Capítulo II
PRIMERA PUBLICACIÓN
SOBRE LAS HADAS
Strand Magazine,
número de Navidad de 1920
Si los hechos que aquí refiero , así como las fotografías
que los ilustran, resisten a las críticas que no dejarán de suscitar, no creo
aventurarme demasiado si afirmo que constituirán un hito en la historia del
pensamiento humano. Los someto al público, acompañados de testimonios, para que
sean estudiados y evaluados. Si se me preguntase si yo mismo considero que la
prueba de la veracidad de estos hechos es irrefutable y definitiva, respondería
que, para disipar las últimas dudas, desearía que se renovase la experiencia
ante un juez imparcial. De todos modos, reconozco la dificultad de tal
procedimiento, pues no se producen por encargo hechos tan raros. Por eso, a
fala de prueba irrefutable y absoluta, y tras haber examinado todas las
posibles causas de error, considero que el dossier es válido. Es evidente que
algunos clamarán que es una superchería, cosa que no dejará de impresionar a
aquellos que no hayan tenido la ocasión de visitar in situ los lugares y hablar con las personas concernidas. En el
plano de la técnica fotográfica , se han formulado y refutado todas las
objeciones posibles e imaginables. Las dos fotografías van unidas. Ambas son auténticas o trucadas. Los más
mínimos detalles del dossier están a favor de la primera hipótesis y , sin
embargo, frente a un caso que abre un camino tan innovador, hay que
proporcionar pruebas indiscutibles antes de afirmar que no queda la menor duda.
El pasado mes de mayo me llegó la información a través de la
Sra. Felicia Scatcherd, bien conocida en los medios intelectuales. Me hizo
saber que en el Norte de Inglaterra se habían sacado dos fotografías en
circunstancias que de entrada descartan la superchería. Esta información me
hubiera interesado de todas formas, pero se da la circunstancia de que me
encontraba reuniendo testimonios para un artículo sobre las hadas, terminado
posteriormente, y que había acumulado un impresionante número de relatos de
personas que afirmaban haber visto a esas pequeñas criaturas. Personas dignas
de fe daban pruebas tan completas y detalladas que me resultaba difícil de
creerlas trucadas. Pero, siendo yo más bien escéptico por naturaleza, asentí
que tenía que recoger elementos más tangibles antes de estar profundamente
convencido, y quería asegurarme de que no se trataba de formas mentales
concebidas por la imaginación o el deseo de videntes. El rumor sobre la
existencia de las fotografías me interesó considerablemente, de modo que llevé
a cabo una investigación, yendo de una informadora a otra, y dando finalmente
con el Sr. Edward L. Gardner, que desde entonces se convirtió en mi colaborador
más eficaz, y aprovechó este texto para
rendirle homenaje. No es necesario mencionar que el Sr. Gardner es miembro del comité ejecutivo de la
Sociedad Teosófica, además de ser un conferenciante muy conocido en el campo
del ocultismo.
Por aquel tiempo, todavía no había dominado el conjunto del
dossier, pero desde entonces ha puesto todos los documentos a mi disposición.
Yo había visto ya copias fotográficas sobre el papel, pero me tranquilizó
descubrir que era él quien poseía los negativos y que era éstos, y no las
copias, lo que se había sometido a los expertos en fotografías, que se habían
pronunciado a favor de la autenticidad de las instantáneas sobre todo el Sr.
Snelling, cuya dirección es 26 The Bridge, Wealdstone, Harrow. El propio Sr.
Gardner cuenta los hechos más adelante, de modo que señalemos simplemente que
por aquel entonces había entrado en relación directa y amistosa con la familia
Carpenter. Hemos preferido emplear un seudónimo y no revelar su dirección
exacta, pues es evidente que su vida se vería turbada por demasiado correo y
visitas si se revelasen sus verdaderas
identidades. En cambio, si bien se respeta el anonimato de la familia,
no habría ninguna objeción a que un comité restringido verificase los hechos
por sí mismo. Por el momento, llamémoslos la familia Carpenter, que viven en el
pueblo de Dalesby, West Riding.
