- Osvaldo Fidanza


Osvaldo Fidanza


Osvaldo Fidanza nació el 7 de julio de 1883 en Italia y llegó a nuestro país dos años más tarde junto a su madre Diomira y su padre Giuseppe. Primero se establecieron en Buenos Aires, pero pronto se mudaron a Avellaneda, un suburbio industrial de la Capital. Ya en su infancia, tenía la habilidad de mover objetos con su mente, cosa que causaba estupor y desconcierto en sus padres, cuya educación atribuía ese tipo de fenómenos a actividades diabólicas.

A la edad de 14 años, los roces se acrecentaron y la incomprensión lo llevó al punto de sentirse excluido, con la consecuente decisión de abandonar el hogar. En busca de trabajo viajó a la ciudad de La Plata, donde se empleó en una fábrica de zapatos. Allí comenzó una nueva vida, con la determinación de no contar a nadie las cosas que le ocurrían; pero irremedia­blemente los más extraños fenómenos tomaron lugar. Botas, remiendos y botones de toda clase se transformaban en el material adecuado para ser “arrojado” de un lado a otro, causando la consternación y el alboroto de todos los que lo rodeaban, al mejor estilo de los poltergeist.

 Luego de confesar, según creía, su responsabilidad en los hechos, siguió la inesperada ayuda de los dueños del negocio, que para entonces cumplían el rol de verdaderos padres. No sabemos si ellos comprendían de tan delicado tema o si la intuición los hizo vincularse con personas enten­didas; lo cierto es que a partir de ese incidente, las personas interesadas empezaron a reunirse alrededor de Fidanza, en pequeños grupos informales durante 4 o 5 años, hasta que finalmente decidieron organizarse.

Durante los primeros años en La Plata, no entendía muy bien las cosas que le pasaban, ni tampoco tenía una doctrina ni una creencia que lo ayudara. Debió familiarizarse y aprender por sí mismo a manejar sus talentos. Por entonces no sólo lograba manifestaciones de psicokinesis, sino también de clarividencia y telepatía. Además fue habilidoso para conseguir estados hipnóticos en quienes lo rodeaban.

 Pero en la medida que comenzaba a conocer el ambiente espiritista, rápidamente se perfiló como un médium específico de efectos físicos. Sus estudios oficiales alcanzaban el segundo grado primario, cosa común en aquel tiempo, ya que había tenido que trabajar desde niño. De manera que cuando fue a buscar en los libros las respuestas, debió transformarse en un autodidacta; esas lecturas fueron las que permitieron que sus primeras experiencias no quedaran relegadas a simples juegos de salón, sino que se convirtieran en el principal motivo de su existencia.

Poco a poco, ese primer grupo de participantes que se reunía en casas de familia, comen­zó a nutrirse de profesionales y espiritistas entusiastas que comprendían la importancia de la mediumnidad. En 1902 se fundó la Sociedad Luz del Porvenir, que se desarrolló a la sombra de Fidanza, ya que no había otra persona que tuviera capacidades similares a las suyas. De todas formas, las sesiones no se llevaban a cabo con demasiada frecuencia, ya que quedaba exhausto, perdía mucho peso y a veces debía reposar dos o tres días para recuperarse totalmente.

Alrededor de 1912 decidieron comenzar una experiencia de vida comunitaria. El primer problema que debieron afrontar fue el económico. Sin demasiados recursos, algunos llegaron a vender otras propiedades para realizar el proyecto. Al llegar el momento de comprar el terreno, todos le preguntaron a Fidanza cuál debía ser el lugar. Durante varios días caminó sin rumbo fijo, hasta que una mañana sintió un tirón de orejas que interpretó como la señal esperada para elegir dónde instalarse y comenzar ellos mismos la construcción, que finalmente quedó terminada en 1915.

 Al principio no era mucha gente la que vivía en la comunidad, sólo cuatro o cinco familias, con un reglamento estricto que repartía proporcionalmente el trabajo y donde todos los niños que nacieran se considerarían hermanos entre sí e hijos de todos. Cada uno debía trabajar de alguna manera, al menos con un empleo afuera, como era el caso de Fidanza. Los jóvenes debían obligatoriamente estudiar y todos tuvie­ron su título universitario. También era obligatorio el trabajo de la huerta y las tareas domésticas en turnos rotativos. Había un concejo de mayores que tomaba las decisiones.

