PROLOGO
- Upton Sinclair -
Consideré del caso puntualizar ciertas afirmaciones al
presentar este libro al lector; pero, pensándolo mejor, he creído que él se
presenta y habla por sí mismo de principio a fin. Sólo diré que Mary Craig
Kimbrough fue mi mujer durante casi medio siglo, periodo en el que cuidó de mí,
administró mis cosas y se preocupó por mi obra. La tarea no tuvo fin. A menudo
me introduje en tareas políticas y sociales que podrían ser calificadas de
peligrosas y Craig siempre supo ver los peligros, aceptando la labor de
salvaguardarme. Esto duró tanto tiempo como nuestro matrimonio. Al fin, su corazón
se debilitó y por casi diez años yo dejé toda actividad para dedicarme
devotamente a conservarla con vida. Murió en abril de 1961.
Escribí la telepatía en 1929 bajo su dirección. Fue ella
también quien revisó cada palabra del manuscrito hasta que el texto quedara tal
como ella quería. Era la persona más escrupulosa y también las más exigente en
lo que respecta a la ética que yo haya conocido jamás. La devoción por la verdad era su religión, de modo que
cada frase de este libro fue estudiada de modo que reflejara la estricta verdad
y que dicha verdad resultase tan clara que nadie pudiera interpretarla a su
manera. Sabía exactamente cómo llevar a
cabo nuestros experimentos, me dijo detalladamente lo que era preciso hacer y
yo me limité a seguir sus instrucciones. Si mi borrador contenía errores ella
se encargó de suprimirlos.
Había hablado antes de tempranas experiencias psíquicas que
le inspiraron el firme propósito de investigarlas con el fin de asegurarse de
que eran reales y de ser posible, qué
significaban. Ella fue quien puso a punto todos los procedimientos usados en
nuestros “test” y ella quien estudió los resultados y la versión que de estos
daba yo en el manuscrito, el cual revisó hasta la última coma. Al leer este
libro, el lector ha de tener bien presente que no hay errores. Si se dice que
cierto experimento fue llevado a efecto de cierta manera concreta, tal es la
manera como fue, en realidad, llevado a efecto. Y siempre sin prejuicios de
case alguna, sin preconcepciones ni nada que pudiese afectar los resultados. Al
pasar yo al papel la experimentación, cada palabra tenía que ser pesada y
medida y cada error, por pequeño que fuese, corregido gracias a su tenaz
memoria.
De manera que el lector debe confiar en este libro. Ha de
entender que todo cuanto en él se narra sucedió tal como se consigna. Que no
crea que hubo en algún caso cierto pequeño desliz o que tal o cual palabra fue
puesta sin cuidado. En el curso de los años he oído discutir a ciertos
psicólogos avezados sobre la posibilidad de que Craig, inconscientemente,
llegase a tener una idea de cómo eran los dibujos, a raíz de los movimientos de
mi mano. Esto sólo significa una cosa: los expertos caballeros no querían
creerlo ni tomarse el trabajo de volver a consultar el libro. Pero quien va a
leerlo ahora hará bien en recordar que, en todos los casos, dejé bien cerrada
la habitación donde estaba ella, mientras yo trazaba el dibujo en otra. Que lo
recuerde a través de toda la lectura del libro: nunca hice un dibujo en el
mismo cuarto en que Craig se hallaba y siempre cerré cuidadosamente las puertas
antes de dibujar.
Obrar de diferente modo hubiese sido perder su tiempo y el
mío. Y ella no quería eso, poniendo todo su cuidado en evitarlo. Craig quería
saber. Estaba resuelta a averiguar la verdad. Tal era su objetivo y yo estuve
de acuerdo. El único argumento mediante el cual el lector podría rechazar la
evidencia presentada en este libro consistiría en decidir que hemos sido un par
de bribones irresponsables.
Daré al lector una opinión sobre eso. Albert Einstein, quien
poseyó uno de los más portentosos cerebros de la época moderna, pero que también
tuvo una gran personalidad, fue uno de nuestros amigos más íntimos. Vino a
nuestra casa y nosotros fuimos a la suya.
Presenció varios de nuestros experimentos. Cuando, en 1929, este libro
estuvo listo para ser publicado, le envié un ejemplar del manuscrito, preguntándole
si se dignaría escribir un prefacio para
la edición alemana. Aceptó, escribiéndolo y enviándolo al editor. Lamentablemente,
éste cerró su casa editora.
Lo que el lector va a leer es el texto exacto del libro de
Craig, tal como fuera escrito en el año 1929 y publicado al siguiente. Los únicos
cambios que he introducido tienen que ver con el lapso de treinta años
transcurridos desde entonces. Hacia el final se encuentran una o dos referencias
a amigos que en ese tiempo han muerto, pero como sería raro que el lector
hubiese tenido oportunidad de conocerlos, el asunto carece de importancia.