Según nuestras informaciones, tres años antes, la hija y la
sobrina del Sr. Carpenter, de dieciséis y diez años, habían sacado las dos
fotografías, una en verano y otra a comienzos de otoño. El padre no se
interesaba en absoluto por este tipo de cosas, pero, como su hija afirmaba que
su prima y ella solían ver hadas en el bosque durante sus paseos, y que habían
trabado con ellas relaciones privilegiadas, le dejó su cámara fotográfica
cargada con una placa sensible. De ahí salió la fotografía de las hadas
danzando, cosa que dejó pasmado al padre cuando reveló la película aquella
misma noche. La chica que mira sa su prima como para decirle que ya tiene que
apretar el disparador es Alice, la sobrina, mientras que la chica mayor
fotografiada unos meses más tarde con un pintoresco duendecillo, es Iris, la
hija. Cuenta el padre que, por la noche, una de las chicas estaba tan excitada
que se había introducido en el pequeño cuarto oscuro en el que él estaba a
punto de revelar las fotografías y que , al ver aparecer a las hadas en el
revelador, le gritó a la otra, que iba y venía detrás de la puerta:
“¡Alice!¡Las hadas salen en la placa!¡Salen en la placa!”.
Qué alegría, desde luego, para aquellas niñas de las que se
habían burlado, como se ridiculizan en este mundo incrédulo tantos niños que
cuentan lo que sin embargo han percibido realmente sus sentidos.
El padre de Iris es un obrero bien considerado, que trabaja
en una fábrica cercana, y la familia es conocida y respetada. Son gente
cultivada, lo que ha facilitado sus relaciones con el SR. Gardner. Y es que la
Sra. Carpenter había estudiado los textos teosóficos, de los que había sacado
gran provecho espiritual. Entablaron correspondencia, y sus cartas, sinceras y
leales, reflejaban cierto asombro ante la agitación que parecía provocado el
asunto.
Así estaban las cosas cuando conocí al Sr. Gardner, pero me
pareció evidente que había que seguir adelante con nuestras investigaciones.
Teníamos que delimitar mejor lo que había sucedido. Sometimos los negativos a
la casa Kodak, donde unos expertos no vieron en ellos ningún fallo, pero se
negaron a dar fe de su autenticidad por temor a caer en una trampa. Un
fotógrafo aficionado con experiencia se negó a examinarlos debido a que las
pequeñas hadas llevaban cofia a la moda parisina. Otra sociedad fotográfica,
cuyo nombre sería cruel citar, afirmó que el fondo de las fotos era un decorado
de teatro y que, por consiguiente, las fotos eran burdas falsificaciones. Sobre
todo, me basé en la sincera adhesión del Sr. Snelling a nuestro proyecto,
referida a más adelante en este artículo, y me consolé diciéndome que , si las
cosas diciéndome que, si las cosa se verificaban sobre el terreno – e íbamos a
poner en ello todo nuestro empeño -, sería imposible que un fotógrafo
aficionado de un pueblecito pudiese tener el material y dominio técnico
suficiente para producir una falsificación que resultase indetectable par los
mayores expertos de Londres.
En ese punto del asunto, el Sr. Gardner decidió ir a
investigar sobre el terreno, viaje que habría emprendido gustosamente con él de
no ser porque me veía apremiado por el tiempo antes de mi ya cercano viaje a
Australia. He aquí el informe del Sr. Gardner:
5 Craven Road,
Harlesden, N.W. 10
29 de Julio de 1920
A comienzos de este año de 1920, una amiga me informó de que
en el Norte de Inglaterra se había sacado con éxito fotografías de unas hadas.
Investigué, y conseguí copias de las fotografías, así como el nombre de la
dirección de las muchachas que las habían sacado. La correspondencia que siguió
me pareció tan ingenua y prometedora que rogué que me mandasen los clichés.
Días más tarde, recibí por correo dos placas de 8,2 cm x 10,8 cm. Una era
bastante nítida y la ora muy subexpuesta.
Los negativos resultaron sr clichés verdaderamente
asombrosos, sin huella alguna de sobreimpresión, fruto de un trabajo normal y
honrado. Acudí a Harrow en bicicleta para conocer la opinión de un excelente
fotógrafo con treinta años de experiencia, que me merecía total confianza. Le
di las placas sin una palabra de explicación y le pregunté qué pensaba de ella.
Tras haber examinado atentamente el cliché de las “hadas”, exclamó “¡Nunca he
visto nada tan extraordinario!”, “¡Una sola toma!”, “¡Las formas se movían!”,
“¡Pero esta fotografía es auténtica!”, “Pero, ¿de dónde vienen?”.
Casi no hace falta decir que hizo ampliaciones, las estudió
cuidadosamente, y no cambió de opinión. Inmediatamente decidió sacar de cada
cliché una copia en papel, conservar los originales sin tocarlos y sacar y
mejorar nuevos negativos a fin de obtener mejores fuentes para nuevas copias.