 Todo estaba muy planificado y funcionaba bien. Con el tiempo y el éxito de la organización, los miembros perma­nentes fueron aumentando, llegando a incluir a los padres de Osvaldo, que después de muchos años de separación aceptaron a su hijo y hasta lo acompañaron en su aventura. También había algunos miembros que asistían durante el día a las sesiones y actividades pero que no vivían allí. Esta forma de organización parece remitirnos al hippismo o a la vida de los primeros cristianos. Efectivamente, aunque la comunidad nunca fue partícipe de la religión organizada, una de las figuras tenidas como referente era precisamente Jesús.

Por supuesto que, además de la vida en común, el objetivo era promover los fenómenos que se producían en las sesiones y difundirlos, incluso fuera del espiritismo. Para ello se organi­zaban reuniones con científicos y personajes influyentes. También hubo algunas aproximaciones a la Facultad de Medicina de Buenos Aires, pero todas esas gestiones terminaron después del atentado.

 Con respecto a sus causas, además de la firme sospecha sobre la iglesia Católica, la comunidad también desconfió de algunos grupos pseudo-espiritistas que solían engañar a los ingenuos o a los desesperados con falsos fenómenos. Fidanza concurría a sus reuniones, donde veía incontables disparates, hacía preguntas y ponía en evidencia a los organizadores, que de esa manera veían arruinarse su negocio. Después del atentado suspendió toda vinculación con Buenos Aires para proteger su seguridad, y aunque siguió trabajando normalmente en la comu­nidad, sus capacidades fueron mermando paulatinamente hasta desaparecer hacia 1928.

Fidanza tuvo tres trabajos en relación de dependencia: el ya mencionado de la fábrica de zapatos, otro en el Banco Municipal de La Plata, y el último en la redacción de un diario local. Por 1928, y para que superara la depresión que le causaba la pérdida de sus capacidades y el consecuente desmembramiento de la comunidad, un amigo suyo lo ayudó a ingresar como inspector de impuestos; eso le permitió recorrer durante cerca de un año las provincias del norte argentino. Una vez desarticulada la comunidad, al igual que varios otros miembros, siguió vi­viendo en ese mismo predio hasta su muerte. Allí llevó una vida austera y de recuerdos, trabajan­do su huerta, leyendo, recordando y escribiendo memorias que parecen haberse perdido para siempre, sufriendo una especie de ostracismo interior.
También dio vuelo a su gusto por las tradiciones, participando activamente en sociedades gauchescas y construyendo con sus pro­pias manos un rancho, que oficiaba un poco de museo y otro poco de lugar para homenajear a sus amigos. Dentro de ese rancho había preparado un lugar especial para su jaula, la misma que lo contuvo en tantas noches misteriosas, y quizá la única que supiera su verdadero secreto. Dentro de ella se exhibían los innumerables aportes que habían quedado en su poder, como piedras, plantas disecadas, animales embalsamados, metales y elementos de todo tipo, que podían muy bien parecer, a los ojos de algún visitante desprevenido, una extravagante colección de recuerdos de viaje. Y después de todo, ¿qué otra cosa eran esos objetos sino los testigos concretos, aunque no desveladores, del más fabuloso de los viajes que cualquier hombre pudiera realizar?

La jaula y los aportes fueron donados a la Confederación Espiritista Argentina en 1950, y fueron traídos por Fidanza, acompañado por Martha, hasta la sede de la Capital en un vehículo particular. Presumimos que lamentablemente esos valiosos objetos fueron extraviados, ya que todas las gestiones que hicimos para ubicar su paradero fracasaron. Se casó por primera vez a los 69 años con la viuda de uno de sus hermanos y no tuvo hijos. Cuando se sintió cerca del final, hizo reunir a todos sus familiares alrededor de una mesa, les sirvió champagne, levantó su copa y les dijo: “No se asusten, pero quiero que brindemos por todo el tiempo que disfrutamos juntos. Sé que me queda poca vida en la Tierra y quiero que nos despidamos con alegría”. Falleció el 20 de marzo de 1963 y fue enterrado en el cementerio de La Plata. Hace poco, Martha ordenó cremar sus restos, que conserva en su domicilio.

La cita más reciente la tenemos en Parra, (1999, p.84): “Algunos de los miembros de la Sociedad Espiritista Luz del Porvenir, decidieron realizar experiencias con el médium Osvaldo Fidanza que era conocido en dichos círculos. A partir de 1905, comenzaron a realizarse sesiones formales, las cuales se extendieron durante un año. (...) La sala de sesiones y los controles eran rigurosos. (...) El médium se encontraba en una jaula herméticamente cerrada, pero en ocasiones sucedía que el mismo Fidanza aparecía misteriosamente... fuera de la jaula. En 1918 volvieron a realizarse experiencias en La Plata, a las que asistieron el señor Constancio Vigil, el doctor José Ingenieros y el señor Cosme Mariño”. El libro que asiste a estos autores es Elocuencia de los Hechos (Comisión Directiva Sociedad Luz del Porvenir, 1910) como fuente única hasta hoy de las sesio­nes que protagonizó Fidanza, al que podemos señalar como el único médium de efectos físicos de nuestro país, a excepción de Estela Guerineau, que falleció en 1912 pero de quien se tiene muy poca información (Mariño, 1963).