Al final de este trabajo he publicado unos comentarios sobre
él, así como un informe, redactado por mí, sobre experimentaciones hechas
posteriormente. Agrego asimismo, un extenso sumario de los resultados obtenidos
en un estudio de los dibujos, publicado por el Dr. Walter Franklin Prince,
clérigo de Boston que colgó los hábitos para transformarse en experimentador
jefe de la filial bostoniana de la Sociedad para la Investigación Psíquica. El Dr.
Price nos preguntó si queríamos permitirle el uso de los documentos, pues
quería estudiarlos. De inmediato hice con ellos un paquete, enviándoselos por
correo certificado. El largo comentario que escribiera apareció en el Boletín
de la Sociedad en el mes de abril de 1932.
Tal vez el hecho más importante, relacionado con la
telepatía es éste:
El profesor William McDougall, que ha estado a la cabeza del
Departamento de Psicología en la Universidad de Oxford y que más tarde ocupó el
mismo cargo en la de Harvard, y a quien se concediera el título de “decano de la psicología norteamericana”,
vino en cierta ocasión a visitarnos en Pasadena. Este libro se había publicado
poco antes. Dijo a Craig que acababa de aceptar el cargo de jefe del
Departamento de Psicología en la Universidad de Duke, en Durham, Carolina del Norte,
y que , en consecuencia, tendría a su disposición una suma considerable para
llevar a cabo tareas de experimentación. Había leído la telepatía y escrito la introducción que puede verse al comienzo;
pero nos dijo que quisiera poder decir que él mismo había sido testigo de un
experimento que le sirviese de prueba acerca de la verdad de los poderes telemáticos
de Craig.
Mi esposa siempre se había mostrado reservada respecto a tal
género de solicitudes porque sus poderes estaban estrechamente vinculados con
la soledad y la concentración; pero sentía un gran respeto por McDougall, de
modo que le prometió que haría cuanto estuviese de su mano. Nuestro visitante le dijo que en el
bolsillo interior de su americana llevaba
algunas fotografías y que desearía saber si ella podrías describirlas.
Craig permaneció sentada, con los ojos cerrados y muy tranquila. A los pocos
momentos le dijo que veía un edificio con muros de piedra y ventanas pequeñas y
estrechas. Todo el exterior de la edificación parecía hallarse cubierto de
hojas verdes. McDougall extrajo entonces del bolsillo una tarjeta postal en la que
se veía uno de los edificios de Oxford, cubierto de hiedra.
(Añadida por esta web, no pertenece al libro)
Otras experiencias llevadas a cabo con él aparecerán más
adelante. Aquí sólo agregaré otra anécdota, referente a la ocasión en que
llevamos al catedrático a un experimento con Arthur Ford, quien era por entonces
jefe de una secta espiritista en Los Ángeles. Yo había escogido cuatro caras o
postales escritas por personajes conocidos. Uno era Jack London y otro Georg
Brandes, el crítico danés tan respetado. Envolví cada uno de dichos documentos
en una hoja de papel verde, para evitar cualquier posibilidad de ser vista a
contraluz. Mostré los paquete a McDougall y él estuvo de acuerdo en afirmar que
la envoltura era eficaz. Procedimos entonces a sellarlos y ponerlos en cuatro
sobres numerados, tras lo cual se los llevamos a Ford. El hombre nos recibió en
el vestíbulo de su iglesia y, recostándose en su silla, se cubrió los ojos con
un pañuelo. Entonces fue poniendo los sobres, uno tras otro, sobre su frente.
Posteriormente escribí un artículo sobre aquel experimento
el cual se publicó en el Psychic Observer;
pero en este momento no lo tengo a mano. Lo cierto es que Ford habló
acertadamente sobre el contenido de los sobres. Recuerdo que más tarde, cuando
McDougall, Craig y yo caminábamos por la calle y nos detuvimos en un quiosco
para beber una limonada o un zumo de naranja, dije a McDougall:
-Y bien, ¿qué piensa usted?
- Yo diría que lo que acabamos de ver se halla
indudablemente fuera de lo normal – fue su respuesta.
Entonces dijo a Craig que lo que había visto le había
llevado a tomar una determinación: a su vuelta a la Universidad de Duke, una o
dos semanas más tarde, su primera obra consistiría en montar un departamento de
parapsicología. Desde entonces han pasado más de treinta años; y creo decir la
verdad cuando afirmo que lo que hiciera McDougall, con ayuda de J.B. Rhine, que
fue primero su asistente y luego su sucesor, constituyó el fundamento de una
parapsicología respetada científicamente en EE.UU y en Europa.
Y ahora vayamos al libro, tal como fuera publicado por
primera vez, en 1930.
UPTON SINCLAIR – LA RADIO
MENTAL
Prólogo de Einstein
DIBUJOS
En la izquierda el transmitido y a la derecha el recibido. Faltan unos pocos, a veces se transmitían palabras o sucesos, y el receptor dibujaba esa palabra o suceso o algo parecido, por ejemplo, transmitía Buey, y dibujaba un animal parecido, esas no están añadidas, pero pueden ser vistas en el libro en inglés, que está en los libros de la sección en inglés de esta web.