Los originales están como estaban, bien guardados en mi casa. Sacamos copias
buenas y filminas de proyección. En mayo utilicé esta diapositivas, entre
otras, para ilustrar cuan conferencia que di en el Mortimer Hall de Londres. El
público quedó fascinado, en gran parte debido a las fotografías y a su
historia. Aproximadamente una semana más tarde, recibí una carta de sir Arthur
Conan Doyle, a quien según parece había hablado del tema una amiga común, y me
pedía precisiones sobre las fotografías. Posteriormente nos vimos, y yo
acepté adelantar la fecha de la investigación
sobre el origen de las fotografías, que tenía pensado hacer personalmente en
septiembre, en un viaje que tenía que llevar a cabo para otros asuntos.
En consecuencia, hoy , 29 de junio, ¡regreso a Londres de
una de las expediciones más fascinantes y sorprendentes que se me haya dado
emprender jamás!
Antes de partir, habíamos tenido tiempo de conseguir la
opinión de otros expertos en fotografía sobre los clichés, y algunos eran más
bien desfavorables. Sin embargo, ninguno podía asegurar que las fotografías
estuviesen trucadas, pero dos de ellos afirmaban ser totalmente capaces de
producir el mismo tipo de cliché en estudio, por ejemplo empleando maquetas
pintadas. Sugerían además que la chica de la primera fotografía estaba sentada
detrás de una mesa decorada con helechos y musgo, que la seta que hay en primer
plano no tenía aire real, que en la foto con el gnomo, la mano de la chica
estaba añadida, que las sombra eran sospechosas, etc. Todas estas observaciones
eran interesantes y, si bien me fui al Norte sin ninguna idea preconcebida en
uno u otro sentido, tenía la esperanza de que mi investigación esclareciese
todo rastro de superchería.
Tras largo viaje, llegué a un pueblo pintoresco de otra
época en Yorkshire, y di con la casa, donde fui acogido calurosamente. Me
esperaban la Sra. C. y su hija I. (la que aparece jugando con el duendecillo en
la fotografía), y poco después llegó el padre, el Sr. C.
Varias de las críticas formuladas por los profesionales
quedaron descartadas casi sobre el terreno una media hora después de mi
llegada, cuando descubrí un valle pequeño y encantador, justo detrás de la
casa, atravesado por un arroyo, en el lugar mismo donde las chicas tenían la
costumbre de ver a las hadas y jugar con ellas; había gran cantidad de setas
parecidas a las de la fotografía, sanas y vigorosas. ¿Y la mano de la muchacha?
Pues bien, me hizo prometer, entre risas, que no insistiría más en ese tema: ¡y
es que sus manos son realmente muy largas! Recorrí paso a paso todos los
lugares fotografiados y pude identificar todos los detalles. Luego, juntando
todas las informaciones posibles del dossier, recogí los siguientes elementos,
que por mor de concisión enumero así:
Cámara fotográfica empleada: Midg de placas de 8,2 cm x 10,8
cm. Placas Imperial Rapi.
Fotografías de las hadas: julio de 1917. Día muy caluroso y
soleado. Hacia las tres de la tarde. Distancia: 1,20 m. Tiempo de exposición:
1/50º de segundo.
Foto del duende: septiembre de 1917. Hermoso día, pero menos
que el anterior. Hacia las cuatro de la tarde. Distancia: 2,40 m. Tiempo de exposición:
1/50º de segundo.
En ese momento I. tenía dieciséis años, y su prima A. diez.
Intentaron sacar otras fotografías, pero no salieron muy logradas, y las placas
fueron destruidas.
Colores: Verde, rosa y malva extremadamente claros. Más
colores en las alas que en el cuerpo, que van desde los más claros hasta el
blanco. Al duende se lo describe diciendo que llevaba leotardos negros, jersey
marrón rojizo y un gorro rojo puntiagudo. Llevaba una zampoña que balanceaba en
la mano derecha, y se disponía a subirse a la rodilla de I. cuando A. pulsó el
disparador.
Fue A. la primera visitante, partió poco después, y dice I.
que para “sacar las fotografías” tienen que estar las dos juntas.
Afortunadamente, volverán a estar juntas dentro de pocas semanas y han prometido
tratar de sacar otras fotografías. I. Añadió que le gustaría mucho mandarme una
foto de un hada volando.
