o bien había tenido un sueño
premonitorio. Para los investigadores sólo resultaba plausi-
ble la tercera posibilidad, que la consideraron una de las
mejores pruebas en favor de lo paranormal.

Sin embargo, otro investigador curioso, Frederick H. Bal-
four, decidió hacer una pequeña investigación sobre la historia
del juez Hornby. Ante todo, descubrió que el periodista en
cuestión, el reverendo H. L. Nivens, había muerto efectiva-
mente en la fecha en cuestión, pero a las 9 de la mañana, no a
la una. Balfour descubrió también que: 1) No se hizo ninguna
investigación sobre la muerte del reverendo Nivens. 2) El
juez Hornby se habría casado unos meses después del inci-
dente (por tanto, su mujer no habría podido constituir ningún
testimonio de aquella noche. 3) No existía ninguna referencia,
ni tampoco registros en el tribunal, de sentencias que el juez
debiera pronunciar al día siguiente, y que pudiera correspon-
der con la que, presumiblemente, había dado el periodista.
Todo esto demostraba, por tanto, que la memoria le había
jugado una mala pasada al juez Hornby, que recordaba cosas
que no se habían producido en la realidad.

Cuando se le participaron los puntos descubiertos por
Balfour, el juez se quedó boquiabierto y declaró: «Si no
hubiese creído... que cada una de las palabras de mi historia
era verdad, y que mi memoria era fiable, jamás la habría
contado como una experiencia personal».

Nos hemos alargado sobre esta historia porque demues-
tra perfectamente como todos podemos alterar los recuer-
dos, con la mejor intención. La investigación psicológica
sobre el testimonio ocular y sobre la memoria confirman
que los sueños «premonitorios» se realizan después de que
se ha producido el suceso crucial.

Cuando se dispone de todas las informaciones, se puede
alterar involuntariamente un sueño para adecuarlo al suceso
real. En el futuro se tenderá a recordar el sueño como si
encerrase todos esos detalles que, en realidad, se le han aña-
dido después.

Los Grandes Misterios de la Historia