La primera sesión que presenció fue la del 9 de diciembre de 1905;  en su comentario destaca que ya se habían realizado otras nueve a las que habían asistido entre ocho y diez miembros(misma Comisión Directiva de la Sociedad Luz del Porvenir, ) de la sociedad, y que en cuatro de ellas los resultados habían sido más efectivos. En referencia a los controles, siempre ocuparon un lugar destacado y se fueron mejorando con el tiempo; comenzaban con la preparación del médium, a quien se le quitaba toda la ropa, se lo revisaba y se le colocaba un traje confeccionado especialmente que semejaba una bolsa. Era de una sola pieza, con una única abertura en la espalda que se cerraba por medio de cordones anudados; de esa forma, exceptuando la cabeza, todas las demás partes del cuerpo quedaban completamente aisladas del exterior.

 Luego se le ataban piernas y brazos con sogas a un sillón en donde se lo sentaba, y a su vez se lo colocaba dentro de una jaula de alambre tejido, previamente revisada. Tanto los cordones del traje, como las cuerdas y todas las aberturas de la habitación y de la jaula eran aseguradas con bandas de papel, y a su vez lacradas y selladas con anillos u objetos de los visitantes. Todas las sesiones tenían un patrón más o menos regular, variando solamente en 1a intensidad de los fenómenos conseguidos. Al comienzo se apagaba totalmente la luz o se la reemplazaba por una de color rojo que permitía igualmente distinguir los objetos, y enseguida se escuchaban tres palmadas provenientes del lugar en donde estaba el médium, que servían de presentación (y de despedida al final) de una voz que no parecía ser la del médium y que se autonombraba “director”; dialogaba con los presentes ejerciendo una especie de tarea didáctica con relación a los fundamentos del espiritismo, observaba sobre la importancia de respetar los controles (la jaula fue construida precisamente a pedido suyo) y disponía sobre la diagramación de las sesiones, fechas, personas presentes, fenómenos a intentar y cualquier otro detalle organizativo.

 Ocasionalmente solían “llegar” otros personajes, produciéndose dramatizaciones alrededor de supuestos espíritus obsesores, turbados, etc. Simultáneamente se podía escuchar el jadeo del médium debido a su estado de trance, el sonido producido por las cortinas que cubrían la jaula y pasos “marcados y netos, como si el médium caminara y diera vueltas en el interior” (p. 22). En la mayoría de los casos, al finalizar la sesión, el médium aparecía de pie junto al sillón, manteniéndose siempre intactas las ataduras y también los sellos y lacres. Creemos que la presencia de un mago profesional hubiese garantizado una mayor credibilidad, sobre todo si tenemos en cuenta que este último fenómeno es conocido en los escenarios con el nombre de “escapismo”, si bien con prevenciones y medidas de seguridad completamente diferentes o directamente ausentes.

Era usual que durante la sesión se escuchara, dentro y fuera de la jaula, la caída de objetos variados (aportes) como flores, tallos, conchillas, piedras –en algún caso de hasta un kilogramo de peso–, hojas de papel con inscripciones –a veces en idiomas desconocidos para los presentes–, y diversos elementos metálicos que eran clasificados como “amuletos”. Quizá el mejor fenómeno obtenido desde el punto de vista parapsicológico lo constituya el ocurrido el 4 de octubre de 1906 con la aparición de un pájaro vivo que los presentes pudieron, al acercarse, ver perfectamente aleteando con fuerza contra el alambre para luego desaparecer, dejando “en el interior de la jaula algunas plumas, único y material recuerdo de aquella materialización, la primera pluma encontrada es de color negro metálico y mide 20 cm de largo, parece ser de la cola, y otras doce más pequeñas” (p. 88).

Todos estos elementos, como también el médium en distintas posiciones y momentos, aparecen en el libro fotografiados por un profesional llevado expresamente, para lo cual utilizaba una cámara común y otra estereoscópica. Las placas de la primera se revelaban en la misma sociedad y las otras se enviaban a Buenos Aires.

(Autor: Juan Gimeno.Publicado originalmente en la Revista Argentina de Psicología Paranormal. Vol. 11, N° l-2, Enero-Abri1 2000, pp. 131-152) 

El texto completo de la vida del médium puede ser descargado aquí, es un word un poco más extenso con más detalles sobre la vida del mismo.