El testimonio el Sr. C. era claro y pertinente. Su hija le
había rogado que le prestase la cámara. Al principio se negó, pero al final, un
sábado por la tarde, después de comer, puso una sola placa en la Midg y se la
dio a las chicas. Ellas regresaron apenas una hora más tarde y le rogaron que
revelase la placa porque I. había “sacado la fotografía”. Y él lo hizo, ¡con el
asombroso resultado que puede verse en las copias de las hadas!
La Sra. C. dice que recuerda perfectamente que las chicas
trajeron de vuelta la cámara muy poco después de que se hubiesen alejado de la
casa.
Por extraordinarias y asombrosa que puedan parecer estas
fotografías, estoy actualmente convencido de que son totalmente auténticas.
Cualquiera, en las mismas circunstancias, hubiera tenido una sensación idéntica
ante una muestra de tal honradez y franqueza. No añado ninguna explicación ni
teoría personal, aunque me parece normal que dos personas, y particularmente
dos chicas, hayan sentido el deseo de plasmar los etéreos cuerpos por medio de
la fotografía. Más allá de esta consideración, prefiero dejar tal cual el
testimonio hasta aquí citado, relato totalmente simple, no rebuscado, de mi
vinculación con este asunto.
Añadiré simplemente que la familia parece no haber estado
nunca tentada de hacer públicas las fotografías, y que todo cuanto se ha hecho
en este sentido en el plano local no viene de ellos. Tampoco el dinero ha tenido
nada que ver en el asunto.
EDWARD L. GARDNER.
Añadiré, como complemento al informe del Sr. Gardner, que
ruante una conversación, la muchacha le informó de que ella no tiene ninguna
influencia en los hechos y gestos de las hadas, y que su manera de “captarlas”,
como dice ella, consiste en sentarse pasivamente, pensando tranquilamente en
ella, y luego, cuando unos temblores o movimientos a lo lejos indican su
presencia, les hace un gesto de bienvenida para acogerlas. Es Iris quien nos ha
hecho notar la zampoña del duende, que nosotros dos habíamos tomado por rayas
de sus alas como las de un lepidóptero. Precisó que, cuando no había demasiado
rumor en el bosque, podía oírse el ligero y agudísimo sonido de esa flauta.
En cuanto a la objeción de los fotógrafos de que las formas
de las hadas proyectan sombras muy distintas de las de los humanos, responderemos que los ectoplasmas, como
suele llamarse a los protoplasmas etéreos, tienen una débil luminosidad
característica que modifica considerablemente las sombras.
Permítanme añadir a este informe tan convincente del Sr.
Gardner las palabras exactas que el Sr. Snelling nos ha autorizado a
reproducir. El Sr. Snelling siempre ha dado pruebas de tener mucho carácter y
ha prestado un inmenso servicio al estudio de la parapsíquica, adoptando
posturas muy firmes y poniendo en juego su reputación de experto profesional.
Hace treinta años que mantiene relaciones con la Compañía Autotype y con la
gran fábrica fotográfica de Illingworth, y también él ha hecho bellísimas fotografías,
tanto en exterior como en estudio. Le divierte la idea de que un experto, sea
quien sea, pueda ingeniárselas para engañarlo con una fotografía trucada.
“Estos dos clichés – dice- son perfectamente auténticos, no trucados, hechos de
una sola toma al aire libre; muestran a las hadas en movimiento y no se
distingue huella alguna de ningún trabajo un estudio que implique maquetas de
cartón o papel, telas de fondo, personajes pintados, etc. A mi entender, son
fotografías normales y no retocadas.”
Otra opinión, fundamentada en una gran práctica de la
fotografía vino a confirmar de forma muy explícita la autenticidad de los
clichés.
He aquí nuestro dossier, con el apoyo de fotografías de los
lugares, ¡que el poco afortunado crítico había dicho que eran decorados
teatrales! Pero ya conocemos a este tipo de escépticos que ataca nuestro
trabajo parapsíquico, y no siempre es fácil, de entrada, demostrar a terceros
lo absurdo de sus argumentos.
Voy a hacer ahora unos cuantos comentarios sobre las dos
fotografías, que he estudiado larga y detenidamente, a conciencia, con una
potente lupa.
