Fotografía 50 - M. Frondoni Lacombe




              M. Frondoni Lacombe


Fotografía 50




Sesión del 6 de julio de 1914, a las nueve de la noche.- Mi marido está ausente de Lisboa, y sólo asistimos mis dos amigas y yo.

Inspecciono todos los rincones, y , como siempre , cierro las puertas herméticamente. El velador nos promete una fotografía.

He colocado una tela delante de la biblioteca, cerca de la puerta (e), para formar un fondo. Además de mi aparato fotográfico ordinario traje otro estereoscópico, que he colocado enfocando la tela.

Nos colocamos, como de costumbre, cerca de la chimenea. Apago la luz y casi inmediatamente oímos el golpe para el magnesio. A la luz de la cerilla vimos envuelto en un manto, y tocado con un sombrero, el fantasma de una mujer. Inmediatamente después de la explosión del magnesio me sentí tocada varias veces, y luego arrancaron una horquilla de mis cabellos y la arrojaron por tierra. Accediendo a mi demanda, una mano vino detrás de mí, resbaló de mi hombro derecho hasta mi cintura y cogió un ramito de mimosas que yo me había colocado en ella con este propósito. La condesa, cuya mano no abandono, se io cuenta de esto y lanzó un grito de espanto. Al mismo tiempo que este grito oímos un gemido, y la mano que yo sentí muy bien resbalar a lo largo de mi pecho, huyó nerviosamente abandonando las flores, que quedaron prendidas a una cadenita que pendía de mi cuello.

Algunos instantes después resonaron en el piano, cerrado, varias notas. Entonces entoné un estribillo y rogué que lo repitieran en el piano; pero sólo tocaron las dos primeras notas, aunque en el tono que yo las había cantado. Encima del piano se encontraba una pila de libros de música. Un instante después oímos rasgar papeles, al mismo tiempo que nos quitaban el velador, sobre el que teníamos nuestras manos. Por último los tres golpes para terminar.

Al dar la luz observamos que el velador había sido transportado a unos tres metros de nosotros, y que aparecía con las patas en el aire. Sin embargo, nosotras no habíamos oído el menor ruido. Los papeles que habían rasgado eran unos que envolvían pasteles. Uno de estos estaba reducido a migajas. Al consultar el velador, el espíritu A nos dijo que en la placa fotográfica veríamos a Patro, hermana de la condesa, muerta hacía treinta años, y la cual al espíritu A le parecía muy bonita.

En efecto, al hacer el revelado en mi casa, apareció la linda mujercita que puede verse en la lámina número XIII.

La condesa ha reconocido a su hermana difunta; pero dice que no recuerda si vistió alguna vez el traje y sombrero que aparecen en la fotografía, aunque ambos están de acuerdo con la moda de la época.

¿Qué decir de esta sesión y de ese nuevo personaje, distinto de los otros, que la condesa afirma ser su hermana, muerta hace aproximadamente treinta años, y que usa, en efecto, los vestidos que se llevaban en la época? ¿Qué decir del gemido doloroso tal vez, oído cerca de mí, y lanzado por un ser que parece huir al lanzar un grito la condesa? ¿Y qué pensar de esas dos notas que comienzan la tonadilla cantada por mí y que suenan en el piano cerrado? ¿Qué pensar, en fin, de los papeles que rompen y de ese papel que destrozan, al mismo tiempo que otra entidad nos arranca del velador? Hay que reconocer que de más en más tenemos que admitir la presencia de varios seres que obran, se mueven, van, vienen y producen  todo lo que observamos, y con frecuencia lo que deseamos. ¿Pero por dónde entran y salen esos personajes de estatura diferente, cuyas idas y venidas no se oyen jamás y que jamás dejan huellas? Si hay alguien lo bastante listo para explicarnos todo esto lógicamente, que se presente, porque hasta aquí , a pesar de las experiencias numerosas y de la vigilancia siempre severa, ni el doctor Souza Couto, ni mi marido ni yo, no comprendemos absolutamente nada, y nuestra perplejidad aumenta a medida que avanzan los experimentos.

Los seres humanos que intentaran manifestaciones que nos parecen difíciles, que se divirtieran a costa nuestra, deberían tener una gran dosis de paciencia, porque  no sería ni el deseo de lucro ni el amor de la gloria los que les inducirían a obstinarse en representar durante tanto tiempo, y de una manera tan perfecta y constante, un papel tan aburrido.

Les haría falta, en efecto, no sólo paciencia, sino una audacia increíble, para arriesgarse a ser desenmascarados por personas serias, como el doctor Souza Couto y mi esposo, y más adelante como el doctor Oliveira Feijao, el profesor más renombrado de la Facultad de Medicina de Lisboa.

Y nada digo de mí, de mi tenacidad, de mi energía, y, sobre todo, de la seriedad y la conciencia que pongo en estos experimentos.

Y soy una mujer, y según  parece, a las mujeres se les engaña más fácilmente que a los hombres; pero esto habría que demostrarlo.



Madeleine Frondoni Lacombe - Maravillosos Fenómenos del Más Allá-



Fotografía 51, Gustave Geley