Una particularidad interesante de estas fotografías es que
en cada una de ellas aparece una zampoña, la misma flauta de Pan que los
antiguos asociaban a los faunos y a las náyades. Pero, si están las flautas,
¿por qué no está todo lo demás? ¿No sugiere su presencia toda una parafernalia
de utensilios e instrumentos propios de las hadas? Se advierte claramente que
sus vestidos son variados. Creo que, si los estudiamos más a fondo y
descubrimos nuevas maneras de verlos, este pequeño pueblo nos parecerá tan vivo
y real como el pueblo esquimal. La boquilla ornamentada de las flautas de los
duendes prueba que los ornamentos artísticos no les son ajenos. ¡Y con qué
júbilo y desenvoltura se entregan a la danza esos pequeños seres! ¡Acaso tengan
las mismas preocupaciones y tal vez pasen las mismas dificultades que nosotros,
pero en todo caso, es manifiesta su alegría en la expresión de su vida que aquí
nos dan!
Otra observación: las hadas son un compuesto de humano y
mariposa, mientras que el duende se acerca más al lepidóptero. Esto tal vez se
deba al cliché sobreexpuesto y al tiempo gris. Quizá el duendecillo pertenece
en verdad a la misma tribu pero forma parte de los machos de cierta edad,
mientras que las hadas, en cambio, son jovencitas que se recrean alegremente.
La mayoría de los especialistas en hadas, sin embargo, han referido que ay de
distintas especies, que varían mucho en tamaño y apariencia, y según los
lugares en los que aparecen: hadas de los bosques, hadas del agua dulce o
marinas, hadas del campo, etc.
¿Son las hadas formas mentales? El hecho de que se parezcan
tanto a la idea convencional que tenemos de ellas justifica esta idea. Pero en
la medida en que se desplazan con diligencia y poseen entre otras cosas
instrumentos de música, resulta imposible hablar de forma mental, término que
sugiere algo vago e intangible. En cierto modo, todos somos formas mentales,
puesto que los sentidos nos perciben. En cambió, estos pequeños seres parecen
poseer realidad objetiva, como nosotros, aunque sus vibraciones son de tal tipo
que precisan de una fuerza parapsíquica o de una placa sensible para plasmarlas.
Si en este punto parecen convencionales, es sin duda porque, de generación en
generación, los hombres han visto realmente a las hadas y han trasmitido una
descripción exacta de ellas. Hay un detalle de la investigación del Sr. Gardner
que debe mencionarse. Hemos sabido que Iris sabía dibujar y que incluso había
dibujado modelos para un joyero. Este detalle, evidente, provocaba
desconfianza, aunque el natural íntegro de la joven era una garantía suficiente
para quienes la conocen. El Sr. Gardner, no obstante, la sometió a una prueba y
descubrió que , si bien dibujaba con soltura los paisajes, en cambio, cuando
trataba de reproducir las formas de las hadas que había visto, sus croquis eran
mediocres y no se parecían nada a las hadas de las fotografías. Otro detalle
que merece someterse al crítico atento provisto de potente lupa: lo que tiene
el aire de ser un rostro dibujado a lápiz, junto al pequeño personaje de la
derecha, no es en realidad más que un mechón de su pelo, y no, podría creerse,
el esbozo de un perfil.
Tengo que reconocer que, tras meses de reflexión, soy incapaz
de haber un balance concreto de este asunto, pero lo que es indiscutible es que
tendrá repercusiones. Las experiencias infantiles se tomarán más en serio. Habrá
cada vez más cámaras fotográficas. Aparecerán otros casos bien autentificados.
Estos pequeños seres que parecen vivir a nuestro lado, que no se distinguen de
nosotros más que por una ligera diferencia de vibración, nos resultarán
familiares. El simple hecho de pensar en las hadas, aunque no se las vea,
añadirá encanto a cada arroyo, a cada pequeño valle, y hará que sea romántico
todo paseo por el campo. Creer en la existencia de las hadas hará que el
espíritu materialista del siglo XX salga del atolladero enfangado en el que se
encuentra hundido, y hará que reconozca que la vida está llena de encanto y
misterio. Una vez lo haya admitido, el mundo ya no encontrará tan difícil
aceptar el mensaje espiritual, apoyado por los hechos psíquicos, que a menudo
le ha sido revelado y a con tanta convicción. Preveo todo esto y aún más. Cuando
Cristóbal Colón, a punto de empezar a explorar América, se arrodilló para
rezar, ¿qué mirada visionaria puso en aquel nuevo continente, que no está
separado de nosotros por océanos, sino por principios parapsíquicos sutiles
pero insuperables. ¡Cuánto temo esta perspectiva! El que esos pequeños seres
sufran debido a su contacto con nosotros y las hadas se lamenten de su suerte. Si
eso tuviese que ocurrir, sería un día nefasto aquel en el que el mundo aceptase
su existencia. Pero el hombre es sostenido por una mano auxiliadora, y debemos
tener confianza y dejarnos guiar.